Dios llama a los hombres a oponerse a los poderes del mal. Dice: “No reine el pecado en vuestro cuerpo mortal, para obedecer a sus malos deseos. Ni tampoco ofrezcáis vuestros miembros como armas al servicio del pecado, sino ofreceos a Dios, como quienes han vuelto de la muerte a la vida; y ofreced vuestros miembros a Dios por instrumentos de justicia”.15
La vida del cristiano es una lucha. Pero “no tenemos lucha contra sangre y carne; sino contra principados, contra potestades, contra dominadores de este mundo de tinieblas, contra malos espíritus de los aires”.16 En este conflicto de la justicia contra la injusticia, sólo podemos tener éxito mediante la ayuda divina. Nuestra voluntad finita debe ser sometida a la voluntad del Infinito; la voluntad humana debe unirse a la divina. Esto traerá al Espíritu Santo en ayuda de nosotros, y cada conquista tenderá a la recuperación de la posesión comprada por Dios, a la restauración de su imagen en el ser.
La ayuda del Espíritu Santo
El Señor Jesús actúa mediante el Espíritu Santo, pues éste es su representante. Por su medio infunde vida espiritual en el ser, avivando sus energías para el bien, limpiándola de la impureza moral, y dándole idoneidad para su reino. Jesús tiene grandes bendiciones para otorgar, ricos dones para distribuir entre los hombres. Es el Consejero maravilloso, infinito en sabiduría y fuerza, y si queremos reconocer el poder de su Espíritu y someternos a ser amoldados por él, nos haremos completos en él. ¡Qué pensamiento es éste! En Cristo “habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad. Y vosotros estáis completos en él”.17 El corazón humano nunca conocerá la felicidad hasta que se someta a ser amoldado por el Espíritu de Dios. El Espíritu conforma el ser renovado al modelo, Jesucristo. Mediante la influencia del Espíritu, se transforma la enemistad hacia Dios en fe y amor, el orgullo en humildad. El ser humano percibe la belleza de la verdad, y Cristo es honrado por la excelencia y perfección del carácter. Al efectuarse estos cambios, prorrumpen los ángeles en arrobado canto, y Dios y Cristo se regocijan por las personas formadas a la semejanza divina...
El precio de la victoria
La lucha entre el bien y el mal no se ha vuelto menos fiera de lo que era en los días del Salvador. El camino al cielo no es más liso ahora que entonces. Debemos apartar todos nuestros pecados. Debemos abandonar toda indulgencia predilecta que obstaculice nuestro progreso espiritual. Si el ojo derecho o la mano derecha son causas de ofensa, debemos sacrificarlos. ¿Estamos dispuestos a renunciar a nuestra propia sabiduría y a recibir el reino de los cielos como niñitos? ¿Estamos dispuestos a deshacernos de nuestra propia justicia? ¿Estamos dispuestos a sacrificar la aprobación de los hombres? El premio de la vida eterna es de valor infinito. ¿Estamos dispuestos a dar la bienvenida a la ayuda del Espíritu Santo y a cooperar con él, haciendo esfuerzos y sacrificios proporcionales al valor del objeto a obtenerse? (Review and Herald, 10 de febrero de 1903).
14 Romanos 2:10
15 Romanos 6:12, 13.
16 Efesios 6:12.
17 Colosenses 2:9, 10.
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El esfuerzo especial de Satanás
Me ha sido mostrado que debemos estar en guardia por todos lados y resistir con perseverancia las insinuaciones y estratagemas de Satanás. Él se ha transformado en un ángel de luz y esta engañando y llevando cautivos a miles. Es tremenda la ventaja que saca de la ciencia de la mente humana. Aquí, bajo la apariencia de serpiente, se arrastra imperceptiblemente para corromper la obra de Dios. Hace humanos los milagros y las obras de Cristo.
