Por el otro lado, los efectos corporales no comprueban que las emociones que los han producido sean espirituales. Emociones fuertes que no tienen orígenes espirituales también pueden afectar poderosamente al cuerpo. Por lo tanto, no podemos valernos de simples reacciones corporales como pruebas de que nuestra experiencia haya sido de Dios. Tenemos que tener alguna otra manera de evaluar la naturaleza de nuestras emociones.
[Nota: Edwards se esfuerza en casi todo este capítulo para demostrar que las emociones espirituales sí pueden producir fuertes reacciones físicas, sin decir que siempre, ni aun normalmente, lo hagan. Debemos recordar que el contexto en el cual escribía era el de uno de los avivamientos más grandes que se haya conocido en la historia de la iglesia, momento cuando la gente estaba muy propensa a desmayarse, llorar, y temblar bajo la poderosa predicación de la palabra de Dios.
A Jonathan Edwards le preocupaba defender la integridad del avivamiento frente a la acusación de que tales fenómenos físicos eran prueba de que todo no era más que una mera histeria. Tal vez en nuestros días, que hasta ahora no han sido de avivamiento, Edwards hubiese alterado en algo su énfasis para resaltar que la mucha actividad física en la adoración no es garantía alguna de que ésta sea genuina ni de que el Espíritu Santo esté presente. --N.R.N.]
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