Los artistas y escritores de la cristiandad nos han dado de Pedro una visión vehemente, activa, dinámica. No hay constancia alguna de que su rostro fuera ese de anciano barbado, de prominente nariz que daba a las facciones extremada altivez, de ojos relampagueantes y boca dura con que a menudo le vemos en cuadros y en estatuas. Pero a través de su actuación a lo largo de los Evangelios se advierte que era el más desigual y a la vez más fuerte de los caracteres entre los discípulos. Helo ahí proclamando a Jesús, en las vecindades de Cesárea de Filipo, «Hijo vivo de Dios», y sin embargo amonestado por Jesús debido a que su poca fe no le permite caminar sobre las aguas del lago. ¿No resulta un apasionado cuando le asegura a su maestro que está dispuesto a morir por defenderle, ingenuo cuando le pregunta qué lugar tendrá en el cielo, impetuoso y agresivo cuando hiere a Malco, tenaz cuando sigue a Jesús hasta la casa de Anás, vacilante cuando no se atreve a entrar allí, atemorizado cuando niega conocerle y arrepentido cuando comprende que ha sido débil?
Lleno de contradicciones y a la vez de fuerza, carácter el más inseguro y al mismo tiempo el más vigoroso entre los discípulos, Pedro resulta, por eso mismo sin duda, una interesante personalidad. Del primer golpe de vista se advierte en él al hombre que se adapta a la necesidad del momento, que intuye lo realizable y desdeña lo irrealizable; es, en suma, un político nato. Cuando Jesús anuncia por primera vez su muerte a manos del Sanhedrín, es Pedro quien «tomándole aparte, se puso a amonestarle, diciendo:no quiera Dios, Señor, que esto suceda». Jesús, conocedor del corazón humano, vio claro que Pedro servía a la idea divina con inteligencia y sentimientos muy terrestres, debido a lo cual le dijo: «Retírate de mí, Satanás; tú me sirves de escándalo, porque no sientes las cosas de Dios, sino las de los hombres». Este empeño de humanizar acontecimientos en Jesús tenían orígenes y fines celestiales, se hace evidente, más que nunca, en las palabras con que Pedro se produjo, desnudo de alma, en el milagro de la transfiguración. «Señor, ¡Qué bien estamos aquí! Si quieres, haré aquí t res tiendas, una para ti, una para Moisés y otra para Elías». Si alguien estaba preparado para organizar en la tierra las huestes cristianas, ese era Pedro, aquel que quería hacer morar en Galilea a los tres profetas. Él, y sólo él, Simón Bar Jona, era entre sus compañeros, desaparecido Jesús, el que tenía instinto político. Los demás podían ser propagandistas; él era un jefe natural de hombres. De su boca debía salir, necesariamente, la primera acusación contra Judas, el discípulo que tal vez podía aspirar a ser jefe.
[Mateo, 16; 22]
[Mt., 16; 23]
[Mt., 17; 4]
Hasta aquí la hipótesis. ¿Pero de qué otra manera podían ser respondidas las preguntas que se originaron en el estudio de Judas y de los acontecimientos en que figuró? Ese estudio, esto es, cuanto está dicho en Judas Iscariote, el Calumniado, no se basa en hipótesis sino en documentos, y en documentos de la propia Iglesia Católica. Al cabo de largos años de rastrear la conducta de Judas en los más diversos textos de los evangelistas, el autor creyó de su deber atenerse a versiones de los Evangelios y del Libro de los Hechos de los Apóstoles autorizados por la Iglesia. Otra cosa hubiera sido proceder incorrectamente, desde el punto de vista de la honestidad histórica. Pues el propósito del autor no fue justificar la conducta de Judas o buscar pruebas de una posible inocencia del Iscariote, sino situarlo allí donde su conducta –y no lo que de ella se opinara– lo llevaba y lo dejaba. Al autor le parecía tan monstruosa la acción atribuida a Judas, que quiso conocer sus causas. Un análisis exhaustivo de los Evangelios y del Libro de los Hechos de los Apóstoles, realizado a lo largo de veinte años, dio el resultado que puede leerse en Judas Iscariote, el Calumniado.
