En sueños te susurraré. Antonio Cortés Rodríguez. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Antonio Cortés Rodríguez
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788416994878
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acabas perdiendo la procesión. En definitiva, no cumplirías el propósito fundamental de tu día por una causa ajena a ti. ¡Qué pena perder así el día! ¿No te parece que sería una pena?

      –Ya lo creo. ¡No sabes lo guapas y simpáticas que van las mozas de Aldea Moret ese día de festejo…!

      –Muy bien –sonreía Gea mientras lo decía–, ya veo que estás hecho un conquistador. A lo mejor tu amigo se ha quedado dormido porque ha pasado una mala noche por culpa de una riña o un tumulto que ha habido de madrugada en su calle, pongamos por caso. Ya te he dicho que los tejedores tienen la misión de ayudar a que los seres humanos cumplan sus propósitos esenciales. Un tejedor haría todo lo posible para que llegaras a ver la procesión.

      –¿Y cómo? –preguntó interesado él.

      –Pues eso ya depende del arte de tejer… A veces puede ser que baste con influir en las circunstancias que se han originado en la calle alterándolas para que así no se produzca ningún tumulto que pueda mantener en vela a tu amigo por la noche e impida que se despierte a la hora prevista y te recoja según los planes convenidos. Pero también podría ser que lo más adecuado sea no tratar de modificar esas circunstancias ajenas sino las tuyas. Por ejemplo, podría ser conveniente que olvidaras que habías quedado con ese amigo que llegará tarde y en su lugar te fueras con otra persona que pasase por el lugar. A veces incluso no hay una sola actuación posible sino varias. Hay circunstancias complejas en las que se tejen distintas posibles soluciones, aunque al final solo una de ellas prospere. Es un tema complejo pero muy estimulante. Además, para cumplir bien nuestro cometido dependemos estrechamente de nuestra colaboración con los visionarios. Pero de ellos no te voy a hablar yo…

      –Ya lo he entendido. Me da la impresión de que vuestro papel es muy importante. Incluso sospecho que lo que vosotros hacéis de algún modo obliga a la persona, como si tuviera que amoldarse a lo que planeáis.

      –No, Anselmo, eso no es así: nunca podemos obligar a ningún ser humano a ajustarse a los planes tejidos por nosotros porque eso atentaría contra el libre albedrío, contra esa capacidad de elegir que es consustancial a la consciencia humana. Verás, lo que sucede es que nosotros contribuimos a crear las condiciones más favorables para que cada uno cumpla su propósito de vida, para que pueda cumplir lo que tiene planeado o programado. Pero no es más que eso, un ofrecimiento. Y todos los ofrecimientos se pueden aceptar o rechazar; si no fuera así, serían una imposición y eso no haría evolucionar a nadie: ni a quien impone ni a quien se somete a la imposición.

      Por las muecas de impaciencia dibujadas en el rostro del visitante, Gea se dio cuenta de que Anselmo estaba teniendo dificultades para comprender de un modo concreto a qué se estaba refiriendo ella. Por eso tomó una determinación.

      –Como veo que entender esto último te está costando te invito a que me sigas allí.

      Se encaminaron hacia un lateral del anillo hasta llegar a un pequeño recinto con forma ovoide en cuyo centro cuatro tejedores urdían su trama. Vestían ropas similares a las de Gea, aunque más ceñidas, y exhibían su código personal, que empezaba por la letra te mayúscula. Dos de ellos tenían rasgos femeninos; los otros dos, masculinos. Todos estaban formando un círculo y mirando al espacio creado entre ellos. Cuando la diosa y el visitante llegaron a su lado, les sonrieron y se separaron lo suficiente para permitir que se viera lo que estaban realizando.

      Del extremo de un pedestal surgía una burbuja semiesférica y en su interior se veían imágenes humanas, algunas de ellas enlazadas por hilos de diverso color y grosor que eran generados por las yemas de los dedos de los tejedores. Estéticamente la visión era muy bella. El espacio sobre el que trabajaban se iba llenando cada vez de más de colores trenzados. Parecía un mandala dinámico en constante regeneración. Gea explicó por qué estaban contemplando aquello.

