¿Se agota el propósito de la vida en ella misma o se encuentra más bien al servicio de la sociedad como unidad de vida mayor a la que pertenece?
¿Existen razones en el ámbito de la espiritualidad y la trascendencia que tienen las claves para estos dilemas?
Sin duda el ser humano cuenta con un nivel de consciencia sobresaliente en el mundo animal. Nuestra consciencia nos hace caer en la cuenta de nuestra presencia y encaje en el mundo, en nuestro entorno, además de informarnos de lo que realmente y en última instancia nos mueve, nuestras motivaciones. La consciencia en sí misma está libre de todo juicio pues su función no es de juicio sino de constatación de lo que somos y sentimos, lo que nos ocurre, lo que nos gusta y disgusta, etc. Pero sin duda ella nos ayuda a encontrar dentro de la profundidad de nuestro interior lo que cada uno de nosotros valoramos.
Y ese alto nivel de consciencia nos permite hacernos preguntas como las anteriores cuya respuesta no puede recaer en la ciencia sino en la filosofía, y sobre todo en la espiritualidad y en el ámbito de la dimensión trascendente del ser humano. Son precisamente esa dimensión trascendente y ese alto nivel de consciencia los que hacen muy diferencial al ser humano respecto de otros animales.
Se trata de una dimensión y una consciencia sin duda muy evolucionadas a lo largo de la historia de nuestra especie. La llamada «filogenia» no es sino la acumulación de información y experiencia en nuestros genes a través de las generaciones. Es una información recibida de nuestros antecesores en el nacimiento. Es en definitiva el enriquecimiento creciente de nuestra programación genética, generación tras generación, que se va incorporando a nuestros genes desde nuestra concepción. Es supuestamente una mejora para hacernos más aptos para la supervivencia en los cambiantes entornos en los que se desarrolla la vida. En virtud de las leyes de la evolución, como parte de la selección natural, quienes tienen mayores oportunidades de sobrevivir (o hacerlo exitosamente) y mantener su especie serán preferentemente quienes ya han incorporado a su «equipamiento de serie» (sus genes) ciertos conocimientos o mecanismos que nos hacen más aptos para esa supervivencia. Los menos aptos sobrevivirán menos al estar peor adaptados al entorno cambiante, y por tanto engendrarán menos descendientes que los más preparados para la superveniencia. Es sencillamente la evolución y la lucha por la supervivencia en la que tanto trabajó Charles Darwin. Y por ello deduzco que los altos niveles de consciencia del ser humano alcanzados a lo largo de la Historia de la humanidad han contribuido de forma relevante a nuestra supervivencia y desarrollo como especie.
Pero además de la evolución genética o transgeneracional de nuestras conciencias, no cabe duda de que nuestro nivel de consciencia evoluciona normalmente a lo largo de la vida de cada uno. En general una persona madura tiene desarrollado un mayor nivel de consciencia que un adolescente. La experiencia de la vida y nuestro desarrollo y trabajo en el autoconocimiento incrementan nuestro nivel de consciencia, lo que nos coloca en un estadio evolutivo superior. Soy por ello un gran impulsor de la importancia de la inversión de esfuerzo por todos en autoconocimiento y en incrementar nuestro nivel de consciencia. Y este es el punto de partida para la causa principal a la que pretende contribuir este libro orientado a conocernos y saber vivir.
Nuestro código moral
La condición moral es propia del ser humano. Necesitamos encajar nuestras actuaciones en comportamientos que consideramos legítimos. Ser seres sujetos a una moralidad nos hace tremendamente humanos.
Se discute muchas veces si existe o no un derecho natural o una moral más allá de los códigos morales que el propio hombre haya podido crear. Es decir ¿hay un código o derecho natural por encima de cualquier creación o convención del hombre? Personalmente pienso que todas las reglas y principios morales y de convivencia no son tanto naturales y eternas sino consecuencia de la conveniencia en cada momento de los grupos en los que dichas normas se encuentran vigentes. Pero a efectos de este libro lo relevante no es la discusión sobre si las normas o principios morales provienen o no del derecho natural y son creaciones superiores al hombre. La relevancia debemos ponerla en la constatación de que el hombre vive convencido de la existencia de unas u otras normas o imperativos morales que deben cumplirse.
