El Asesor Vidente. Juan Moisés De La Serna. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Juan Moisés De La Serna
Издательство: Tektime S.r.l.s.
Серия:
Жанр произведения: Детская проза
Год издания: 0
isbn: 9788835414216
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y estoy seguro de que la condena que tengo es justa, únicamente que se me hace insoportable todos los días la misma rutina.

      No sé cómo lo hacen los demás, se ha escuchado mucho de aquellos que tratan de huir, o de los que se acaban refugiando en una religión, pero en mi caso no tengo ninguna esperanza de salvación de mi alma.

      Cuando uno atropella a alguien mientras se está en estado de embriaguez, o tiene un accidente al volcar el vehículo que conduce llevando a una veintena de pasajeros, provocando la muerte a algunos de ellos, uno puede llegar a arrepentirse y pedir perdón a las víctimas, incluso puede llegar uno a justificarse a sí mismo sobre que aquello no fue intencionado, y que, si hubiesen sido otras las circunstancias, nada de ello hubiese pasado, pero no es mi caso, nunca lo fue.

      Tampoco es que me considere ni me compare con uno de esos psicópatas, asesinos en serie o terroristas, capaces de matar a sangre fría, sin sentir ningún tipo de remordimiento, ni con aquellos que parecen disfrutar haciendo daño a otros.

      Únicamente soy un hombre normal que ha tomado una decisión, no sé cómo denominarla, quizás la palabra adecuada sea “drástica”, pero que estoy seguro de que cualquier otro en mi lugar hubiese tomado.

      Puede que algunos me vean como una especie de justiciero, tal y como me han calificado en algunos periódicos, o quizás como un iluminado, como me han calificado otros, pero no me siento ni lo uno ni lo otro.

      Si me preguntasen diría que soy un hombre normal haciendo lo que me dictaba la conciencia, es cierto que puede que aquello no sea lo mejor, ni lo más adecuado, pero era lo único que pude hacer.

      Ahora con el tiempo, pienso que pude tener otras oportunidades, otros métodos y formas de hacer, que no llevasen a este fin, pero en esos momentos, quizás por la presión, puede que, llevado por las circunstancias, no había visto ninguna otra opción.

      Muchos medios me han juzgado y condenado, antes incluso de saber mi versión, así en el juicio en varias ocasiones el juez tuvo que mandar a callar a aquellos que querían recriminar mis actos, con insultos e incluso amenazas.

      A decir verdad, puede que esta cárcel no sea tan mala después de todo, ya que me protege de una masa tan agitada que querían tomarse la justicia por su mano, buscando acabar con mi vida, por un acto de unos breves segundos.

      No trato de justificar lo que hice, ni siquiera las consecuencias de mis actos, aunque a veces dudo de que mi condena sea justa, ya que hay peores personas que apenas pasan unos meses encerrados y les dejan libres, como si ya se hubiesen redimido de sus pecados.

      La certeza de que esos son peores que yo, es que en poco tiempo vuelven otra vez a prisión por un nuevo delito.

      En cambio, yo, únicamente he cometido un solo delito en mi vida, si es que se puede llamar así, un hecho que ha variado todo lo que tenía pensado sobre mi futuro.

      A pesar de que me llaman un lobo solitario, yo en su momento tuve una casa, familia y amigos, y de eso no me queda nada ahora.

      El único recuerdo de mi pasado son esos recortes de periódico, que me tildan de asesino frío y calculador, de uno de los peores de la historia, comparado con los anarquistas, que han tratado de cambiar la historia de un país a base de pistolas o bombas.

      Y por supuesto, mi número, ese que llevo en mi ropa y por la que me llaman cuando algún guardia quiere dirigirse a mí, como si no tuviese nombre.

      Toda la vida me han llamado por aquel nombre que me pusieron mis padres, y de repente, desde que entré aquí, nadie me ha vuelto a llamar así.

      Únicamente mi abogado me ha llamado alguna vez por mi nombre, bueno, digo mi abogado por no decir mis abogados dado los muchos que he tenido y que no me han durado.

      Abogados de oficio obligados por el colegio de abogados a dar atención jurídica hasta a las peores personas, que, en mi caso, debido precisamente a lo que había hecho, nadie me quería representar y buscaban cualquier excusa para dejar el caso.