      –Te he traído aquí porque estos tejedores están interviniendo en un asunto muy parecido al tuyo. También se trata de un chico que quiere salir de su pueblecito. No es Coria, pero podría serlo. El programa de este joven no tiene que ver con las minas sino con el cinematógrafo: desea convertirse en un gran actor. Los motivos por los que desea esto no hace falta que te los explique pues son harina de otro costal. Bien, fíjate en los hilos. Los hay más finos y otros más gruesos como cordones. Y de diversos colores en función de la energía que incorporen. A este adolescente, que se llama Manuel, lo hemos ayudado a activar su propósito haciendo que llegara a un pueblo vecino una compañía de cómicos de la lengua que ha representado una obra de teatro, concretamente Don Juan Tenorio. La actriz que interpretaba a doña Inés inflamó el pecho de Manuel hasta tal punto que se quedó prendado de ella y no pensaba en otra cosa más que en marcharse en el carromato de la compañía.

      Anselmo se asomó sobre la imagen de la burbuja y comprobó que, efectivamente, en el centro aparecía una pequeña figura de un joven que podría corresponderse con Manuel y que de él partían multitud de hilos y cordones que lo conectaban con otras efigies que no pudo reconocer, pero también con objetos que mostraban extrañas formas geométricas. Gea prosiguió su exposición:

      –Para que Manuel esté ahora en Madrid trabajando en un estudio cinematográfico los tejedores han tenido que esforzarse urdiendo varias tramas con las que crear todo tipo de circunstancias de respaldo: el abuelo del muchacho tuvo que cortarse con una hoz en la mano para que así el nieto tuviera que ir con él a ayudarlo en las labores del terruño el mismo día en el que por el camino transitaba el carromato de los cómicos, que precisamente pasó ese día por ahí porque le habían anulado las tres funciones que iba a dar en otra localidad por una discusión política entre el director de la compañía y el cacique del pueblo; y hubo que hacer que la actriz que encarna a doña Inés sintiera mucho calor para que en ese preciso instante tuviera que salir de debajo de la lona del carromato y se asomara al pescante con la blusa desabotonada y exhibiendo su inocente y provocadora lozanía; y hubo que dejar que horas después Manuel se pudiera colar en la representación de esa noche; y muchas cosas más…

      –¡Increíble! –exclamó Anselmo–. ¿Todo esto hacen los tejedores? ¡Un trabajo increíble…!

      –Increíble pero cierto, querido hijo.

      Gea abrió los brazos y le dedicó a Anselmo una mirada en la que estaba condensada toda la dulzura maternal del Universo. Él supo que aquel gesto implicaba que había finalizado su visita al pabellón y que procedía ya una despedida. Apenado por ello, avanzó hacia la diosa y se dejó estrechar por ella, tan intensamente que se le desdibujaron las fronteras. Sintió que se había fundido auténticamente en ese abrazo con ella, hasta el punto de integrarse en su interior y sentirse desaparecer absorbido por su hospitalario regazo.

      10. El jersey gris

      Nunca te pongas como límite el que otros te crean ni como meta el convencerlos.

      Raquel Cachafeiro, Inteligencia sensorial

      Aún conturbado por la absorbente experiencia de aquella cariñosa despedida de Gea, al recuperar la consciencia de sí mismo Anselmo se vio caminando junto a Calisté por encima de un puente que salvaba el foso del Pabellón de los Tejedores. Miró a los lados y se sorprendió al ver que ya eran muchos los puentes tendidos. Tras unos instantes de vacilación se decidió a romper su silencio.

      –Calisté, ¿cómo es que antes no había ningún puente más que el nuestro y que ahora el foso esté repleto de ellos?

      –¿Cómo que no había ninguno? –La acompañante dejó escapar unas tímidas carcajadas–. ¡Siempre os pasa lo mismo! Te lo explicaré. Sí que había. Yo los vi. Pero como tú aún no habías cruzado ninguno, no podías reconocer que había más puentes. Pero ahora que has recorrido el tuyo tienes la capacidad de percibir los de los demás.

      –¿En serio?

      –Sí, así es. ¿Qué te parece?

      –Pues otra más de las cosas increíbles que pasan aquí… –Anselmo mostraba su admiración moviendo la cabeza de un lado al otro mientras agitaba en el aire su mano derecha.

      –Si lo piensas, un puente ajeno no es lo único que podemos reconocer cuando ya hemos transitado por el propio.