La versión de los Evangelios y del Libro de los Hechos de losApóstoles usada en este libro es la traducción conocida por Nácar-Colunga (Sagrada Biblia, versión directa de las lenguas originales por Eloíno Nácar-Fuster [
], Canónigo Lectoral de la S.I.C. de Salamanca, y el muy Rvdo. P. Alberto Colunga, O.P., Profesor de Sagrada Escritura en el Convento de San Esteban y en la Pontificia Universidad de Salamanca. Tercera edición, corregida y más copiosamente anotada. Prólogo del Excmo. y Rvdmo. Sr. D. Gaetano Cicognani, Nuncio de Su Santidad en España, Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid. MCMXLIX), cabalmente autorizada por la censura eclesiástica y avalada por calurosas felicitaciones a los autores de la Secretaría de Estado de Su Santidad (Comunicación fechada en el Vaticano el 19 de octubre de 1944), por la Comisión Pontífica Bíblica (Comunicación fechada en Roma el 14 de febrero de 1945) y por la Sagrada Congregación de Seminarios y Universidades (Comunicación fechada en Roma el 3 de junio de 1944), tal como se lee en las paginas LV al LVIII, ambas inclusive, del Prólogo de los traductores a la 2ª y 3ª ediciones de la mencionada obra. No se ha usado de ningún otro libro o documentos fuera de los evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, y del Libro de los Hechos de losApóstoles, tal como aparecen en la versión de Nácar y Colunga, porque los evangelios resultan la única fuente original y auténtica de la acusación contra Judas. Por otra parte, el autor ha respetado del todo esas fuentes; no las ha adulterado, no las ha tergiversado, no las ha interpretado1. No es culpa del autor que de los propios documentos en que se acusa por primera vez a Judas surja, al cabo de dos mil años, la verdad sobre la conducta del Iscariote. La verdad resplandece aun en el fondo de una caverna y puede ser ignorada hoy y mañana sin que su naturaleza se transforme. Lo único que requiere la verdad para imponerse es los ojos que la vean u oídos que la oigan.Aunque el estudio del papel jugado por el Iscariote en el drama de la Pasión le ha consumido al autor muchos años, sólo fue hecho público, antes de ahora, hacia principios de 1947. Por entonces se publicó, en tres artículos, en la revista semanal «Bohemia», de La Habana, si bien no era un trabajo de la amplitud del actual, ni estaba tan detalladamente sustentado como en esta ocasión. Tal como aparece en su presente versión, fue escrito en Santiago de Chile, en el mes de agosto de 1954.
Al lector le toca juzgar por sí mismo si es adecuado o no llamar a este libro como lo ha bautizado su autor: Judas Iscariote, el Calumniado.
Juan Bosch
Molinos de Niebla, enero de 1955
nota
1 El autor declara expresamente, de entrada, lo que será su actitud a todo lo largo del libro: situarse «en el punto de vista de la honestidad histórica». No siendo Bosch un hombre religioso, ni cercano a la Iglesia Católica, sitúa su trabajo en el marco estricto de los cuatro evangelios «sinópticos» (denominados así porque los primeros estudiosos lo hicieron colocándolos en columnas paralelas o «sinopsis», que literalmente significa «visión conjunta»), de Marcos, Mateo, Lucas y Juan, y de «Los Hechos de los Apóstoles». Sin duda, Juan Bosch conocía la existencia de los evangelios apócrifos («ocultos»), posteriores en su forma actual, la que ha llegado hasta nosotros, a los cuatro evangelios sagrados, así como debió conocer la existencia –no el texto, hecho público en 2006– del «Evangelio de Judas» citado por Irineo, obispo de Lyon, en el 170 d.C. Bosch se circunscribe a los evangelios sagrados y a «Los Hechos» para establecer sus hipótesis en el más estricto ámbito del Nuevo Testamento. De la misma forma que se basa en la traducción clásica al castellano –hoy devaluada– de Nácar-Colunga y cita la autorización y aval de la Iglesia Católica (1944) para la traducción. Esto no le quita vigencia a este texto, sino que lo hace todavía más interesante, teniendo presente la personalidad del autor.
Desde hace veinte siglos la grey cristiana del mundo viene acusando a Judas Iscariote de haber vendido a Jesús. Así como el nombre de Caín es sinónimo de crimen, el de Judas se ha convertido en sinónimo de traición.
No sabemos –nadie lo sabe– cómo era Judas; si joven o viejo, si imberbe o barbado, si de tez quemada o rubia, si de ojos negros o claros, si alto o bajo, si delgado o grueso. Sin embargo, en esa figura no precisada encarnamos al traidor. Y tras evocarlo con el disgusto con que venimos