El Perro de Santa. G.Z. Sutton. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: G.Z. Sutton
Издательство: Ingram
Серия:
Жанр произведения: Учебная литература
Год издания: 0
isbn: 9781944194130
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por un rato. Denby le preguntó a Santa cuál había sido su entrega más difícil. Y se dio cuenta que solo le gustaba oír hablar a este alegre hombre.

      —Sería hace diez años en los Everglades de la Florida —dijo Santa—. ¿Te acuerdas, Blitzen? Esos dos caimanes pensaban que les gustaría la carne de reno —dijo santa riéndose—. No fueron competencia para Donner y Blitzen pero tengo que admitir que si estaba asustado.

      Blitzen se veía orgulloso. Denby estaba impresionado. Ya estaba impresionado de ver que los renos eran capaces de volar. Y ahora se enteró que también eran capaces de hacerse cargo de caimanes.

      Siguieron volando. No se sentía como que el trineo viajaba a una gran velocidad, pero cada vez que Denby miraba hacia abajo, el paisaje era completamente diferente. Llevaban un tiempo impecable con las entregas.

      A medida que transcurría la noche, Denby se podía dar cuenta que Santa se estaba cansando. Parecía que se movía un poco torpe, así como cuando Denby despertó solo en el desierto. Santa no se había caído, pero se notaba que estaba perdiendo el equilibrio.

      —¿Está bien señor? —le preguntó Denby cautelosamente. Santa le explicó que tenía una infección en el oído.

      —No me siento muy bien —dijo Santa mientras le acariciaba la espalda—. Pero el tener un amigo aquí me ayuda bastante.

      Denby se preguntó si él también tenía una infección en el oído. Tal vez por eso se había sentido mareado.

      Mientras volaban al ras de las casas en la ciudad de San José en Costa Rica, un soldadito de hojalata se salió de la enorme bolsa y retumbó en un tejaban galvanizado, haciendo un fuerte ruido. Inmediatamente empezaron a ladrar cinco perros chihuahua. Con un fuerte ladrido, Denby hizo callar a los perros chihuahua.

      —Bien hecho —dijo Santa sonriendo—. Ya no me tengo que preocupar de algún mordisco cuando entregue los regalos.

      —Eso no suele suceder — dijo Santa—. El trineo tiene un escudo que impide que se caigan los juguetes o Yo. Es una capa protectora muy útil pero desafortunadamente está averiada. Alton, el duende encargado del trineo, no pudo arreglarlo a tiempo —se quejó Santa—. A veces me pregunto qué le pasa. Parece que cada vez es más desorganizado y olvidadizo.

      —¿A veces? —dijo Blitzen con un tono sarcástico.

      —No seas inclemente —dijo Santa con un tono fuerte. Blitzen agachó la cabeza.

      —Lo siento Santa —dijo con una voz suave.

      —No causaste daño, mi amigo —le contestó Santa. Blitzen se miró aliviado y asintió con la cabeza.

      Santa se dio la vuelta para revisar su saco mientras que el trineo volaba por el cielo, el océano deslizándose debajo de ellos. Santa soltó un quejido mientras buscaba en la bolsa.

      —¿Qué pasa? —dijo Denby, preocupado que el oído le estuviera causando dolor a Santa de la misma manera que la herida en su cabeza le había causado previamente un dolor de cabeza a él.

      —Algunos regalos no se clasificaron correctamente. Vamos a tener que volar hacia el Este antes de ir hacia el Norte. Debimos de haber entregado estos regalos temprano en el viaje. ¡Qué fastidio!

       Capítulo Tres

      El invierno se hacía sentir por toda la parte noroeste de Norte América. Una mezcla de lluvia, nieve y viento hacía muy difícil viajar en el trineo de Santa.

      Esta era la segunda parada de Santa por estos rumbos. Si los regalos para el área de Hartford en Connecticut hubieran estado ordenados correctamente, Santa y su equipo ya estarían de regreso en el Polo Norte en este preciso momento. Santa estuviera calientito en su cama y su oído doliente estuviera tapado con un algodón empapado en un elixir que la Señora Claus preparaba para curar todos las enfermedades que causaba el invierno. Deseaba tanto darle la vuelta al trineo y regresar a casa, pero Santa tenía que hacer lo correcto. Su corazón se llenaba de cariño cada vez que leía todos los nombres de los buenos niños y niñas del mundo. Si no le entregaba un regalo a cada niño bueno del mundo sería como perder una parte de su corazón.

