Ya tenía todo preparado, incluso me había sacado una lista de palabras traducidas del ruso, y escritas tal y como suenan para facilitar el trayecto entre mi llegada a Moscú y coger el vuelo a San Petersburgo.
En ese breve espacio de tiempo en que seguramente me tendría que cambiar de terminal, debería de pasar por los controles de seguridad oportuna, y para todo ello necesitaba al menos saber decir buenos días y gracias.
A pesar de mis prisas tuve que esperar tres días para poder coger el vuelo que me llevase a una búsqueda quizás sin más sentido que el de recuperar un amor perdido, o puede que estuviese motivado por la emoción del misterio que rodeaba a todo aquello, sea como fuere, esas noches no pude dormir demasiado bien pensando en todas las dificultades a las que me tendría que enfrentar al ir a un país del cual no iba a comprender ni una palabra, y por lo tanto tendría que estar a expensas de lo que me ayudasen los locales.
Por fin llegó el día, ya estaba sentado en el avión destino a Moscú, y me empezaban a sudar las manos nada más pensar que me volvería a encontrar con ella, era mucho el tiempo transcurrido, a pesar de lo cual creo que todavía existía un sentimiento profundo y sincero dispuesto a salir.
Todavía no recuerdo por qué rompimos si nos llevábamos tan bien, quizás porque éramos jóvenes, y preferíamos seguir adelante con nuestras vidas más preocupados por buscarnos un lugar dentro del mundo del trabajo y de la sociedad que limitarnos a contentar al corazón.
Quizás si las circunstancias hubiesen sido diferentes, ahora estaríamos casados, y seguro que felices.
Puede que ella no hubiese finalizado sus estudios, o que no hubiese alcanzado cotas tan altas como las que al parecer había obtenido desde que no tengo noticias suyas.
A medida que lo pensaba mi corazón se iba acelerando, y mi mente se evadía en el recuerdo de un primer amor.
Es cierto que con anterioridad había salido con otras chicas, pero aquello era más fruto del deseo de conocer y descubrir de la juventud que, por un verdadero sentimiento de amor.
Todo fue muy rápido, entre nosotros, parecía que estuviésemos hechos el uno para el otro, teníamos intereses en común, formas de hablar y pensar parecidas e incluso estudiábamos juntos.
Lo que al principio fue una amistad, se fue convirtiendo en algo más, hasta que empezamos a casi depender uno de otro, no podía pasar dos minutos sin pensar en el otro.
Todo aquello fue una hermosa etapa de mi vida, a la cual no había vuelto, pues tenía como máxima en mi vida el mirar para adelante, para no perder el tiempo preocupándome si lo hubiera hecho bien o mal, o si hubiese adoptado otras decisiones cómo hubiese resultado todo.
Esto a veces me ha traído consecuencias poco agradables, ya que en alguna ocasión he vuelto a cometer el mismo error del pasado, ya que no aprendí de sus consecuencias, al no dedicarle demasiado tiempo a recapacitar y recapitular los hechos acontecidos.
En realidad, no sé por qué, pero mirar al pasado me entristece, quizás por la cantidad inmensa de buenos momentos que he tenido, pero también, por las personas que han formado parte de mi vida y que ahora no puedo compartir el tiempo con ellas, bien porque, como mi amiga, estén ilocalizables durante años, o bien porque ya hayan fallecido.
Para mí era sorprendente encontrarme con estas sensaciones que recorrían el cuerpo, como si de un repelús se tratase, como el provocado por la ingesta de una bebida fría tras un ejercicio continuado, pero dejándome una sensación placentera al final.
Me sentía nervioso como si tuviese quince años de nuevo, como si fuese la primera vez que iba a buscar a una chica a su casa, todo lo sentía con tanta intensidad y me sorprendía al verme tan nervioso.
¿Cómo sería mi amiga?, pues la última vez que la vi en persona era terminando la adolescencia, y en las fotos que he visto en internet sobre ella no se le parece demasiado, el pelo lo tenía de otro color, y usaba lentes.