      Nadie quería ver su carrera profesional manchada con mi caso en su currículum, algo que al principio me molestó bastante, ya que vivo en un país donde se supone que hasta los presos tienen derecho, pero que con el tiempo aprendí a aceptar.

      En cambio, y para mi sorpresa hay otros casos, igualmente deleznables como el mío, que debido a la notoriedad que despiertan en la opinión pública se llegaban hasta a pelear por defenderlo, ya fuesen asesinos múltiples o violadores, todo por un buen titular.

      En mi caso, no es que mi crimen sea de los peores, o quizás sí, pero lo que no tenía era lo que se llama buena prensa, al contrario, los medios de comunicación se habían cebado conmigo, habían escudriñado sobre mis intenciones, mi vida, mis relaciones y hasta mi historia, y todo lo habían presentado de forma retorcida de manera que parecía que había nacido para cometer aquel acto.

      Incluso cuando había concedido alguna entrevista para explicar mis motivos, únicamente habían emitido aquellas frases o palabras que apoyaban mi culpabilidad, no dejando que el gran público escuchase mi versión.

      De ahí que me haya decidido a escribir mis memorias, por así decirlo, es decir, mi versión de los hechos que me llevaron a ser el centro mediático del país, a la vez que el hombre más odiado del momento, si es que eso se pudiese medir de alguna forma.

      En mis años de cárcel he visto a muchos tipos de presos, pero no creo que hubiese ninguno como yo, que tuviese la conciencia tranquila de saber que lo que había hecho era lo justo y necesario, a pesar del sacrificio . que aquello implicaba.

      Día tras día rememoro aquel momento en que cambió mi vida y la de tantos, por un acto calificado como uno de los más horribles que se ha podido cometer.

      A pesar de que de vez en cuando se acerca hasta aquí un capellán con la esperanza de que me arrepienta, yo siempre le digo que tengo la conciencia tranquila y aunque el medio puede que no fuese el más adecuado, la finalidad sí lo justificó.

      En verdad que nadie sabe lo que se siente cuando todos te miran mal, y no me refiero a lo que pueda sentir el indigente que vive en la calle y que apenas recibe atención de los demás; si no de las miradas y sentimientos de desprecio que no había sentido nunca.

      Desde que me detuvo la policía, pasé de ser una persona a ser, no sé cómo decirlo, pero aquellas miradas, gestos y hasta el trato que recibía, eran de todo menos cordiales.

      Ni siquiera pienso que se le debiese de tratar a los animales de esta forma, como si tocarme supusiese algún tipo de contagio para los policías que me custodiaban, evitando mirarme, o si lo hacían, era con miradas de desprecio.

      Es cierto que mi acto puede ser despreciable, pero no así yo, no dejo de ser una persona, que ha cometido un acto equivocado, pero persona, al fin y al cabo.

      Pero lo que más me duele de todo es el tema de la familia, es cierto que no tenía una relación estrecha con mi familia más próxima, pero que hayan pasado años y no haya recibido ni una sola visita, y ni siquiera una nota o carta, eso me ha hecho mucho daño.

      Todavía recibo alguna invitación a algún programa de televisión, para contar lo que sucedió desde un punto de vista de la dramatización de mis actos, es decir, como forma de vender libros o documentales usando mi nombre y mis actos, empleando para ello a actores que resaltan una parte de mí que nunca tuve.

      La envidia, las ideas persecutorias o incluso la locura son los atributos que normalmente exhiben estos actores que tratan de explicar a través de ello los acontecimientos que algunos afirmaron que podría haber cambiado el curso de la historia.

      Y es ahí precisamente donde coincido con los periodistas, mi intención última fue precisamente esa, ni más ni menos, cambiar la historia, o, mejor dicho, cambiar la historia que vendrá y de eso nadie quiere oír.

      Prefieren oír a delincuentes que afirman escuchar voces que les dicen que cometan actos despreciables, e incluso a aquellos que parecen predispuestos al delito desde pequeño debido a que sufrieron algún tipo de trauma, pero mi versión es cuanto menos poco creíble y por ello prefieren