Si Satanás hiciese un ataque abierto y atrevido al cristianismo, llevaría al cristiano afligido y agonizante a los pies de su Redentor, y el poderoso y fuerte Libertador haría huir atemorizado al osado adversario. Pero Satanás, transformado en ángel de luz, obra sobre la mente para seducirla y apartarla del único camino seguro y recto. Las ciencias de la frenología, la psicología y el mesmerismo han sido el conducto por el cual Satanás se ha allegado más directamente a esta generación, y ha obrado con ese poder que iba a caracterizar su obra hacia el fin del tiempo de gracia.
Al acercarnos al fin del tiempo, la mente humana es afectada más fácilmente por los ardides de Satanás. Este induce a los mortales engañados a atribuir las obras y los milagros de Cristo a principios generales. Satanás ha ambicionado siempre falsear la obra de Cristo y establecer su propio poder y sus pretensiones. Por lo general, no lo hace abierta y osadamente. Es astuto, y sabe que el medio más eficaz de efectuar su obra consiste en presentarse al pobre hombre caído, en forma de ángel de luz.
En el desierto, Satanás se presentó ante Cristo en forma de hombre joven y hermoso, más parecido a un monarca que a un ángel caído. En su boca traía las Escrituras. “Escrito está”, etc., le decía. Nuestro Salvador, doliente, le hizo frente con la Escritura, diciendo: “Está escrito”.18 Satanás sacó ventaja del estado débil, doliente de Cristo, quien tomó sobre sí nuestra naturaleza humana...
La confianza propia es fatal
Si Satanás consigue nublar y engañar la mente humana de tal manera que induzca a los mortales a pensar que hay en ellos poder inherente para realizar obras grandes y buenas, éstos dejan de confiar en que Dios hará en favor de ellos lo que creen poder hacer por sí mismos. No reconocen un poder superior. No dan a Dios la gloria que él reclama y que se debe a su grande y excelente majestad. De este modo se realiza el intento de Satanás. Se alegra de que el hombre caído se exalte presuntuosamente, así como él se exaltó en el cielo y fue expulsado. Sabe que si el hombre se exalta a sí mismo, su ruina es tan segura como lo fue la suya.
La destrucción de la confianza
Él [Satanás] ha fracasado al tentar a Cristo en el desierto. Se ha consumado el plan de salvación. Ha sido pagado el caro precio para la redención del hombre. Y ahora Satanás trata de arrancar el cimiento de la esperanza del cristiano, y dirigir las mentes de los hombres por otro cauce, de modo que no sean beneficiados ni salvados por el gran sacrificio ofrecido. Él induce al hombre caído, mediante “todo tipo de maldad”,19 a creer que puede muy bien arreglarse sin propiciación; que no necesita depender de un Salvador crucificado y resucitado; que los méritos propios del hombre le darán derecho al favor de Dios; y luego destruye la confianza del hombre en la Biblia, sabiendo bien que está seguro si tiene éxito en esto, y es destruido el detector que lo señala.
Afirma en las mentes la ilusión de que no hay demonio personal, y los que creen esto no se esfuerzan por resistir lo que no existe y luchar contra ello; así, los pobres y ciegos mortales adoptan finalmente la máxima: “Todo lo que existe está bien”. No reconocen regla para medir su conducta. Satanás induce a muchos a creer que la oración a Dios es inútil, que no es sino una forma. Bien sabe él cuán necesarias son la meditación y la oración para mantener despiertos a los seguidores de Cristo para que resistan su astucia y sus engaños. Los ardides de Satanás apartarán la mente de estas prácticas importantes para que la persona no se apoye en el Poderoso para recibir ayuda y obtener fuerza para resistir sus ataques...
Convendrá a sus propósitos que descuidemos la práctica de la oración, pues entonces se aceptan más fácilmente sus maravillas mentirosas. Al presentar sus tentaciones engañosas al hombre, Satanás cumple el objeto que no pudo realizar al