En la montaña de enfrente se podía apreciar fácilmente una gigantesca forma humana en la montaña. Era la imagen del dios Tunupa, un dios ancestral proveniente del lago Titicaca, el lago navegable más alto del mundo. Ese dios fue descrito a los cronistas con apariencia humana, túnica blanca y rasgos europeos y parece que llegó a la zona en la antigüedad desde el lago para enseñar con gran sabiduría a los pueblos anteriores a los incas, pero fue combatido por los sacerdotes de los cultos locales que vieron en él una peligrosa competencia.
Aquella noche pernoctaron en la dinámica población de Ollantaytambo, lugar de paso obligado en el Valle Sagrado. En la plaza de esa localidad eventualmente se reúnen campesinos de diferentes comunidades, regiones o pueblos de Cuzco que descienden de las alturas de las montañas a intercambiar sus productos; entre ellos se encuentran los «Q’eros», que destacan de los demás por sus atuendos multicolor y por ser de la zona de Paucartambo. Los Q’eros son considerados por todas las demás comunidades alto-andinas como los descendientes directos de los sacerdotes incas del templo del Coricancha que huyeron de Cuzco.
Cenaron en un típico restaurante. Esperanza se quedó extasiada mirando por la ventana del establecimiento la plaza. Había enfocado su atención en una persona sentada en la acera que le llamó la atención por su gorro o chullo y su poncho o manta multicolor y su apariencia sabia.
–¿Qué miras con tanta atención hija? –preguntó don José intrigado por la mirada concentrada de la niña en el ventanal.
–¡Hay un señor mayor sentado en la acera! Siento que es alguien muy importante y, sin embargo, la gente pasa a su alrededor como sin reconocerlo.
–¿Qué tiene de especial?
–Se ve que es un sabio. Está ahí observando y como esperando una señal.
–¿El mismo tema de la señal, Esperanza? ¿Como lo de la ancianita de Chincheros?
–¡Quizás sea la misma señal! No lo sé…
–¿Por qué todos estarían esperando la misma señal hija?
–Para que ciertas cosas ocurran papá…
–¿El ciclo del que habló el sacristán?
–¡Cambios papá!... ¡Para que lo que estaba escondido salga a la luz!
–¡Pues al parecer todos están en lo mismo!
Después de cenar salieron del restaurante, pero aquella persona ya no estaba en el lugar donde la niña la había visto. Y ella se entristeció de no haberle encontrado.
Tuvieron que acostarse temprano porque saldrían a primera hora de la mañana en el tren hacia Machu Picchu, la ciudad perdida de los incas y uno de los destinos turísticos más famosos del mundo. Enclavada en lo alto del Cañón del Torontoy, a unos 2.300 metros sobre el nivel del mar, esta ciudad fue descubierta científicamente por el arqueólogo norteamericano Hiram Bigham en 1911, aunque existen muchísimas evidencias de visitas de gente local a las ruinas mucho tiempo antes. Está situada sobre una pequeña meseta rodeada de montañas, cuatro de ellas principales por ser los apus o espíritus protectores de la ciudad. Por un lado está el Apu Machu Picchu o «Montaña vieja», que es por donde discurre el Camino del Inca que une Cuzco con el enclave y que marca el Sur; el Apu Yananti que junto con el Putucusi marcan el Este; el Apu Wayna Picchu o «Montaña joven» al Norte que conforma la imagen característica de la ciudad como la silueta de un rostro mirando al cielo, y finalmente, marcando el Oeste, se encuentra el Apu Viscachani.
Esperanza estaba fascinada mirando desde la ventanilla del tren los paisajes que se iban sucediendo y cambiando según la altitud. El recorrido al lado del río transcurría por un valle que se estrechaba cada vez más, dejando ver ocasionalmente algunas ruinas de tambos o depósitos de comida incas, atalayas o torres circulares, pequeños pukaras o fortalezas y algunas pequeñas ciudadelas antiguas en mitad de los cerros.