Tuve que mirarla dos veces para poder apreciar esos rasgos que en mi juventud me habían enamorado, me había llegado a aprender cada centímetro de su cara, y ahora parecía tan cambiada.
Puede que sea fruto de los años, quizás de la experiencia, los buenos y los malos momentos de la vida dejan huella en el rostro, según me comentó una vez un psicólogo social.
Según este, mirando a una persona a la cara se puede saber qué tal le ha ido en la vida, si le ha tratado bien o mal, si ha sufrido o reído mucho, según me comentaba, cuando usamos un músculo frecuentemente lo tenemos más desarrollado.
Por nuestra cara y nuestra expresión podía saber qué músculos eran los que más usábamos y en función de ello determinar si habíamos estado más tiempo tristes o felices.
Quizás me había dejado llevar por mi imaginación, intentando anticipar el encuentro con ella, el cual no estaba seguro de que se produjese, pues una vez en San Petersburgo no tenía muy claro a dónde debía de dirigirme, puede que lo mejor hubiese sido ir directamente a verla.
Ella estaba en la región de Siberia Occidental desde dónde había enviado la fotografía con estos extraños colores, pero sería tan complicado y estéril mi labor de encontrarla como buscar una aguja en un pajar, pues la extensión de terreno era tan amplia que me llevaría más de un mes en recorrerlo todo, y eso claro, suponiendo que ella siguiese allí y no se había movido de aquella región.
Lo primero que debía de hacer cuando aterrizase era asegurarme de que ella había entrado en el país, era una tarea difícil, pero supongo que desde la embajada me podrían ayudar, ya que ellos deben de llevar un registro de los ciudadanos que acceden.
Otra posibilidad sería pedírselo al gobierno ruso, pero con qué autoridad lo podría hacer, ¿simplemente porque tengo curiosidad en localizar una antigua compañera?, no creo que fuese suficiente.
Según su director de tesis debía de estar en la Antártida, pero no entendía cómo se había salido de allí y por qué, y lo más intrigante, ¿por qué me había enviado esa foto?
Quizás fuesen demasiadas preguntas, por lo que decidí centrarme en lo que era seguro, un río contaminado con miles de peces muertos, y unas nieves de colores, quizás fuesen hechos aislados, pero al menos sabía por dónde empezar a buscar.
Mi director me pedía un artículo y lo primero que debía de hacer era cumplir con él, y luego aprovechar que estaba en el país para emprender mi búsqueda propia.
Unas pocas fotos de cada uno de los lugares y las declaraciones de los habitantes de la zona, serían suficientes para complementar la información oficial, la cual era bastante imprecisa afirmando que ambos casos aisladamente se trataban de unos fallos en alguna planta química que por error derramó sustancias contaminantes unas al río y otras a la atmósfera.
Esta era una lucha que había llevado a muchos grupos a protestar en los países industrializados dado el alto nivel de contaminantes que inicialmente arrojaban al medioambiente.
Ahora en estos países existen protocolos tanto para reciclar esos sobrantes para que el impacto medioambiental sea mínimo como para detectar fugas y poner en marcha planes de vacunación o evacuación de la población más próxima.
Sentía simpatía por estos grupos que denunciaban cuando algo no funcionaba como debía, en cuanto a medidas de seguridad y protección, aunque me parecía que en otras ocasiones abusaban de su poder, provocando daños a las industrias, necesaria para el progreso.
Quizás fuese difícil mantener el equilibrio entre lo que demandan y el progreso.
Personalmente quería dar un enfoque más humanitario a este artículo, aunque estaba dispuesto a escuchar a todos los que quisieran dar sus opiniones incluido a los grupos ecologistas, pero a mí me interesaba más el cómo lo había vivido la gente de a pie, los ciudadanos con los que se podía identificar el lector, aquellos que salen de sol a sol a trabajar, y que echan cuentas para poder llegar a final de mes.
Mirando por la ventana vi una gran mancha blanca, no era