El grito distrajo a la niña; al girarse para despedirse del campesino notó que este ya no estaba. Era como si se hubiese desvanecido en el aire, aunque el ganado sí se encontraba disperso en el lugar.
Esperanza apuró el pasó y, después de una leve reprimenda, subió al bus. Por la ventanilla veía como el vehículo la alejaba poco a poco de aquel mágico lugar en las montañas de Cajamarca. De pronto retumbaron las palabras del pastor en su mente.
–¡«Seis»!... El mensaje ahora es «seis». La estrella también es seis… Hay estrellitas de seis puntas.
–¿«Seis»? –preguntó ella en su mente.
–¡Sí, seis! Es el equilibrio que debes lograr entre tu mente y tu espíritu con una actitud mental positiva. Es descubrir tu potencial creador, la parte de divinidad que hay en ti.
»Así como Dios crea en la vida, tú también puedes crear en tu vida y en la vida de los demás. No lo olvides.
–¡No lo olvidaré! –dijo ella internamente.
No se lo pensó dos veces y sacó de su pequeña mochila su cuaderno de notas y su bolígrafo para anotar la experiencia que había tenido en el bosque de piedras y la revelación que le había llegado a continuación en el bus.
Durante los siguientes días todo aquel contingente de chicos visitó las calles de la ciudad de Cajamarca, entrando en las iglesias coloniales y en cuanto edificio público podía ser visitado. Uno de los lugares obligatorios del recorrido fue el «cuarto del rescate», una habitación tallada en finos adoquines de piedra donde estuvo prisionero el Inca en manos de los conquistadores. En ese espacio la profesora les dio una magistral clase de Historia, describiéndoles los momentos amargos que allí se vivieron, cuando el Inca, traicionado y capturado después de la emboscada en la plaza de la ciudad, fue llevado y encadenado allí. Con una gran capacidad de narración, la maestra describió como al Inca lo volvieron a engañar prometiéndole que le perdonarían la vida si pagaba un sustancioso rescate, cosa que él hizo. Pero sus captores no respetaron el acuerdo.
Esperanza se sintió víctima de una inexplicable angustia y se sentó sobre las piedras poniéndose a llorar desconsolada.
–¡Él era mi hermano!... Casi no nos conocíamos, pero era mi hermano –decía la niña con voz ahogada.
Los demás niños llamaron a la profesora Leonor para que fuera a ver qué le ocurría a Esperanza.
–¡Esperanza, ¿qué te ocurre mi niña? ¿Algo te duele?! ¿Por qué lloras?
–Siento que Atahualpa fue mi hermano en ese tiempo, y que fue terrible lo que le pasó. Es verdad que no fue nada bueno lo que él le hizo a Huáscar asesinándolo, pero tampoco se merecía esa muerte tan cruel.
–¡Todos tenemos sangre indígena en mayor o menor medida Esperanza! Y es muy loable que te sientas hermanada con estos personajes de nuestra Historia, pero todo esto paso hace mucho tiempo y ya es solo un recuerdo. Esa información no te debe hacer sufrir, sino que debemos sacar las mejores lecciones de la Historia.
–El estar aquí me hace sentirle como si lo estuviese viviendo en este mismo momento… Profesora, ¿usted cree en las vidas pasadas?
–¡La reencarnación es una teoría hijita como muchas otras! Yo creo en lo que la religión y la Iglesia enseñan de que al final de tu vida serás juzgado por tus acciones e irás al cielo o al infierno.
–Pero profesora, si Dios es lo más bueno que hay ¿cómo podría juzgar si él lo sabe todo y pudo anticiparlo? Además, ¿no es acaso él misericordioso, compasivo y amoroso? Dios nos enseña que hay que saber perdonar todo. Entonces ¿cómo no cumpliría él lo que nos enseña y nos pide que hagamos?
»Hay mucha gente que no ha tenido oportunidades en la vida mientras otros han tenido tantas y no las han sabido aprovechar. ¿No le parece injusta la desigualdad de oportunidades?
