De esta forma, Giussani evita caer en un realismo pre-crítico, que olvide el hecho de que la cosa es para alguien; a la vez no pierde la cosa en sí. La suya es, en último término, una postura fenomenológica, que salva ya sea la importancia del sujeto, ya sea la alteridad de lo real.
Las estrellas brillan aunque nadie las vea, pero para conocerlas es necesario que esté presente alguien que las vea. La experiencia se vuelve el lugar donde la realidad, en vez de formarse en un sentido kantiano, se manifiesta y se hace evidente, sin límites preconcebidos al manifestarse. Es un espacio abierto, no un espacio cerrado; una ventana, no una jaula. El sujeto, más que el creador o el origen del conocimiento, más que la norma del conocimiento mismo, es el testigo consciente y el espectador atento de la manifestación de lo real.
El conocimiento como acontecimiento
Frente a este misterioso encuentro, a esta misteriosa relación entre el sujeto y el objeto, podemos decir que el conocimiento siempre es un acontecimiento20. La categoría de acontecimiento sugiere la idea de algo que “adviene”, es decir, de algo imprevisto y al mismo tiempo real, que no existía y que en un momento dado se manifiesta y se da a conocer.
Sin embargo, la verdadera causa del asombro no es sólo el imprevisto, sino el aflorar en el acontecimiento de algo más de lo que superficialmente aparece. “Como el manantial, que deriva todo él de la fuente. Como la flor, que depende totalmente de la fuerza de la raíz”21. La flor no es sólo una cosa que presenta una cierta materia y ciertas dimensiones. Ella puede hablarnos también de la benevolencia del Creador. Un hecho contingente, que emerge en la experiencia, revela el misterio que lo constituye, o sea su fundamento eterno.
El mundo funciona como signo22. Como todo signo “demuestra” aquello de lo que es signo, la realidad (el mundo), al producir su impacto en el hombre, funciona como un signo y “demuestra” la existencia de otra cosa diferente, “demuestra” a Dios. Lo real, si no es comprendido como don, no es comprendido en toda su verdad.
Este es el punto de partida de un recorrido por medio del cual el ser humano puede darse cuenta de que subsiste por otra cosa, de que su misma vida es un don. La verdad del hombre, que no se hace a sí mismo, es ser criatura, ser relación, porque decir “yo” equivale a decir “soy hecho”23.
Por lo tanto, el acontecimiento se presenta como la realidad mensurable reconocida en su significado. Por medio de lo contingente se manifiesta lo eterno. En 1956, durante la enfermedad que lo llevaría pronto a la muerte, el poeta Clemente Rebora [1885-1957] miraba fijamente un árbol a través de la ventana de su habitación. Era un álamo. Después de haberlo mirado durante unos días, durante su inmovilidad obligada, dictó una poesía que se concluye con estas palabras: “Parado permanece el tronco del misterio, y el tronco se abisma donde hay más verdad”24. El árbol se ahonda en la tierra. En sus raíces está también todo el secreto de su vida.
Implicaciones existenciales
Toda la realidad presenta un carácter fundamentalmente irreductible a nuestros esquemas. Si coincidiera con lo que pensamos, si no excediera nuestro pensamiento, de la misma podríamos conocer sólo lo que está predeterminado por nuestro pensamiento.
La realidad trasciende nuestras ideas y nuestros proyectos. Por lo tanto, cuando conocemos a una persona, nos aproximamos a una novedad misteriosa. No hay aventura más interesante que conocer al otro, en la medida en la cual él libremente lo permita. Se trata de algo nuevo, que nos desplaza y nos corrige. Los intentos mismos del hombre de transformar la realidad con su trabajo y sus proyectos, son siempre irónicos, es decir, deben estar siempre dispuestos a aceptar que la realidad los corrija. Mantener esta apertura y esta disposición frente la vida, no es algo que se improvisa. Se necesita reanudar constantemente una posición más auténtica, que se asemeja mucho a aquella actitud que solemos llamar “adoración”.
