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© 2020 Inmaculada Concepción Aguilera García
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El excéntrico señor Dennet, n.º 269 - junio 2020
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Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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I.S.B.N.: 978-84-1348-506-5
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Índice
Agradecimientos y aclaraciones
A mi padre, por enseñarme a poner la mirada en cada rincón de Málaga.
A mi madre, por apoyarme en mis tonterías.
No me preocupa caminar.
No existen las distancias cuando se tiene un motivo.
Orgullo y Prejuicio, Jane Austen
Cuando te sientas junto a la mujer que amas,
una hora parece un segundo,
pero si te sientas sobre una estufa caliente,
un segundo parecerá una hora.
Eso es relatividad.
Albert Einstein
El día que Dennet llegó a mi vida, el mundo entero cambió.
I
Lecturas
Es duro ser mujer.
Y mucho más si no has nacido de alta alcurnia, destinada para un noble propósito.
No obstante, el destino nunca fue algo que me importara especialmente. Por no hablar de que, dentro de mis posibilidades, siempre me consideré una persona afortunada.
Puesto que mi padre, Gustavo, llevaba toda su vida ejerciendo como guardés en la fábrica siderúrgica con mejores rendimientos del país, nuestro nivel de vida era bastante más privilegiado que el de cualquier otro obrero. Aunque quizás no lo suficiente como para que la única hija de un viudo pudiera mantener ciertos intereses.
—Mira, Eugenia, otro paquete de tu tío Adolfo —me dijo mi padre recogiendo el correo de la mañana, justo antes de partir a su jornada laboral. Contempló el fardo con cierta pesadumbre mientras yo lo hacía con la mayor de las ilusiones—. Un día de estos voy a tener una buena charla con mi hermano por llenarte la cabeza de tonterías.
Gustavo Cobalto llamaba «tonterías» a los libros.
Y no era una impresión exclusivamente suya.
En general, leer se consideraba un hábito demasiado extravagante y culto para alguien de nuestra clase social. Principalmente porque no podíamos, ni debíamos, permitirnos perder un tiempo que había que emplear en trabajar. O eso creían los ricos.
Sin embargo, hasta mi padre terminó esbozando una sonrisa que devolví al instante mientras me tendía el envuelto tomo.
Gustavo trabajaba más que vivía y Adolfo vivía más que trabajaba. No porque