      —Los niños confían en nosotros. —le había dicho a Denby más de una vez. El saber esto no hacía el trabajo más fácil. La infección del oído que tenía Santa le afectaba el equilibrio. Cada vez que se estiraba para sacar juguetes del interminable saco, se mareaba y sentía que la cabeza le daba vueltas.

      —Ojalá Charvat Blair estuviera aquí para que me diera una poción para curar este terrible mareo.

      —¿Quién es Charvat Blair? —preguntó Denby.

      —Oh, ya la conocerás. Ella hace hechizos y pociones para nosotros en el Polo Norte y para otras personas. Desafortunadamente, a causa de un error que cometió, sus poderes solo funcionan entre Halloween y Nochebuena —dijo Santa mirando su reloj—. Pero creo que de cualquier manera no podría ayudarme porque ya es Navidad. Aunque los elíxires de la Señora Claus funcionan bien, no se comparan a lo que Charvat Blair es capaz de hacer. Charvat no es una persona muy fiable pero su magia es pura y poderosa, cosa que no es sorprendente cuando uno considera que ella es descendiente de un largo linaje de obreros de la magia. Se dice que los duendes irlandeses, los Leprechauns, le dieron los poderes mágicos a sus antepasados, lo que tal vez explique su costumbre de hacer cosas que causan problemas. Los duendes irlandeses son creaturas traviesas.

      El alba se aproximaba. Santa se apresuraba. Era una carrera contra el sol.

      Por fin Santa detuvo el trineo. Sobrevolaba encima de un alto edificio de apartamentos en Hartford. Denby observó a Santa abrir el saco para sacar más regalos. El viento soplaba tan fuerte que producía un rugido. A Denby no le gustaba como se estaba moviendo el trineo. El trineo se tambaleaba mientras Santa juntaba cajas y paquetes. De repente, el trineo se inclinó hacia un lado. Santa comenzó a gritar mientras que se resbalaba hacia el vacío.

      Sin pensarlo, Denby reaccionó. Se aventó hacia la orilla del trineo y con las cuatro patas se equilibró. Con sus dientes agarró el abrigo de Santa y lo jaló con todas sus fuerzas. Sus garras rasguñaron el trineo buscando fricción y sus dientes apretaron el borde de terciopelo rojo y blanco del abrigo de Santa. Santa era un hombre macizo que pesaba mucho más que Denby, pero aun así Denby encontró la fuerza para aferrarse. Escuchó a los renos gritar con alarma, escuchó miedo en sus voces y entonces jaló con más fuerza. Santa logró aferrarse de la orilla y con mucho esfuerzo y la ayuda de Denby, pudo lograr subir de regreso al trineo.

      —¡Uff! —dijo Santa, acostado en el fondo del trineo—. ¡Eso estuvo cerca!

      —¡Demasiado cerca! —dijo Blitzen—. ¿Estás bien, Santa? ¿Y tú Denby?” —La voz del reno estaba temblorosa.

      Con dificultad, Denby logró abrir su mandíbula y soltó el abrigo de Santa. Sus dientes estaban entumecidos y sus piernas estaban temblando.

      —Creo que estoy bien —dijo el perro. Pero no estaba seguro de eso. Se sentía muy raro.

      —Yo también —dijo Santa mientras se ponía de pie—. ¡Por Dios Denby! Si no hubieras estado aquí, me hubiera caído. —El gran hombre se acercó a Denby y le dio un fuerte abrazo.

      —Gracias, Denby.

      Aunque Denby no recordaba su pasado, sabía que nunca en su vida había sido tan feliz. Había sentido la gratitud y el amor de Santa. Ese sentimiento de felicidad era tan fuerte que lo siguió sintiendo por el resto del viaje.

       Capítulo Cuatro

      Denby había visto lo suficiente durante el viaje para saber que la casa de Santa en el Polo Norte