Todas las personas (salvo aquellas que no pueden considerarse normales) buscamos la legitimidad y la justificación de nuestras actuaciones. Y tan pronto como sentimos que hemos realizado algo que «no es correcto», desatamos una actividad racional importante para encontrar argumentos o justificaciones para construir un relato justificador de nuestro actuar como legítimo o moralmente adecuado. No aceptamos ser mirados como personas que hemos actuado «indebidamente» cuando nuestro fuero interno siente que es cierto que nuestro actuar no ha sido correcto. Lo sentimos pero no lo aceptamos y por ello construimos internamente relatos auto-justificadores de nuestra conducta. Trataremos este tema con mayor profundidad en el Capítulo 4 que trata sobre el comportamiento social.
La evolución de nuestra especie ha desarrollado e impregnado con fuerza en el ser humano la costumbre de someter todo a juicio para categorizar las cosas (haciendo una simplificación) en buenas o malas. Tendemos a clasificar inconscientemente las cosas como buenas o malas según nuestros valores, experiencias pasadas y la perspectiva desde la que las juzgamos. Más allá de esa clasificación, a lo largo de nuestra evolución nuestra capacidad para categorizar se ha ido incrementando, encontrándose muy vinculada con el nivel de desarrollo de nuestra corteza prefrontal. Que una persona sea capaz de clasificar en dos, tres o cincuenta categorías es algo dependiente de su historia de aprendizajes, de la experiencia que va «esculpiendo» ese sistema de clasificación, en gran medida alojado en esa corteza prefrontal.
En paralelo nuestros valores están sujetos a una evolución que se produce tanto en el plano social transgeneracional a lo largo de la historia de una comunidad social como en el plano individual a lo largo de la trayectoria de cada una de nuestras vidas.
En cuanto a la evolución transgeneracional, al igual que he explicado en relación con la consciencia, nuestro entorno social ha ido evolucionando y conformando un sistema individual y social de valores y pautas de convivencia que a su vez va contribuyendo al desarrollo de sistemas internos individuales de valores capaces de convivir (cada uno a su manera) con el sistema social de valores. La evolución social y la evolución genética, generación tras generación, son determinantes de estructuras cerebrales preparadas para vivir y administrar valores. Pero ¿incluye esa evolución el desarrollo y arraigo interno de valores concretos con sustancia propia y más predominantes? Mi observación del mundo me lleva a concluir que en general los valores de cada persona se perfilan en una mayor parte con su educación utilizando las plataformas neuronales pre-programadas con las que nacemos para hacer uso de ellas. Pero existe otra parte de esas plataformas que incorpora valores arraigados que se trasmiten genéricamente como mecanismo de protección de la especie. Se me ocurre pensar, por ejemplo, en el valor relacionado con el respeto y la honra a nuestros muertos que parece haber perdurado a lo largo de la Historia de la humanidad, seguramente por el efecto positivo que tiene en los vivos.
En el plano más operacional podemos apreciar con nuestra simple observación que si algo se acerca rápidamente hacia nosotros, antes de identificarlo como peligroso o seguro se inician respuestas automáticas de defensa (golpearlo) o alejamiento (esquivarlo) como forma de protección física de nuestro cuerpo. En ello también la evolución nos muestra cómo si ese objeto presenta una serie de características (aprendidas por nuestros ancestros), la reacción es muy rápida. Por el contrario, ante estímulos que no las presentan la respuesta no es tan rápida.
Haciendo un símil podría decirse que nacemos con herramientas o software informático, pero en versión virgen, para ser usadas con la información que vayamos suministrándole para conseguir la funcionalidad o el valor concreto que decidamos o que las circunstancias nos determinen. Nacemos con un Excel pero lo podemos usar para administrar un valor u otro, metiendo unos u otros datos en función de las interacciones con nuestro entorno en forma de vivencias y experiencias, tanto buenas como malas. Y prueba de ello son los distintos códigos de valores que existen en distintos grupos sociales o raciales… La observación de fenómenos