Cuando esta postura desaparece, domina la ideología, es decir, la pretensión de manipular la realidad a partir de un esquema prefabricado. Desde una perspectiva histórica, las ideologías del siglo XX, nazismo y comunismo, con sus proyectos, han sido epifenómenos de esta postura. En ellas, la afirmación radicalizada y arrogante de un aspecto de la realidad ha causado violencia y destrucción. Las palabras de Hitler y de Lenin han sido pesadas como armas, como proyectiles; sin embargo, al comienzo eran ideas, teorías, filosofías… También la moderna manipulación del hombre, realizada por la biogenética contemporánea, tiene como su fundamento la misma mentalidad, es decir, la idea de que el hombre decide la construcción de sí mismo.
Además de la ideología, existencialmente, allí donde se pierde la alteridad de lo real, prevalecen también la soledad, la incomunicabilidad y el aburrimiento. El escritor italiano Alberto Moravia [1907-1990], en la novela La Noia escribe: “La percepción del aburrimiento nace en uno por la incapacidad de salir de sí mismo”25. El filósofo chileno Humberto Giannini [1927-2014] nos recuerda que el hombre moderno, al no vivir una relación con el presente como algo que se le dona, oscila entre la preocupación y la diversión, la ansiedad y la evasión, intentando evitar aquel horror al vacío que está en el origen de la etimología de la palabra “aburrimiento”. Se trata, afirma, “del intento de eludir la temporalidad en su manifestación presente. Y sigue siendo, en cualquier caso, incapacidad parcial o total de acogida, o sea, conciencia inhóspita”26.
Ernesto Sábato [1911-2011] escribe: “Trágicamente el hombre está perdiendo el diálogo con los demás y el reconocimiento del mundo que lo rodea […] perdemos la capacidad para mirar y ver lo cotidiano. Una calle, unos ojos candorosos en la cara de una mujer vieja, las nubes de un atardecer. La floración del aromo en pleno invierno no llama la atención a quienes no llegan ni a gozar de los jacarandaes en Buenos Aires. Muchas veces me he sorprendido cómo vemos mejor los paisajes en las películas que en la realidad”27. El escritor argentino escribe esto en los años noventa y hace referencia a la televisión con su poder de inducir una visión hipnótica de la realidad. Hoy tendríamos que preguntarnos qué relación con lo real promueve la tecnología moderna, miles de veces más sofisticada que la televisión de hace unos años. El hombre moderno, que oscila entre preocupación y evasión, intenta salirse de su condición de soledad e incomunicabilidad. Quizás se trate de un intento irónico y falaz, porque la posibilidad de acceder a nuevos mundos virtuales corre el riesgo de ser la simple proyección de uno mismo.
Una postura razonable
Una postura que no elimina los factores en juego, sino que es capaz de valorarlos todos, es más razonable. Volveremos sobre este concepto. Ahora esta consideración nos permite afirmar que el realismo constituye una postura más razonable, porque implica una misteriosa unidad entre el sujeto que conoce y el objeto conocido y porque respecta el dato de aquella estructura originaria, es decir, de aquella actitud primordial con la cual cada uno de nosotros se relaciona con las personas y con las cosas, consigo mismo, con el mundo y con la vida.
CAPÍTULO II
Experiencia
La reflexión de Luigi Giussani destaca la primacía de la realidad. Toda la obra del sacerdote italiano es atravesada por un grito: “¡Volvamos a las cosas, volvamos a la realidad!”. Es el mismo realismo que ha animado la filosofía de Tomás de Aquino [1225-1274] y que ha constituido el origen de la fenomenología de Husserl [1859-1938]: comprometerse a escuchar la vida, las cosas, sin imponerles una visión prejuzgada28.
Se trata de una posición anti moderna porque pone de relieve la importancia de la realidad, como punto de partida de un camino de verdadero conocimiento. Sin embargo, Giussani es también profundamente moderno, porque valora la experiencia29. La realidad se hace evidente en la experiencia y se da a conocer a través del espejo subjetivo representado por ella.
Una instancia moderna
Immanuel