Consecuentemente, postulamos la existencia de lo que llamamos el dispositivo de localización de los sujetos. Hoy asistimos a la era de la internet, las redes sociales (virtuales), el teléfono celular con múltiples aplicaciones, las tecnologías laborales que le permiten a las personas trabajar desde su casa, un complejo sistema de contraseñas (que nos dan acceso a múltiples lugares y que, al mismo tiempo, le permiten a “otros” llevar un registro de las veces que entramos virtualmente al banco, a la biblioteca, a la internet, al correo electrónico, etc.), las redes de usuarios de diversos servicios, las bases de datos estatales y no estatales. Pero también se han estructurado reglamentos y sistemas legales, programas para estimular el uso de aquellas técnicas, discursos de verdad sobre ellas, estrategias comerciales, comunicativas, educativas y demás, todo esto alrededor de la localización de los individuos. Igualmente, indicamos que este dispositivo se ha usado, de manera también estratégica, para lo que quizá sea lo más importante en la actualidad, a saber, la autovigilancia.
Hoy estas estrategias de control y modulación de las que Deleuze (1999) habla, y que consideramos más precisamente como estrategias de gobierno de los sujetos, encuentran en la tecnología de la contraseña un punto de anclaje fundamental, puesto que ofrecen la posibilidad de acceder a nosotros mismos y subjetivarnos. Hoy sentimos que estamos asegurados por la existencia de contraseñas a las que solo nosotros tenemos acceso, en una suerte de sensación de control de lo nuestro y de nuestra libertad. Pero esto, lejos de ser cierto, es una ilusión, puesto que los centros de regulación de la cifra son desconocidos para la población. ¿Quién maneja nuestro e-mail, nuestros ahorros bancarios, nuestro acceso a las redes sociales virtuales? ¿Dónde está la información que “subimos a la nube”, cómo accedemos a ella y quién puede acceder a ella? La contraseña conduce nuestra vida y la información se convierte en la nueva soberana. Las nuevas máquinas son, entonces, las que permiten almacenar, distribuir, ocultar, exhibir y, en fin de cuentas, administrar la información.
El mundo mecanizado es un mundo regido por otros. Nos hemos convertido en usuarios con password; todos usamos artefactos tecnológicos en nuestra vida cotidiana y en nuestro trabajo, pero no sabemos nada de estos artefactos. Somos simples “usadores”. ¿Qué más somos? ¿Somos, como dice Sennett (2000), panaderos que no saben hacer pan, pero saben manejar las máquinas que fabrican el pan? El diagnóstico de Richard Sennett es contundente: el mundo tecnológico debilita el carácter, pues no presenta grandes retos, puesto que simplemente somos usadores de tecnología. Y cuando se presentan grandes retos —no prende el celular, el computador tiene virus, la máquina de hacer pan no funciona—, hay quien los solucione por nosotros (la sociedad de servicios). Y concluye Sennett que en este mundo somos debilitados como sujetos porque nos dejamos conducir a habitar en la superficialidad.
Deleuze (1999) diferencia los riesgos propios del uso de las máquinas de tercer tipo (artefactos informáticos y ordenadores) en las sociedades contemporáneas, entre pasivos y activos. El riesgo pasivo está representado por las interferencias; el activo, por la piratería y la inoculación de virus. Podríamos agregar que el sabotaje al internet, los altos costos por el manejo de la información, el acceso no autorizado a la información personal o corporativa, la provisión de información falsa, entre muchos otros, se convierten en amenazas constantes inherentes a las nuevas máquinas. Claro está que, lejos de entablar una denuncia contra las máquinas de tercer tipo, como puede apreciarse en Deleuze, las preguntas a las que deberían orientarse los análisis tienen que ver más bien con la manera como ellas funcionan; cómo esos artefactos se convierten en tecnologías formadoras de subjetividades; de qué forma, como lo aborda prolíficamente Sibilia (2008), la vida privada de las personas es expuesta y configurada a través de tales tecnologías; cómo ellas operan en función de formas actuales de gobierno de las personas y las poblaciones. Los nuevos grandes productos, asociados a la administración de la información, son los servicios. Consultorías, asesorías, acompañamiento de expertos, call centers, entre muchas otras ofertas de servicios, están a la orden del día y se ofrecen bajo la promesa de la prosperidad personal y empresarial, etc. En la nueva composición del mundo el producto por el que