Baños de bosque. 50 rutas para sentir la naturaleza. Alex Gesse. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Alex Gesse
Издательство: Bookwire
Серия: Petit Futé. Country Guide
Жанр произведения: Книги о Путешествиях
Год издания: 0
isbn: 9782305052748
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paseo.

      Información práctica

       OFICINA DE TURISMO DE SAN SEBASTIÁN

      Boulevard, 8. Donostia-San Sebastián

      ✆ +34 943 481 166

       www.sansebastianturismoa.eus

      Punto de partida: Aparcamiento del monte Ulía, al final de la carretera del paseo de Ulía.

      Cómo llegar: Tomamos como punto de referencia el Palacio de Congresos y Auditorio Kursaal, situado en la avenida de la Zurriola. Desde allí, debemos dirigirnos a pie hacia el barrio de Sagües, en el otro extremo de la playa de la Zurriola, en las faldas del monte Ulía. A la altura de la estación de servicio Larramendi, tomamos la calle Zemoria hasta encontrar unas escaleras que ascienden en dirección al monte. Desde ahí se accede al paseo Arbola, un precioso paseo peatonal que conduce hasta el parking del monte Ulía.

      Distancia recorrido: 2100 metros.

      Época recomendada: Todo el año. En primavera-verano destaca la frondosidad del bosque y en otoño-invierno el sonido del mar envuelve todo el recorrido.

      Dificultad: Baja.

      Itinerario accesible: No.

      Transporte público: Sí. TB6 Taxibus Ulía (https://www.dbus.eus/es/tb6-tb6-taxibus-ulia).

      Iones negativos por cm3

      Robledal de Arratzu – Reserva de la Biosfera de Urdaibai

      Introducción

      Arratzu es un pequeño municipio de apenas cuatrocientos habitantes enclavado por entero en la Reserva de la Biosfera de Urdaibai, un espacio protegido que se extiende a lo largo de 230 kilómetros cuadrados definidos por las cumbres sinuosas que acogen las cuencas hidrográficas de los ríos Oka, Laga, Mape y Artigas, con el mar Cantábrico al norte.

      El mirador que conforma el barrio de Eleizalde, capitaneado por la iglesia de Santo Tomás Apóstol, invita al caminante a detenerse para observar la belleza del valle del Arratzu, paraje de singular valor natural y riqueza ecológica. En el valle se encuentra embebido el robledal de Arratzu, uno de los bosques de roble pedunculado mejor conservados de la provincia de Vizcaya. Al salir del coche sobre este promontorio en el corazón de la Reserva de la Biosfera del Urdabai, el viajero se ve invadido por el olor a tierra húmeda.

      El lugar se encuentra inmerso en un bosque atlántico mixto, una ecorregión que pertenece al bioma del bosque templado de frondosas y mixtos, que se extiende desde el este de Asia hasta las costas del Atlántico y el continente americano, parajes tan distantes, pero a la vez cercanos, como el Cáucaso, los bosques de las islas Azores o los montes Apalaches. Basta con pararse un momento para sentir este espacio que incita a levantar el vuelo a lo largo del itinerario circular, que se extiende durante más de un kilómetro a lo largo de un tramo del río Golako, un afluente del Oka. Se trata de un cruce de caminos entre Mendata y Arratzu, tierra de herrerías, molinos y peregrinos a Santiago, Gentes y paisajes que posiblemente se amoldaron unos a otros, y cuyos vestigios sobreviven en esta comarca vizcaína de Busturialdea.

      

      Descripción del itinerario

      Arratzu. Inicio de la ruta. Al fondo, iglesia de Santo Tomás.

