–Cassie –le espetó–, podría estrangularte. De verdad. ¿Cómo has podido hacerme esto? Sabes que esta biografía es demasiado personal para pedir la ayuda de alguien. ¿Por qué crees que he venido a Paxos a ponerme a trabajar en el libro? Lo último que necesito es a una desconocida fortuita haciendo preguntas y buscando en sitios a los que ni siquiera sé si quiero ir yo. La comunicación es algo maravilloso, ¿lo sabías?
–Relájate. Lucas Brightmore me recomendó la agencia más discreta de Londres. Su personal firma estrictos acuerdos de confidencialidad y jamás divulgaría nada que les cuentes. Creo que podría funcionar.
–Cassie, eres una amenaza. No me importa lo discreta que pueda ser esta… secretaria. Si quisiera a una ayudante personal me habría traído una. Si no lo he hecho es porque necesito privacidad y espacio para llevar a cabo el trabajo. Ya me conoces.
–Tienes razón. Pero este no es un proyecto de negocios que estés evaluando. Es la historia de la vida de nuestra madre. Debe hacerle justicia y tú eres la única persona de la familia con cierto atisbo de creatividad. Sé que yo jamás podría llevarlo a cabo. No tengo paciencia, y menos cuando llega a las partes difíciles –respiró hondo y suavizó la voz–. Escucha, Mark, esto es duro para todos nosotros. Y eres muy valiente al encargarte del proyecto. Pero eso hace que sea aún más importante que el trabajo se realice lo más pronto posible. Entonces todos podremos continuar con nuestra vida y papá será feliz.
–¿Feliz? –repitió él–. ¿Te refieres a que es feliz con mis planes para rehabilitar esas cabañas destartaladas situadas en nuestras propiedades para convertirlas en refugios de vacaciones? ¿O con los planes de reestructuración para la empresa que lleva bloqueando desde Navidad?
–Probablemente, no –convino Cassie–. Pero sabes tan bien como yo que esto no tiene nada que ver con nosotros. Y sí con el hecho de que está enfermo por primera vez en su vida y que acaba de perder a su mujer en una operación de la que ella jamás le contó nada. No sabe cómo asimilar eso, no más que nosotros.
–¿Cómo se encuentra? –Mark se humedeció los labios secos.
–Más o menos igual –repuso Cassie con tristeza–. La última sesión de quimioterapia lo ha dejado sin fuerzas. No tienes que pasar por todo esto –añadió con renovada determinación–. Devuelve el adelanto de la editorial y deja que algún escritor profesional se ocupe de la biografía de mamá. Vuelve a casa a dirigir el negocio y sigue adelante con tu vida. El pasado puede resolverse por sí mismo.
–No, Cassie. La prensa destruyó la última oportunidad de mamá de tener dignidad y no quiero ni pensar en lo que haría con una historia basada en mentiras, insinuaciones y estúpidos rumores –movió la cabeza–. Sabemos que sus amigos ya han sido abordados por dos escritores mercenarios que buscan basura –tragó saliva–. Eso mataría a papá. Y yo me niego a decepcionar a mamá de esa manera.
–Entonces acaba el libro que empezó nuestra madre. Pero hazlo deprisa. La agencia informó de que enviaban a su mejor escritora, así que sé amable. Soy tu hermana y te quiero, pero a veces intimidas un poco. Tengo que colgar. Tus sobrinos se han despertado y quieren alimentarse. Cuídate.
–Tú también.
Suspiró. Nunca había podido permanecer mucho tiempo enfadado con Cassie. Su hermana había sido la única constante en la vida de su padre desde la muerte de su madre. Tenía marido y dos hijos pequeños de los que ocuparse, pero adoraba la mansión donde habían crecido y era feliz viviendo allí. Su cuñado era médico en el hospital local, donde Cassie lo había conocido al llevar a su padre para un chequeo. Sabía que podía contar totalmente con ella para que cuidara de su padre durante unas semanas mientras él se tomaba tiempo libre de la oficina.
Pero no debería haber hablado con el editor sin consultarlo primero con él.
