Hay quienes dicen que tengo cabeza de hombre
y cuerpo de caimán.
Yo digo que mi corazón es bestial:
alimaña anómala que nada en el caos.
Un día copulé con una nereida y sus labios
eran flores de cristal legrando el pantano.
Anochecía y nos seguíamos apareando.
Ella gimió y yo le dije Te amo.
Me enamoré de la nereida y sus labios ligeros,
la sutileza de sus engarces inmolando mis escamas.
Fue la última noche que la vi en el río Magdalena
y deambulé en sus riberas para mi propio escarnio.
Los espectros fabulan sus propias leyendas
y proyectan sus frustraciones en mi vida.
Fisgones intermitentes que oscurecen el día,
tristes voyeristas alimentando la noche.
Pienso como un hombre y siento como bestia.
Cuando me transformo en hombre soy depravado,
produzco la sustentación de pálidos eslóganes.
Cuando me convierto en bestia soy sensitivo
y me enamoro de las criaturas del agua.
Cuando me convierto en hombre soy la bestia.
Cuando me aniquilo soy la resurrección de las ciénagas.
¿Soy un caimán con cabeza de hombre
o soy un hombre con cuerpo de caimán?
¿Cuándo degeneré mi naturaleza y me convertí en humano?
Cada día lucho por no trocar a monstruo.
Busco a la nereida entre los escombros
que originaron los estuarios de pesimismo.
Desde Plato hasta Bocas de Ceniza,
siempre me verán en las costas del Caribe.
EL KHARISIRI
(Balada silbada al viento desde Guaqui a Potosí)
Caen las sombras y despiertan sus entrañas.
(El lago Titicata es un hervidero de sonidos)
Las criaturas emergen con nueva piel.
(Las wacanas, wac, wac, emiten sus graznidos)
Coro
No mires sus ojos, sus cabellos rubios.
El demonio del altiplano.
El demonio de los aymaras.
No invoques su nombre, no digas su nombre:
Liqichiri, Phistaco, Ñaqaq, Khari Khari.
Los demonios ya no duermen.
Nunca viajes solo por los senderos de Achacachi.
(A veces no busca la grasa sino el tuétano)
Si no hay humanos se alimenta de alpacas.
(Primero te roba el ajayu, luego usa su maquinita)
Se repite el coro
No mires sus ojos, sus cabellos rubios.
El demonio del altiplano.
El demonio de los aymaras.
No invoques su nombre, no digas su nombre:
Liqichiri, Phistaco, Ñaqaq, Khari Khari.
Los demonios ya no duermen.
EL SILBÓN
(Monólogo de un llanero venezolano)
Sonido agudo impulsado por el aire
invade el silencio y rompe las tinieblas:
surge el espanto, los vellos se erizan.
La noche resplandece de oscuridad.
Silbido que rompe el solfeo,
un errante se arrastra a los lejos
entre las sábanas de niebla
proclama la llegada de la muerte.
Su silbo nace como fruto de dolor,
grito de asesino, quejido de parricida.
Maldecido por sus ancestros
carga la osamenta de su progenitor.
Vaga en las llanuras en tiempos de lluvia,
recorre Los Llanos en tiempos de sequía;
mientras descansa un ladrido lo espanta:
el perro Tureco lo sigue hasta el fin de los días.
El silbido penetra en los oídos e infunde frío,
persigue a las embarazadas y a los beodos.
Es largo y desgarbado como una hoz.
Camina con la mirada cabizbaja.
Usa un sombrero que tapa su vergüenza.
Usa una bolsa que curva su espalda.
Usa una pena que lo consume.
Usa un dolor que lo condena.
Si el silbido se escucha cerca,
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