      © JOSERPIZARRO-SHUTTERSTOCK

      

      Saliendo del aparcamiento en dirección a la iglesia de Santo Tomás Apóstol, se cruza el barrio de Eleizalde, donde ya comienzan las experiencias sensoriales del itinerario. A unos sesenta metros del aparcamiento, a la derecha, se abre una calle que invita a seguir avanzando entre las pocas casas que la circundan. Los prados de hierba fresca se abren a la izquierda y, a unos cien metros girando a la izquierda, se encuentra la cuesta que guía al caminante hasta los pies del río Golako. Los viajeros más afortunados serán recibidos por los burros domésticos que campan por los prados a la izquierda del camino y que pastan con sus característicos colores grisáceos y sus crines cortas y erizadas. Una oportunidad para explorar con las manos la textura de su pelo y el calor que emiten. Una pausa para el tacto.

      La presencia del río se hace audible, mientras que a la derecha se alza orgullosa la ferrería de Olazarra, que se mantiene en pie en una alianza con el tiempo y la robustez de estas tierras. Las plantas trepadoras, tendidas al sol, se abren paso sobre un bastión de piedra con una puerta en arco y tapizan la pared de un verde intenso. Mientras, al otro lado, el blanco impuesto por el hombre a base de cal se descama sobre cinco ventanas, un balcón y una puerta de madera que aguanta a la intemperie. Frente a la ferrería, formando una especie de isleta, se extiende una franja de terreno húmedo donde los pies pueden llegar a hundirse en el lodo característico de las márgenes del río para dejar sus huellas en este territorio. De nuevo se divisa en lo alto, al pie del promontorio, la majestuosa iglesia de Santo Tomás Apóstol.

      En este recodo del río, los alisos (Alnus glutinosa) rodean al viajero en compañía de fresnos (Fraxinus spp.), sauces (Salix spp.) y castaños (Castanea sativa), una oportunidad para que las manos se desplacen por sus troncos y salten de unos a otros experimentando diferentes sensaciones, diferentes experiencias, diferentes tiempos. La corteza gris y lisa de los alisos más jóvenes contrasta con los troncos rugosos, agrietados de los alisos envejecidos. Es hora de desplazar los dedos entre sus grietas: ¡quién sabe que sorpresas aguardan en la superficie de estos testigos del tiempo! Distraído por las cortezas de los árboles y casi de forma instintiva, en este mismo lugar el caminante se deja llevar por el trino de las aves que habitan en la margen del río. Cantos que invitan a cerrar los ojos y a escuchar la sinfonía de instrumentos de viento tañidos por las hojas de los fresnos y los pájaros, a los que se van uniendo el agua como solista en una melodía constante. Un espacio para la calma. De nuevo, los olores que transporta el aire húmedo aconsejan moverse avanzando por la misma margen del río a contracorriente. Con el río a su derecha, el viajero camina zigzagueando y, a unos treinta metros de la ferrería, cruza una valla de madera para adentrarse en otro mundo, dejando los prados a su izquierda y el puente que cruza el río a la derecha. A contracorriente, los pasos van más despacio. Aquí, el viajero podrá descubrir por qué a los bosques de ribera también se les llama bosques de galería. Al igual que en la galería de una mina, el bosque crea un túnel a lo largo de las márgenes del río donde se acumulan los alisos y algún que otro avellano (Corylus avellana) y roble (Quercus robur) que conceden al espacio las cualidades necesarias para una exploración sensorial única. Una galería formada por las copas de los árboles que amablemente dejan que la luz del sol se filtre entre las hojas a cuentagotas, propiciando un entorno en el que los troncos de los árboles —caídos o de pie—, las rocas de los taludes o las que corretean por el río, así como otros elementos se hallen revestidos por una cobertura intensa y aterciopelada de musgo, favoreciendo así una variación lumínica constante. Es aquí donde el caminante quizás se sienta tentado a sentarse sobre algún tronco, sobre alguna roca, y se deje llevar sin prisas por este entorno en el que se ha detenido el tiempo, sin prisas en compañía del Golako y el ritmo del agua. El caudal del río, la anchura del camino y la alfombra que lo cubre, formada muchas veces por multitud de hojas