Los autores clásicos desde Teócrito, Lucano, Ovidio, Horacio, Apuleyo, Petronio etc., describen una y otra vez ejemplos de hechiceras, auténticas brujas alcahuetas, conocedoras de hierbas y pócimas a base de sustancias animales de las que no son ajenas, huesos, entrañas, sangre... incluso humana, que conseguían metamorfoseándose en animales (pájaros, hombres lobo, etc.), siempre según dichos autores, los cuales no dejan mostrar su escepticismo ante dichas transformaciones e incluso en ocasiones hacían chanza de sus actuaciones.
Otros autores ponen su énfasis en que la brujería no es sino la persistencia de un culto precristiano, en especial, celta. Las brujas llegaron a confundirse con las druidesas. Podían desencadenar tempestades, comunicarse con las fuerzas y divinidades ocultas, fabricar filtros misteriosos que podían matar o curar mediante la confección de misteriosos brebajes.
En el escenario celta existieron unas denominadas “vírgenes negras”, plasmación del elemento femenino que habitaban cuevas subterráneas, cerca de los apreciados manantiales o lagunas y que después pasarán al mundo germánico y escandinavo. Los celtas adoraron también a un dios cornudo (Cerunnos), símbolo de la luna creciente, en principio benéfico y como la brujería es un culto lunar, sería la representación de la diosa Luna o Selene. El hombre con cuernos podría ser una combinación simbólica del dios y la diosa ya que muchos dioses antiguos eran bisexuales.
Así pues, tenemos testimonios en la antigüedad clásica de la creencia en ciertas mujeres (no siempre necesariamente viejas), capaces de transformarse a voluntad y transformar a los demás en animales, que podían realizar vuelos nocturnos sin ser vistas, expertas en la fabricación de hechizos para hacerse amar o para hacer aborrecer a una persona, podían provocar tempestades y enfermedades, tanto en animales como en seres humanos. Estas mujeres se reunían en lugares determinados durante la noche a quien invocaban, junto con
Hécate o Diana (antecedentes de lo que con el tiempo serían los sabbats o aquelarres). Eran expertas no solo en la fabricación de venenos, sino en la de afeites y sustancias para embellecer y también eran utilizadas como mediadoras en asuntos eróticos.
Las leyes paganas condenaron la hechicería como magia con fines maléficos desde las más antiguas de Roma, hasta las últimas dictadas todavía por autoridades no cristianas. El historiador Tácito nos narra el terror producido en Roma cuando se encontraron restos de hechizos atribuidos a la terrible enfermedad que llevó a Germánico a la muerte. El historiador Amiano Marcelino ha dejado constancia de las persecuciones practicadas por delitos por brujería en el Bajo Imperio.
Las mujeres y la brujería
A lo largo de la historia hay que reconocer el papel de la mujer en el cuidado del cuerpo de los seres humanos. Su presencia es constante en el nacimiento, la alimentación y el vestido así como la atención a los enfermos y a los difuntos. El ejercicio de una medicina popular también ha estado, en general, en manos de las mujeres. En cuanto a las practicas de brujería, aunque hubo también hombres, se documentan muchas más mujeres en ellas, hasta fechas relativamente recientes, pero en el período antiguo y en el álgido de la brujería, esta descansaba en el sexo femenino.
Las mujeres dan vida, las manos de las mujeres curan y preparan la comida, hay en esto alguna cosa mágica, casi divina. A propósito de ello, el historiador romano Tácito en su Germania de finales del s. I d. C. escribe:
En Germania quien cultivaba la tierra (¡y en tantos otros lugares!) eran las mujeres, las cuales además tenían el cuidado no solo de su cuerpo y el de sus hijos, sino también el de los hombres. Estos a sus madres, a sus mujeres, muestran sus heridas y ellas no temen encontrarlas o examinarlas y llevan a los combatientes comida y ánimo.
Pero el texto aun va más allá, ya que en la sociedad, los hombres del grupo, les reconocían una autoridad moral: “Creen que hay en ellas algo divino y profético, no desprecian sus consejos y hacen caso de sus respuestas”.
