—¿Qué sucedió con ustedes después de esto?
—Un mes después nos fuimos a vivir a un apartamento y después a una casa. Cuando todos estaban seguros que iba a ser el presidente de Colombia, él decía: “no voy a ir a vivir a la casa presidencial” y mi madre le repetía: “si tú no entras allí, no eres revolucionario sino rebelde, porque los rebeldes son más pasionales y ese es un acto de pasión. El revolucionario tiene un fuego por dentro que puede estar en el desierto y ser el mismo siempre”. Pero se construyó una casa, porque él no parecía dispuesto a ir a la residencia presidencial. Ahí fuimos. En esos tiempos después de su muerte dijeron que mi madre estaba loca porque se encerró en su casa durante cuatro años, y un día vino un importante arzobispo y le dijo que en la calle se murmuraba que estaba embarazada, todo esto con la intención de tocar su orgullo y que ella saliera, pero con toda ironía ella respondió: “¿Y usted cómo sabe que no lo estoy?”. Lo hizo con rebeldía e ironía. Mi madre fue aislada. Para unos, era una señora rica de Antioquia, bellísíma; para otros, no era revolucionaria. Hablaron cosas horrorosas. Fue un tiempo terrible. Y también le ofrecieron puestos diplomáticos para que se fuera. Pero ella tenía una gran dignidad y no aceptaba nada. Nos fuimos a Europa. Y así, anduvimos por el mundo y en Colombia pensarían, como se dice en El Príncipe de Maquiavelo, que “acabada la familia del turco, se acababa todo”. Esa fue la historia. Por eso cuando se cumplió el 50 aniversario decidí que ya era tiempo y me senté a escribir el libro que nunca me atreví a escribir, y yo misma descubrí un Gaitán que no conocía.
—En todo ese tiempo de viajes, ¿qué recordabas de él?
—Yo recordaba a aquel hombre muy tierno conmigo, siempre trabajando, leyendo, que me amaba, que me cargaba, que hacía teatro frente a mí y a mis muñecas y me cantaba canciones muy hermosas. Y luego fue mucho tiempo de cambios y de viajes, y cuando me sentía muy sola, mucho más tarde, siempre encontraba en Fidel Castro un gran apoyo, especialmente para mis momentos más desolados. Luego, al comenzar con la idea del libro, descubrí muchas facetas de las que nadie dice nada, sobre sus investigaciones científicas y los aportes al derecho penal de mi padre. Leí sus debates, escuché sus grabaciones, me sentí como una arqueóloga, descubrí que ahí hay un cuerpo que sostiene una doctrina, pero una doctrina futurista. Comencé a escribir el libro y sentí como que yo misma había resucitado.
—¿Qué sucede en Colombia después del asesinato de tu padre, que marca la entrada de la gran violencia?
—El asesinato de mi padre originó aquella furia popular y la respuesta de la enorme matanza de esos días, sobre lo que se ha escrito mucho, pero nada puede describirlo del todo. En 1947 ya había denunciado mi padre matanzas campesinas a manos de paramilitares. Y la violencia contra la que ya había reaccionado mi padre tantas veces se instaló allí después de su muerte y todo ardía en las calles y los ríos se tiñeron otra vez de rojo. Cuando mi padre muere cooptan su imagen los enemigos y lo transforman en una figura que los oxigena. Los había derrotado en vida y una vez que muere tratan de apoderarse de toda la acción popular imaginaria que siempre alimenta a los líderes y la usan. Parecen cuervos comiendo del cadáver que utilizan políticamente. Hacen que la gente olvide la memoria, lo que parece un contrasentido. Ese es el segundo asesinato de Gaitán. Me duele profundamente esa trasmutación de la memoria. Me duele que sólo se mencione a Gaitán en ese trágico 9 de abril; es decir, el nombre de Gaitán se une con la muerte y no con la vida, y entonces decido que debe resucitar su cuerpo de doctrina. Hace poco tiempo me preguntaron por Torrijos y Gaitán, y yo dije: “Torrijos, esa extraordinaria figura, es irrepetible porque es una personalidad y Gaitán es repetible porque es una doctrina”. Gaitán era demasiado moderno para su tiempo y aún todos se preguntan qué hubiera sucedido en el país si mi padre lograba junto al pueblo hacer aquel cambio tan avanzado que proponía. Estoy segura de que el país se hubiera salvado de esta tragedia.