hoy pagamos son los servicios, los cuales están emparentados con la neosoberanía de la información. Resulta de suma importancia, frente al dispositivo de localización del sujeto, resaltar su funcionamiento como productor de subjetividades. Este no solamente despliega un conjunto de estrategias localizadoras de los individuos, sino que las personas se adhieren a él, lo hacen suyo, lo cruzan con su individualidad, se posicionan frente a los regímenes de verdad que este dispositivo produce (y en los que se asienta), se configuran a partir de los discursos de que se compone, se vinculan consigo mismos, con el mundo y con los otros a partir de ellos. Por esta razón, sugerimos que el dispositivo de localización del sujeto no se presenta en nuestra actualidad como una imposición hecha a los individuos, sino que ellos se subjetivan a partir de este. El ciudadano siempre visible del Facebook y, en general, de las cada vez más numerosas redes sociales virtuales está construyendo un sistema de veridicciones de sí diferente de aquel ciudadano del telégrafo; está llevando a cabo nuevas prácticas de sí, de relación con los otros y con las cosas. Hoy se ha resemantizado la noción de encuentro. Encontrarse es “vernos en Facebook”; es decir, las personas se encuentran cuando cada una está en su terminal de pc (o sus artefactos similares: el celular “inteligente”, la tableta, etc.) y se comunican vía internet.
De esta forma, la denominada “reticulación de la vigilancia generalizada” (Laval y Dardot, 2013, p. 380) no es una macabra estrategia ideada por unos genios que pretendían ejercer control total de manera impuesta a las personas y a las poblaciones. Más bien los sujetos se hicieron a las técnicas emergentes de esta reticulación y constituyeron un sistema de visibilidad que tuvo como efecto impensado la instauración de prácticas de autocontrol y autovigilancia. Ya no existe el Otro, como ocurría en las sociedades disciplinarias, que gobierna a partir de la mirada devenida auto-observación, sino que las personas se dejan ver, se hacen visibles, exponen su intimidad, venden su imagen (ya no solo su cuerpo) y, en ese proceso, realizan una seria vigilancia de lo que exponen, de lo que dejan ver y quieren vender; o sea, una seria vigilancia de sí mismos.2 En concordancia con esto, afirmamos que los dispositivos de localización de los sujetos producen al sujeto que gobiernan. En el mundo contemporáneo, el de la racionalidad económica y la regulación de las relaciones de la persona consigo misma, con el mundo y con los otros a partir del empresarismo y el consumo, este tipo de control resulta ser bastante efectivo por varias razones. Por una parte, porque abarca la totalidad de la población. Recordemos que en las sociedades disciplinarias el control era panóptico y se realizaba implementando la generación de instituciones cuyo paradigma del encierro hacía que su alcance estuviera limitado y que gran parte de la población quedara por fuera del control. Una segunda razón es que el Estado se desmarca del trabajo del gobierno cotidiano de las personas. Fuera de las zonas de vulnerabilidad la regulación no procede, fundamentalmente, del Estado, sino de la dinámica económica y comercial que coloniza nuestra vida pública y privada. Finalmente, el Estado es relocalizado, puesto que su labor no consiste en expedir las normas que nos permitan la consecución de nuestros derechos y que nos posibiliten vivir bien y en comunidad, sino que su función legislativa se orienta hoy a la promoción de los mercados y a la inclusión de los sujetos en él, como forma de gobierno y modulación del comportamiento de las personas.
En efecto, como es indicado por Foucault en Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión (2002a), la racionalidad disciplinaria hallaba en el control, la confiscación, el fortalecimiento y la docilización de los cuerpos, mediante una microfísica del poder, su razón de ser. La disciplinarización buscaba ordenar y reducir las multiplicidades humanas (Castro, 2011; Foucault, 2002a). En el régimen panóptico, el cometido es el desarrollo de la fuerza física de los cuerpos de manera paralela en consonancia con su despolitización (el logro de su docilidad). Nos resulta lícito indicar que hoy, por el contrario, lo que hemos llamado dispositivo de localización de los sujetos se funda en la dispersión de esas multiplicidades debido al reconocimiento de las potencialidades siempre en desarrollo del individuo. Pero, adicionalmente, se basa en la inclusión del sujeto en el engranaje de la producción