Cabe comentar que, en Israel, existen contratistas que reciben permisos para emplear a un número limitado de trabajadores provenientes del exterior, considerados mano de obra barata. Pero junto con ellos conviven verdaderos traficantes de personas, tanto en los países expulsores como en los receptores de distintos puntos del planeta, que les cobran dinero a los trabajadores migrantes para llevarlos a destino. A ellos se suman quienes llegan como turistas sin un permiso de trabajo ni la documentación legal requerida para desarrollar ese tipo de tarea. La situación de amenaza e inseguridad propia de Medio Oriente, las escaladas sangrientas en el conflicto palestino-israelí, los atentados -varios de los cuales pusieron en situación de alto riesgo a los habitantes de barrios donde suelen vivir y alojarse extranjeros- no intimidan a estos inmigrantes que llegan desde zonas que se encuentran sujetas a una situación de extrema pobreza, violencia e indefensión en sus países de origen. Este alejamiento geográfico implica un cruel distanciamiento afectivo de familiares significativos, tales como hijas e hijos, parejas, madres y padres, así como también de espacios conocidos, rincones apreciados y costumbres del lugar de origen. Viven en un país donde el idioma predominante, el hebreo, presenta serias dificultades en términos de lectura, escritura y expresión oral. En el caso de los adultos, el aprendizaje de la lengua hebrea no se realiza en forma sistematizada. Todo ello con el agravante de sentirse ajenos al país de arribo, confrontados con el sentimiento de pérdida y con sus derivaciones sintomáticas -en algunos casos como consecuencia del desarraigo- y con las dificultades tanto concretas como psíquicas de adaptación al medio.
Mesila es un órgano dependiente de la municipalidad de Tel Aviv dedicado a prestar ayuda social, educacional y sanitaria, cuyos asistentes sociales se ocupan de derivar a psicoterapia a trabajadores y trabajadoras migrantes. También existe un activismo de voluntarios de distintas extracciones sociales y profesionales que ayudan a los trabajadores migrantes por fuera de las instituciones oficiales. Israel es un país de recepción, pero también de violencias complejas y abiertas. Conviven en él culturas de las más diversas extracciones y orígenes, donde las tensiones cotidianas confluyen con las incesantes creaciones culturales, en los distintos ámbitos del acontecer social, y en las construcciones de bienes económicos y sociales. Es desde este intrincado entramado histórico-social que escucho e intento prestarles un servicio psicoterapéutico en mi consultorio a trabajadores temporarios sudamericanos, quienes suelen llegar a consulta a partir de una situación de crisis o desde un sentimiento de insoportabilidad expresado como violencia doméstica, separaciones, problemas de convivencia, repentinos ataques de pánico, crisis de ira, episodios confusionales y depresiones. También he visto a pacientes que presentaban claros cuadros de estrés postraumático producido por la migración. En general, se trata de consultas de orientación o de intervención en crisis dentro de un encuadre focalizado, ya que no resisten tratamientos extensos. Suelen hablar poco y, además del motivo que los trae a la consulta, se halla presente en la mayoría de los consultantes el temor a ser deportados por su estatus de ilegalidad. Es esta una situación temida y, en algunos casos, encubiertamente deseada por la dificultad de elaborar pérdidas y por la nostalgia de las características que revisten los lazos sociales en el país de origen.
En su necesidad de afincarse, suelen tener una amiga, un amigo o un pariente que los asesora y aconseja, y a su vez cada uno es transmisor de experiencias y modalidades. Llegan con la idea de volver a su país. Vienen a salvarse de la pobreza; tienen “objetivos mentalistas”1 para explicar los motivos manifiestos por los cuales se encuentran en el país de arribo y, a la vez, la decepción que les produce vivenciar las contradicciones afectivas de las cuales sus síntomas o sus conflictos interpersonales dan cuenta. Juntan dinero y lo envían a sus allegados. Sueñan con comprarse una casita, un terreno o asegurar el porvenir educativo de sus hijas e hijos cuando se produzca el ansiado regreso. Huyen de la desesperación e intentan buscar una salida digna a sus carencias. Para ello, el dolor de la distancia es mitigado por la fuerza de la ilusión. Algunas veces logran cumplir sus objetivos y, luego de varios años de empeño y trabajo, parten con la suma que les permitirá comprar el terreno o la casa, y de esta manera se incluirán nuevamente en el país de origen. Otras, la ilusión y el proyecto quedan truncos por algún factor inesperado de la realidad cambiante, y los objetivos por los cuales llegaron aquí nunca se cumplirán. Es allí donde irrumpe la crisis y -en el decir colombiano- “el desespero”.
Intentaré ilustrar de una manera más concreta las situaciones descriptas hasta ahora, compartiendo a continuación dos relatos breves desde la clínica.
Nico
Un hombre de 35 años dejó a su esposa y a sus dos hijos en Bogotá. Durante el período de estadía y trabajo en tareas de limpieza en Israel, iba enviando en forma continua sumas de dinero “para la casita”. Por relatos de parientes lejanos, supo que su mujer le entregaba el dinero a su padre, y él lo destinaba a la subsistencia. Nico comenzó a experimentar estados depresivos, ataques de odio, crisis de ira y una gran desilusión. Sentía que su esposa lo había traicionado. Repetía sin cesar la frase: “Entonces... ¿para qué vine?”. Analizando en forma conjunta lo deseado diferente de lo posible, intentó aceptar su realidad con mucha tristeza. Dolido por la imposibilidad de conseguir lo que había planificado, gracias al trabajo realizado en las sesiones, trató de replantear su estadía, aceptando pérdidas tanto reales como imaginarias.
Rudy
Una pareja vino a consulta cuando el hombre entró “en desespero” (palabra con la que nombraba frecuentes crisis de angustia). Habiendo dejado a sus dos hijos de corta edad en Bogotá dos años antes, cuando decidieron emigrar temporariamente a Israel, se enteraron de manera indirecta, a través de un amigo, de que su madre -y abuela de los chicos- había decidido emigrar a Florida y llevarlos con ella sin consultarles previamente. La mujer, a quien llamaremos Andrea, hablaba de resignación y rezaba diciendo: “Nuestros hijos pueden ir a un buen colegio y estudiar con el dinero que les enviamos”. El hombre lloraba y se desesperaba pensando que su madre no había respetado lo que habían acordado previamente, desautorizándolo como padre ante las criaturas. Además de los síntomas de angustia y desesperación que presentaba Rudy, ambos integrantes de la pareja habían comenzado a maltratarse y a adjudicarse culpas recíprocamente. Mientras tanto, siguieron trabajando en tareas de limpieza, durmiendo poco, y conversando mucho entre ellos con resignación y dolor por el sufrimiento psíquico vivenciado al emigrar y vivir en un país que no era el propio, pero donde -temporariamente- les era posible trabajar y ganar dinero. El proceso terapéutico consistió en promover la aceptación de las diferencias entre lo imaginado y la sucesión de hechos en una realidad distinta. También se trabajó la flexibilización de los objetivos, situación que implicaba aceptar renuncias y elaborar redefiniciones en el modo de llevar adelante sus vidas. Realizamos este trabajo en conjunto, durante doce sesiones de intervención en crisis.
Comentario
Como todo inmigrante, los latinoamericanos buscan la manera de adaptarse a la nueva