–¡Haces muchas preguntas muy profundas Esperanza, pero sinceramente no tengo respuestas! Algún día todos llegaremos al tránsito de la muerte y comprobaremos directamente qué hay realmente más allá.
La profesora ayudó a Esperanza a incorporarse y la sacó fuera del recinto haciéndola sentarse y buscándole de inmediato una botella de agua para que bebiera. En ese momento se acercó a la niña un adolescente de apariencia indígena, que estaba como agazapado en un rincón. Era delgado, de rostro redondo, ojos almendrados y cabello oscuro desordenado. La miró a los ojos y le dijo:
–¡No se puede hacer nada por lo que ya pasó, pero podemos entenderlo para crear un futuro donde no vuelvan a pasar estas cosas!
»El mensaje es «¡Siete!»
–«¿Siete?» –preguntó Esperanza.
–¡Sí, «siete» amiga! Tú atraes a tu vida lo que estás pensando. Si piensas en positivo harás magia y todo será positivo.
–¿Dejarán de pasar cosas malas si piensas en positivo?
–No necesariamente, pero si te preparas y creces en sabiduría, las cosas malas no te afectarán; anticipándote a ellas, las podrás evitar. Además, las cosas buenas serán más numerosas y llegarán a ti con más fuerza, consolándote y fortaleciéndote, permitiéndote ver el lado positivo de la vida. Tus pensamientos son creadores amiguita, nunca lo olvides. Debes pensar y atraerlo todo con amor.
–¿Quién te dijo que me dieras este mensaje? ¿Cómo te llamas? ¿Quién eres?
–¡Soy la sangre donde está guardada toda la información! En mis venas, como en las tuyas, corre el conocimiento y la experiencia de muchas generaciones. Los señores del cielo nos hablan a todos pero pocos escuchan. Ellos me insistieron en que te diera ese mensaje. Que tú sabrías entenderlo y valorarlo. Ellos saben quien eres; lo han sabido siempre y por eso te han venido siguiendo. Están pendientes de ti.
»Mi nombre es Cristóbal, y como nos recuerda el nombre del santo patrón, tengo una gran responsabilidad sobre mis espaldas, igual que tú tienes la tuya con tu nombre: ¡Esperanza!
En ese momento llegó la profesora con el agua y, cuando Esperanza quiso presentarle al joven que le había dado el mensaje, este se escabulló y ya no se le veía por la zona.
Sorprendida, la niña ya no le comentó mayor cosa a la profesora porque comprendió que no todos están en condiciones de entender algunas cosas hasta que su momento llegue.
Al día siguiente, la clase fue conducida a una granja lechera muy famosa en Cajamarca, donde las vacas están tan bien adiestradas, que las llaman por sus nombres y ellas responden, entrando solas al corral y colocándose donde se encuentra su nombre colgado en un cartel y donde se les sirve la comida. En el momento que les ponían el grano y la hierba para que comieran, Esperanza se dio cuenta de que quien ayudaba a alimentar al ganado era Cristóbal. Y entonces se acercó a él para hablarle:
–¡Hola, Cristóbal! ¿Te acuerdas de mí?
–Claro que sí, ¡eres la niña llorona!
–¡No seas malo conmigo!
–Es una broma, no te molestes.
–¿Cómo han entrenado a estos animales para que respondan por su nombre?
–Exactamente igual a como responden los seres humanos cuando se los trata con amor, cariño y respeto. Tú estimulas la confianza con señales y respuestas.
–¿Las vacas piensan como nosotros los humanos Cristóbal?
–Ellas también piensan, pero como ocurre con la mayoría de los animales, su mente y su conciencia son como las de un niño pequeño. Son muy básicas pero igualmente inteligentes y confiadas cuando se las trata con amor.
»¿Te das cuenta de la gran responsabilidad que tenemos los humanos de cuidar a las demás especies para ayudarlas a evolucionar? En