El tren, a medida que avanzaba paralelo al río Urubamba se alejaba más y más de la ciudad de Ollantaytambo, descendiendo hacia los bosques húmedos de la selva alta, acompañando a las aguas del río que se abrían paso entre las rocas tornándose cada vez más violentas y formando rápidos. El agua descendía sin que nada la contuviera por entre grandes piedras desprendidas de las altas cumbres, lo que producía un gran estruendo en el ambiente.
Cuando llegaron a la población de Aguas Calientes, ya estaban los pequeños buses ecológicos a gas dispuestos para trasladar a los cientos de turistas a lo alto de la ciudad por estrechos caminos en forma de herradura. La aventura era completa y la pequeña niña rebosaba felicidad, demostrándoselo a su padre con besos y sonrisas. Con gran seguridad y pericia, el bus cruzó el frágil puente sobre el río Urubamba y empezó a ascender por la huella trazada en los acantilados rocosos cubiertos de vegetación exuberante, desde donde se tenían espectaculares vistas del abismo y del fondo del estrecho valle.
En la parte alta de la montaña estaba la parada final de los autobuses y el hotel Machu Picchu Sanctuary Lodge; desde allí se iniciaba la caminata que recorre la majestuosa ciudad que fuera hallada intacta cubierta por la vegetación. Se sabía, por los relatos y testimonios de la gente nativa de la existencia de este emplazamiento, pero esta ciudad, igual que otras mencionadas, nunca fue hallada por los conquistadores debido a su intrincada e inaccesible ubicación, llegando a ser considerada solamente una leyenda.
Según las investigaciones arqueológicas, Machu Picchu fue un gran santuario femenino, una universidad de mujeres, un Acllahuasi gigante, lugar de culto al Sol, pero sobre todo a la Luna y a la Tierra, entidades femeninas vinculadas a la fertilidad, lo que queda demostrado por la gran cantidad de momias de mujeres encontradas frente a las escasas masculinas. Era de por sí un laboratorio agrícola y un importante centro astronómico.
Para obtener una de las vistas más bellas y espectaculares hay que subir hasta la zona agrícola alta, donde se encuentra el mirador principal de ese lado de la ciudad, y de donde se obtiene la mejor panorámica de Machu Picchu.
Padre e hija ascendieron por el camino en zigzag que va trasladando a los visitantes hasta el mirador. Avanzaron hasta llegar al lugar donde uno contempla una vista de ensueño. Es como trasladarse 500 años al pasado y observar una ciudad mágica detenida en el tiempo, enclavada entre montañas cubiertas por una frondosa espesura.
Esperanza se quedó en silencio durante largo rato, hasta que, tomando de la mano al padre, le dijo:
–¡Hay varias ciudades más que nadie conoce! Pero una es la más importante de todas. No es tan grande como esta, pero allí están todas las respuestas y hay que volver ahí.
El padre estaba tan impresionado con el paisaje y el lugar que prestó poca atención a lo que dijo la niña.
Mientras don José tomaba fotos sin parar, Esperanza comenzó a caminar hacia la izquierda, cerca de unas terrazas que dan al precipicio, cuando de pronto vio al señor que le había llamado la atención en Ollantaytambo parado sobre la terraza. Era la misma persona. De baja estatura, delgado, con el rostro macilento rojizo oscuro y unos sesenta años.
Al acercarse, Esperanza lo saludó.
–¡Buenos días señor!
–¡Napaykuyki warma! (¡Buenos días niña!)
–Usted estaba ayer por la noche en la plaza de Ollantaytambo, ¿verdad?
–¡Sí!... ¡Y tú también!
»Yo estaba aguardando mi señal, y ya la tuve.
–¿Ah sí? ¿Y cuál era?
–Los niños de este tiempo son almas viejas que están volviendo a la vida muy rápido, con gran conciencia y urgencia por cumplir tareas. Algunas de sus almas vienen de