Tácito afirma que los pueblos germánicos de su tiempo veneraban a alguna mujer casi como diosa y mencionan a Albruna y Veleda. Sin embargo, si por un lado existía un sentimiento de admiración, por otro lado, también había mucho de temor y miedo hacia los sortilegios que practicaban.
El Antiguo Testamento ya condena la brujería, por ejemplo, Moisés la prohibió específicamente y la vinculó en especial a las mujeres.
En los Eddas escandinavos podemos leer:
Huye del peligro de dormirte en brazos de la mujer hechicera, que no te estreche contra su seno. Te hará despreciar la asamble del pueblo y las palabras del príncipe; rehusarás el comer, huirás del trato con los demás hombres y te irás a dormir tristemente.
El complejo de Circe no ha dejado de planear sobre los hombres.
El cristianismo ante la brujería
La iglesia desde los primeros momentos condenó cualquier tipo de hechicería, sortilegio o brujería. Así San Paciano (360-390), que fue obispo de Barcelona, escribió una obra, desgraciadamente perdida, que tituló Cervulus para erradicar ciertas prácticas mágicas que era corriente realizarlas con la llegada del nuevo año y que al parecer se seguían haciendo en el siglo XII, tal como atestigua el obispo de Worms Burchard.
En el Código Teodosiano del siglo IV se condena a la pena capital a los que celebraran sacrificios nocturnos en honor a los demonios e invocaran a estos. Leyes que fueron recogidas por el famoso Código de Justiniano.
Las historias sobre metamorfosis contadas por Luciano y Apuleyo son recogidas por San Agustín (354-430), pero dándoles una curiosa interpretación. Las metamorfosis son del todo imposibles, pero el demonio infunde un ensueño al individuo y es como si realmente hubieran tenido lugar. Por otra parte, el santo no dudaba que las hechiceras podían enfermar o curar.
Al lado de la doctrina del denominado ensueño imaginativo convivió durante muchos siglos la de las metamorfosis como transformaciones reales.
La historia del joven transformado en asno
Durante los primeros tiempos de la Alta Edad Media, cierta noche un joven juglar pidió posada a dos viejas hechiceras, que vivían en los alrededores de Roma. Mientras el pobre joven dormía lo transformaron en asno y como, a pesar de la metamorfosis, conservó la inteligencia humana, ganaron mucho dinero exhibiéndolo y haciéndole mostrar sus habilidades. Finalmente, lo vendieron a un precio muy elevado a un rico vecino que se había encaprichado con el extraordinario asno, pero le recomendaron que no lo bañara en agua. Durante mucho tiempo el asno-joven siguió cautivando a todos, pero un día se zambulló en un estanque y recobró su anterior forma. Habiendo escuchado el papa León IX con atención y aconsejado por Pedro Damián, con el precedente del Asno de Oro de Apuleyo (s. II d. C.), pensó que la historia era posible y castigó a las hechiceras.
Leyendas germánicas y eslavas
Si los germanos primitivos tenían en una gran consideración a las mujeres, poseían, por el contrario, un gran temor por las hechiceras.
El rey danés más o menos legendario Frothon III, del que se dice que vivió en tiempos de Cristo, parece que tenía en su corte a una hechicera dotada de grandes cualidades. Su hijo tenía una gran fe en el poder de su madre hasta el punto de que un día se propusieron los dos robar los tesoros del rey que ya era viejo. Conseguido el botín, ambos se escondieron en un lugar muy apartado. El rey que no tenía un pelo de tonto, decidió ir en su busca. Cuando la bruja percibió la llegada del monarca convirtió a su hijo en toro. El monarca, cansado se sentó y entonces contempló al majestuoso animal sin reparar que de pronto este lo embistió y lo dejó muerto.
A finales del siglo VII ocurrió la muerte de un jefe bohemio llamado Krok que dejó tres hijas. La mayor Kazi o Brelum era gran experta en plantas medicinales; la segunda, Tecka, utilizaba las artes de la adivinación así como los sortilegios. Era infalible descubriendo los hurtos que cualquiera realizara y el lugar en donde había escondido el botín. La menor Libussa poseía el don de adivinar el futuro y era la más poderosa de todas. Gracias a sus artes, los bohemios eligieron como rey a Przemislao con el que se casó. Aventuró la grandeza de Praga y tras