De la definición de Bertalanffy, según la cual el sistema es un conjunto de unidades recíprocamente relacionadas, se agregan los principios de finalidad, elementos y procesos. La finalidad se refiere al motor que proporciona dirección al sistema y determina los procesos que deben llevarse a cabo para lograrla; los procesos son las operaciones o funciones de las partes para lograr la finalidad y los elementos se definen como las partes o componentes que operan y llevan a cabo las funciones necesarias para lograr la finalidad (Lillienfeld, 1991).
Los sistemas son esencialmente cambiantes y siempre se encuentran en evolución (Miller, 1984; Von Sydow Beher, Schweitzer, & Retzlaff, 2010). En este sentido, la familia es un sistema en continua transformación, que experimenta cambios y modificaciones en los distintos momentos de su crecimiento y evolución para lo cual crea y adapta distintas formas de funcionamiento (Gonzales, 2007). En su interior, las historias personales se ensamblan con las demás creando una historia general de globalidad, constituida por las interrelaciones que tienen sus miembros y por las historias de las familias de origen de cada uno de ellos (Dois & Montero, 2006). Según la Teoría General de Sistemas, cualquier cambio en un miembro del sistema afectará a los demás ya que las pautas de funcionamiento del sistema no son reducibles a la suma de sus elementos constituyentes. De esta forma, un mismo efecto puede responder a distintas causas debido a la permanente circularidad e interconexión entre los miembros del sistema (Lillienfeld, 1991).
La conducta de un miembro de la familia no se puede entender separada del resto de sus miembros y las modalidades transaccionales que caracterizan las relaciones dependen de las reglas o leyes a partir de las cuales funcionan los miembros del sistema en relación recíproca. Esto lleva a la necesidad de contemplar a la familia como una red de comunicaciones entrelazadas en la que todos los miembros influyen en la naturaleza del sistema, a la vez que todos se ven afectados por el propio sistema (Gonzáles, 2007).
¿POR QUÉ ELEGIR EL ABORDAJE SISTÉMICO?
Históricamente las técnicas de intervención basadas en la concepción individual del conflicto, mediante atribuciones a los comportamientos de un miembro, se centraban exclusivamente en éste, aislado de su medio. La concepción sistémica de familia intenta modificar su organización ya que al transformar la estructura del grupo familiar se modifican, en consecuencia, las posiciones de sus miembros (Gonzáles, 2007).
Desde el punto de vista de otros enfoques, investigaciones recientes han demostrado que la terapia sistémica resultó ser más efectiva que los grupos de control sin intervención psicosocial, la Terapia Cognitivo Conductual, la Psicoeducación Familiar, o el solo uso de fármacos antidepresivos y neurolépticos en casos de pacientes adultos en tratamiento por trastornos afectivos, trastornos alimentarios, abuso de sustancias, factores psicosociales relacionados con condiciones médicas y la esquizofrenia. Aunque por sí sola no siempre es suficiente, en ciertos trastornos graves la combinación con otras intervenciones psicoterapéuticas y/o farmacológicas es más útil, por ejemplo, en pacientes con esquizofrenia, con dependencia de heroína y con depresión grave, evidenciándose una menor tasa de abandono que cualquier otra forma de abordaje terapéutico (Von Sydow et al., 2010).
Según Montenegro (1997), el abordaje sistémico estimula en los niños el desarrollo de su identidad y autonomía, generándose espacio para el crecimiento de todos los miembros de la familia. El fomento de la independencia gradual de los hijos, de acuerdo a la etapa del ciclo vital que la familia vive, facilita la aceptación de sus diferencias individuales.
Contrario a lo que podría suponerse, el incluir a los niños en el abordaje sistémico de una familia puede constituir una valiosa fuente de información por medio de sus expresiones o conductas, teniendo la extrema precaución de resguardar que los hijos no sean utilizados para resolver los problemas conyugales ni solicitados para hacer alianzas con alguno de sus padres. De esta manera se puede asegurar a la familia con niños pequeños un espacio de expresión de emociones, afecto y calidez, idealmente cultivando el sentido del humor (Montenegro, 1997). El enfoque sistémico ha demostrado ser eficaz para facilitar el cambio positivo en el comportamiento de los miembros de la familia. Mediante la exploración, reflexión y una forma de interacción no juzgadora, el enfoque orienta a los equipos a comprender los problemas familiares desde una comunicación participativa, donde los problemas se pueden resolver mediante el uso de la palabra, el discurso y la participación en la co-construcción de significados y soluciones alternativas (Flynn, 2010). Concibe el comportamiento en el contexto de los sistemas sociales en los que las personas viven, centrándose en las relaciones interpersonales y las interacciones, las construcciones sociales de la realidad y la causalidad recursiva entre los síntomas y las interacciones (Von Sydow et al., 2010).
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