—Se lo traigo enseguida. ¿Agua?
—Estaría genial.
Se gira no sin una mirada sospechosa en mi dirección. Sus comentarios insistentes acerca de las razones de mi presencia han llamado lógicamente la atención de los cazadores. Parecen nerviosos y no me quitan el ojo de encima, la camarera seguramente les ayuda a identificar una amenaza para ellos. Me encargo del servicio de protección de animales, así que dejo de observarlos cuando llega mi plato. No quiero buscarme problemas, no estoy aquí para eso, pero me anoto mentalmente avisar sin falta a las autoridades.
Aprovecho la comida para pensar en mi compañera. Me pregunto cómo será. No tengo ninguna preferencia sobre el físico. No tengo un tipo de chica que me llame la atención más que otro, mientras sea natural y me sienta seguro. Estoy seguro que los espíritus me han reservado la mujer perfecta para mí. Aunque sí que soy más exigente en el carácter. Isabelle es una mujer adorable y la aprecio mucho, pero es demasiado tímida y reservada para mi gusto. Yo desearía una mujer más fuerte, con más temple, que pueda hacerme frente y que no dude en hacer sus propias elecciones sin miedo a las consecuencias. Mi animal es un predador y está lejos de estar amaestrado. Necesitamos, él y yo, una compañera que nos diga lo que piensa, que tome la iniciativa, y que no tenga miedo de ponernos en nuestro sitio en caso de necesidad. Me he comido mis platos de una sentada sin ni siquiera darme cuenta que mis pensamientos estaban acaparados por mi alma gemela, como me pasa a menudo. Pago y me meto de inmediato en la cama. Caigo rendido, un sueño reparador me permitirá emprender de nuevo mañana por la mañana, sin perder más tiempo.
Hay un ruido tremendo a mi alrededor. Es difícil distinguir algo claro entre tanto alboroto. Debería transformarme, tendría una mejor visión y el tiempo no me molestaría más allá de las nubes. Pero soy incapaz. Estoy bloqueado en mi cuerpo de hombre. Algo me mantiene anclado al suelo, inmóvil. No puedo moverme ni un centímetro. Hasta la cabeza la tengo en una posición nada natural, bocarriba, lo que hace que no pueda verme el cuerpo, únicamente la cima de los árboles y un cielo azul despejado de nubes. De repente oigo una voz. Una voz hechizante que me habla con mucho afecto. Entreveo una silueta en la cercanía, pero no distingo sus rasgos. Tiene que ser ella. La persona hecha para mí está ahí. Me dice que esté tranquilo, que ella se ocupará de mí. Es agradable oírle decir que cuidará de mí después de todos estos años en que me he ocupado de otros, pero en realidad soy yo quien tiene que mimar a mi mujer. Por desgracia siento una amenaza que se cierne sobre nosotros. ¿Por qué estoy paralizado? ¿Soy un simple espectador? Es como si estuviera fuera de mi cuerpo, pero sin verme. ¿Y por qué mi prometida es una sombra? Tengo que defender a mi mujer, es mi deber. Soy un guerrero ottawa y un policía, estoy preparado para protegerla, siempre y cuando mi cuerpo me responda. El peligro se acerca, pérfido. Y de repente, todo se vuelve rojo ante mis ojos, oscureciéndome la vista y volviéndola inútil. Hay sangre, la sangre se extiende por doquier a mi alrededor y mi amor empieza a alejarse, a desaparecer de mi campo de visión. No, no, no. No puedo perder a mi otra mitad, no ahora, que justo acabo de encontrarla. Me debato contra el sopor que me habita. Libro un combate contra mi propio cuerpo para poder moverme, tengo que salvarla.
Pataleo tanto que acabo… cayéndome de la cama. Un sueño, no ha sido más que un sueño. No, no un sueño cualquiera. Es un mensaje de advertencia de los espíritus. Tengo que apresurarme. Mi compañera corre un grande peligro. Tengo que encontrarla y rápido si no quiero que esta pesadilla se haga realidad. El despertador encima de la mesilla me muestra que son las seis y media y percibo los primeros rayos de sol a través de los resquicios de las persianas. Desde aquí es imposible transformarme para emprender el vuelo. Es la regla más importante de mi tribu, nadie debe estar al corriente de nuestros poderes fuera de los clanes. Un animal salvaje saliendo de una habitación de hotel llamaría mucho la atención.
No pierdo ni un segundo. Meto mis cosas en el maletero del coche, paso por la recepción del hotel para entregar las llaves y recoger de paso, gracias al conserje, una información vital: la dirección de un lugar tranquilo. Me pongo de nuevo al volante rumbo al bosque de Widdifield, guiado por el recepcionista, a sólo unos quilómetros de aquí.
Dejo el vehículo en un caminito entre los grandes abetos. Todo está tranquilo, ningún excursionista o campista a la vista, como me lo había asegurado el empleado del hotel. Es perfecto. Me desnudo a salvo de miradas, me transformo en un haz de chispas y cojo altura. Mi bestia está contenta de desplegar sus alas y de sentir el viento sobre su cabeza y a lo largo de su plumaje. Pero no disfruta de este momento de libertad como de costumbre. No vuela en círculos para avistar una presa, no se tira en picado hacia el suelo para tener un subidón de adrenalina. Vamos de cacería para darnos un gran festín, el mayor de los tesoros. Nuestra compañera nos espera en el lago Kipawa. Nos necesita. El lago Kipawa es inmenso, más de trescientos quilómetros cuadrados, y se extiende en cinco cantones diferentes. Encontrar a mi alma gemela en medio de un territorio tan vasto será como encontrar una aguja en un pajar. Por suerte mi rapaz tiene la costumbre de ver hasta un pequeño ratón en medio de un bosque. Su vista es la mejor del reino animal. Mi animal sale disparado como una flecha hacia la extensión de agua a unos cien quilómetros al sureste de mi posición, al acecho del menor indicio que indique la presencia de mi compañera.
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