—¿Es esta la forma que has encontrado para esa resurrección de doctrinas e ideas nuevas, como un homenaje a tu padre?
—Ahora hago seminarios y descubro cómo cambia la gente, cómo se transforma de manera fantástica cuando entiende aquel pensamiento tan adelantado para su época, o cuando uno habla de la revolución cibernética del siglo XXI. El pensamiento de Gaitán es una guía. Hijo de una maestra de escuela, leyó siempre y trabajó en una librería de libros viejos y de coleccionista, se familiarizó desde muy joven con el pensamiento más avanzado. Y eso es lo que no se entiende de él, lo que quería hacer saliendo de esquemas. Y por eso, no creo en estos tiempos que mucha gente esté realmente preparada para un cambio revolucionario muy fuerte, para la era de la informática. Es una revolución profunda en la estructura del Estado. Es la posibilidad de una verdadera democratización que está allí y hay que hacerlo posible, porque es posible y no hay que temer para hablar del ciberespacio, hay que estar listos.
”Tengo claro que el objetivo de mi vida es que el sacrificio de mi padre no sea inútil. En 1947 mi padre tenía un periódico que se llamaba Jornada (un periódico que lanzó en 1944 cuando se lanzó como candidato presidencial). Fue increíble porque era algo imposible, pero él decidió vender acciones que valían un peso. Se vendían incluso en el colegio donde yo estudiaba y muchas niñas llevaban esos frascos de mermeladas ya vacíos para juntar el dinero y todos ponían aquel peso, los más humildes, los limpiabotas, las prostitutas. Es una historia maravillosa cómo se hizo ese periódico y todos tenían acciones, era de todos. Llegó a ser el periódico de mayor circulación del país y se realizaban asambleas extraordinarias porque eran millones los accionistas y esas asambleas duraban varios días. Mi padre insistía mucho en la sección internacional. Quería que todo lo importante que pasara en el mundo estuviera allí, la lucha contra Franco, en España, todo aquello que además creaba lazos con el mundo y hacía entender al pueblo que su problemática estaba unida a los sucesos del mundo y sabía que ese era el mejor aprendizaje. Él mismo, cada mañana, regañaba a uno u otro redactor. Quería todo lo mejor por responsabilidad con la gente. Y en las páginas sociales, como un desafío, ponía fotos de hijos de obreros. Fue algo muy hermoso, y luego todo fue quemado, quemaron hemerotecas, quemaron todas las colecciones que encontraban en Colombia. La única colección que existe, al menos conocida, está en la hemeroteca de Caracas. Fue tan terrible que si alguien tenía la colección del periódico en aquellos días de su asesinato, le quemaban la casa o le cortaban la garganta y sacaban la lengua, en eso tan atroz que llamaban “el corte de franela”. Aquello que fue algo terrible, imposible de olvidar, como las matanzas que teñían de rojo los ríos. Eso fue después del asesinato de mi padre, y de cómo se intentó destruir todo lo que recordara su paso por la política de Colombia. La persecución al gaitanismo fue terrible y la matanza se extendió por todo el país. Y sin embargo, él está hoy en todas partes.
—¿Qué hay sobre ese Gaitán oculto, ese Gaitán vivo que lograba mover multitudes en una época también difícil?
—Él decía: “No quiero odas personales, las odas deben ser para el pueblo porque son suyas todas las victorias que hemos tenido”. No tenía actos fallidos en el sentido de sentirse un médium, es decir, un intérprete, pero nunca en un sentido personalista. “Yo soy un pueblo que se sigue a sí mismo y cuando me siguen a mí, que lo interpreto, me siento interpretado. Ese pueblo que dicen que me sigue, en realidad, me empuja”, era una de sus frases que me parece muy bella. Fue un intelectual importante, estudió en la Escuela positiva relacional, paradigma del siglo XX. Hizo estudios con Enrico Ferri. Estuvo estudiando en Europa. Estudió elementos como singularidad