Las historias, realidades y verdades de la Escritura no están siempre muy claras y en orden. Creo que también debemos estar alegres por ello. Después de todo, en la vida real, todo suele estar poco claro y muy desordenado. Las vidas que descubrimos en las páginas de la historia de Dios pueden llegar a ser muy complicadas y preocupantes al igual que la nuestra. El mundo que Dios ve y registra en la Biblia se desarrolla lleno de pecado y discordia, exactamente como el mundo en que vivimos hoy en día. Él describe las realidades de la vida humana con dura honestidad. Se rehúsa a bajar el tono. Nos ayuda a ver el mundo exactamente de la manera que es.
Luego, nos ayuda a dar sentido a la vida a través de su Palabra. Puede que él no nos de todas las respuestas, pero nos ofrece suficientes respuestas correctas para tener claridad, una vida fructífera y santidad con el paso del tiempo. Las Escrituras revelan quién es Dios y cómo opera en un universo que se rompe en pedazos. Nos muestra cómo lo está colocando nuevamente todo en su lugar a través de su gracia redentora para que nos maravillemos y adoremos—él está reuniendo todo a través de Jesucristo:
Por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud, y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz (Colosenses 1:19-20).
Mi esperanza y oración al escribir este tratado es demostrar cómo la Palabra de Dios nos habla claramente en medio de una agresión dolorosa e incluso después, y cómo el amor y la gracia soberana de Dios en Jesucristo proveen una firme esperanza eterna y un consuelo inexplicable para el afligido. Estaremos observando una pareja, una sesión de consejería y un salmo, orando que Dios nos de la gracia para mirar la profundidad de su sabiduría y amor para que podamos vivir victoriosos tras un ataque de abuso.
LA VIDA QUE PATRICIA HABÍA CONOCIDO
La historia de Patricia era larga y dolorosa. Las palabras no pueden describir la realidad de lo que ella había experimentado, ni cómo su vida se desarrolló tras un ataque de abuso. Uno de sus hermanos mayores abusó sexualmente de ella por varios años, entrando en su habitación en medio de la noche, obligándola a tocarle y él desvergonzadamente tocándola con amenazas de que mataría a su conejito que tenía como mascota si alguna vez le descubría. Todo esto sucedió antes de cumplir los ocho años. Uno de sus tíos maternos la agredió sexualmente durante su estancia de un mes con su familia y luego la violó en la última noche de su estancia. Patricia solo tenía nueve años. Su tío se fue y nunca lo volvió a ver. Su madre “se hizo de la vista gorda”. Su padre estaba borracho y no quiso intervenir. Su hermano mayor se enteró de su violación y se burló.
Así que Patricia se lo guardó todo dentro. Durante su adolescencia se sintió atraída por chicos mayores, orgullosos y populares. Si ellos le ofrecían algo de atención, entonces ella abiertamente les ofrecía su cuerpo. Fue pasando de novio en novio. No era poco común que Patricia pasara toda la noche fuera. Nadie parecía extrañarla en casa. Después de despertar una mañana en la casa de un completo extraño, desnuda, con resaca y con diecisiete años, rodeada de otras personas semidesnudas e inconscientes en el suelo, Patricia se sintió desesperanzada y humillada. En ese momento, recordaba ella, deseó la muerte.
Por la gracia de Dios Patricia no tomó la vida en sus manos, sino que aceptó una invitación para asistir a un retiro de iglesia la semana siguiente. Durante esa semana escuchó el evangelio por primera vez. Alguien le dijo: “La sangre de Cristo pagó completamente tus pecados”. Ella podía ser “perdonada, limpiada y una nueva criatura en Cristo”. Se trataban de noticias demasiado buenas como para ser verdad. El Espíritu la ayudó a creer esas noticias y creer en Cristo para salvación. Su vida fue cambiando poco a poco. Algunas piadosas mujeres mayores que ella la comenzaron a buscar en la iglesia para pasar tiempo juntas en la Palabra. Su hogar seguía siendo un desastre, pero a ella ya no le importaba más. Sus conocidos de tiempo atrás comenzaron a despreciarla y a burlarse de ella, pero en ese tiempo no le preocupaba. Esta nueva esperanza en Cristo bien valía la pena.
La vida continuó y Patricia gastó mucha energía en dejar su pasado atrás. La vergüenza, el disgusto y la ira que había sentido por muchos años, como si se tratara de un cáncer, “entró en fase de remisión”. Ya no hablaba de ello nunca más. En su dieciocho cumpleaños, abandonó su casa para siempre. Gracias a que trabajaba muy duro en varios trabajos, Patricia podía costearse el vivir con unas amigas y comprar un auto. Dos años más tarde, conoció a Carlos. Los dos se enamoraron, se comprometieron un año más tarde y se casaron.
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