De pronto la decisión de ir a Paxos para finalizar la biografía le pareció ridícula. En vez de tranquilizarlo, el entorno lo había vuelto irritable. Él necesitaba hacer cosas. Que las cosas sucedieran. Asumir responsabilidades, como siempre había hecho. Lo enfurecía que le fuera imposible concentrarse en la tarea que se había impuesto.
Su hermana tenía razón. La biografía era algo demasiado cercano a él. Demasiado personal.
Por no mencionar que la chica con la que salía de forma intermitente finalmente lo había dejado y conocido a alguien a quien parecía amar de verdad y que le devolvía dicho amor.
Apretó con fuerza el respaldo de la silla.
No. Podía manejar ese trauma. Tal como había abandonado su propia vida para ocupar el lugar de su hermano en la familia.
No tenía sentido enfadarse por el pasado.
Había dado su palabra. Y él llevaría a cabo el proyecto, con la intimidad y el espacio necesarios para centrarse en ese cometido. Lo último que necesitaba en ese momento era a una desconocida en su espacio personal, y cuanto antes la convenciera de que el editor se equivocaba y de que ella podía regresar a la ciudad, mejor.
Necesitaba pensar.
Para dejar de temblar, Lexi aferró con una mano su bolso y apoyó la otra en el respaldo del sofá. No podía estropear su fachada de ecuanimidad mientras miraba a Mark Belmont ir de un lado a otro junto a la piscina con el teléfono móvil pegado a la oreja.
Salvo que esa no era la versión del gurú de los negocios que por lo general aparecía en las portadas de las revistas empresariales de todo el mundo. Con ese hombre rígido y conservador podía tratar con facilidad. Pero la versión que veía en ese momento era la de un hombre completamente diferente, que encarnaba más un desafío para cualquier mujer.
El traje de negocios había desaparecido. Lucía unos pantalones blancos de lino y un polo celeste de manga corta en perfecta consonancia con sus ojos. Los brazos musculosos y los pies descalzos estaban bronceados y los dos primeros botones abiertos del polo revelaban también un torso musculoso y moreno por el sol.
No se había afeitado y la mandíbula cuadrada se hallaba cubierta por una ligera barba que le daba un aire mucho más relajado.
Conocía a muchas diseñadoras que se habrían desmayado con solo verlo.
Era un hombre completamente diferente al que con tanta valentía había defendido a su madre en el hospital. Era Mark Belmont en su entorno natural. En su terreno, su hogar.
Pero en ese momento se lo veía tenso. Irritado y ansioso. No parecía que la confirmación de que su encargo no era una broma le hubiera sentado bien.
Tenía que convencerlo de que la dejara quedarse y lo ayudara… ¿con qué? Seguía sin tener idea de la clase de libro que estaba escribiendo. ¿Uno de temática empresarial? ¿Una historia de la familia? O… lo obvio. Las memorias de su madre.
Y entonces los ojos de él al mirarla se lo confirmaron. Eran los mismos ojos llenos de dolor y desdén de aquel terrible día en el hospital.
Tomó una decisión. Si él podía sobrevivir escribiendo sobre su difunta madre, entonces ella se esforzaría al máximo en dejar el libro lo mejor que le fuera posible. Incluso sin su ayuda.
Haría falta un gran esfuerzo, pero sabía que podía hacer que funcionase. Ya se había mantenido firme en el pasado y volvería a hacerlo.
Mark se quedó quieto un momento con los ojos cerrados.
–¿Ha terminado ya con mi teléfono, señor Belmont? –una voz dulce y encantadora sonó detrás de él.
Abrió los ojos y contempló el aparato que sostenía en la mano como si nunca lo hubiera visto. Se sintió muy tentado de tirarlo a la piscina.
Pero vencieron los buenos modales. Sosteniéndolo con los dedos pulgar e índice, giró y extendió el brazo hacia Lexi.
No había levantado una empresa de inversión de las ruinas del negocio de su padre sin asumir riesgos, pero habían sido calculados, basados