Cuando es real. Erin Watt. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Erin Watt
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788417525057
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rel="nofollow" href="#litres_trial_promo">Capítulo 37

       Capítulo 38

       Epílogo

       Sobre la autora

      

      

      

       Para Margo.

      Te queríamos antes de que comprases el libro y te queremos todavía más después de ayudarnos a pulir este manuscrito hasta convertirlo en la joya que ahora es.

      Gracias por ser nuestra editora, nuestra animadora y nuestra amiga.

      Capítulo 1

      Él

      —Por favor, dime que todas son mayores de edad.

      —Todas son mayores de edad —repito a mi agente, Jim Tolson, tal y como me había pedido.

      La verdad es que no tengo ni idea de si es así. Cuando llegué a casa anoche del estudio, la fiesta ya había empezado. No me preocupé de pedir el carné de identidad a la gente antes de pillar una cerveza y hablar con varias chicas impacientes a las que, según decían, les gustaba tanto mi música que incluso cantaban mis canciones mientras dormían. Aquello sonaba como una invitación, pero no estaba interesado. Mi colega Luke me las quitó de encima y, después, deambulé por la sala e intenté reconocer a la gente que estaba en mi casa.

      Solo conté a siete personas que realmente conociese.

      Jim frunció los labios antes de sentarse en la tumbona frente a mí. Había una chica dormida en ella, así que tuvo que colocarse en el borde. Jim me dijo una vez que el mayor peligro de trabajar con una joven estrella del rock es la edad de sus groupies. Sentarse tan cerca de una adolescente en bikini le ponía nervioso.

      —Acuérdate de esa frase por si los del programa de TMI te preguntan hoy en la calle —me advierte Jim.

      —Me lo apunto.

      También me apunto que hoy tengo que evitar cualquier lugar que frecuenten los famosos. No quiero que me hagan fotos.

      —¿Qué tal anoche en el estudio?

      Pongo los ojos en blanco. Como si Jim no hubiera llamado al técnico de sonido en cuanto me fui para que le contara todos los detalles.

      —Sabes exactamente cómo fue. Una mierda. Peor que eso. Creo que un chihuahua ladrando cantaría mejor que yo ahora mismo.

      Me echo hacia atrás y me toco la garganta. A mis cuerdas vocales no les ocurre nada. Jim y yo fuimos al médico para que les echaran un vistazo hace unos meses. Pero a las notas que entonaba ayer… les faltaba algo. Últimamente toda mi música me parece monótona.

      No he grabado nada decente desde mi último disco. No soy capaz de dar con el problema. Podría ser la letra, el ritmo o la melodía. Es todo y no es nada a la vez, y por mucho que haya cambiado cosas, nada ayuda.

      Paso los dedos por las seis cuerdas de mi Gibson, a sabiendas de que mi cara refleja la frustración que siento.

      —Venga, vayamos a andar un rato.

      Jim señala con la cabeza a la chica. Parece dormida, pero podría estar fingiendo.

      —No sabía que te gustaran los paseos por la playa, Jim. ¿Nos recitamos poesía antes de que me propongas matrimonio? —bromeo. Pero probablemente tenga razón sobre lo de alejarnos de la groupie. No necesitamos que una fan chillona hable de mi bloqueo musical a la prensa. Ya les doy demasiado de qué hablar.

      —¿Has visto las últimas cifras de seguidores de tus redes sociales? —Alza el móvil.

      —¿Es realmente una pregunta?

      Nos detenemos en la barandilla de mi terraza cubierta. Ojalá pudiéramos andar por la playa, pero es pública y la última vez que intenté poner un pie en la arena de la parte de atrás de mi casa, regresé con el bañador rasgado y la nariz ensangrentada. Eso fue hace tres años. La prensa lo convirtió en una historia en la que me peleé con mi ex y aterroricé a varios niños.

      —Pierdes unos mil seguidores a la semana.

      —Suena fatal. —De hecho, suena genial. Quizá así por fin pueda disfrutar de mi propiedad frente a la playa.

      Su perfecta cara sin arrugas —gracias a los mejores cirujanos plásticos suizos que el dinero es capaz de contratar— refleja su irritación.

      —Esto es serio, Oakley.

      —¿Y qué? ¿A quién le importa que pierda seguidores?

      —¿Quieres que te tomen en serio como artista?

      ¿Esta charla de nuevo? La he oído un millón de veces desde que Jim firmó un contrato conmigo cuando yo tenía catorce años.

      —Sabes que sí.

      —Entonces has de ponerte las pilas —vocifera.

      —¿Por qué?

      ¿Qué tiene que ver «ponerse las pilas» con crear buena música? En todo caso, necesito ser más salvaje, extender los límites de todo en esta vida.

      Pero… ¿no lo he hecho ya? Siento que en los últimos cinco años me he emborrachado, he fumado, ingerido y experimentado casi todo lo que puede ofrecer el mundo. ¿Soy ya una estrella del pop acabada antes de cumplir los veinte?

      Un ramalazo de miedo me sacude al pensarlo.

      —Porque tu discográfica está a punto de despedirte —me advierte Jim.

      Casi aplaudo como un crío al oír la noticia. Llevamos meses en desacuerdo.

      —Que lo hagan.

      —¿Cómo crees que grabarás el siguiente disco entonces? El estudio ha rechazado tus dos últimos intentos. ¿Quieres experimentar con el sonido? ¿Que tus letras sean poesía? ¿Escribir otra cosa que no sea sobre desamor y chicas bonitas que no te quieren?

      Miro al agua malhumorado.

      Él me agarra del brazo.

      —Presta atención, Oak.

      Lo miro con ojos de «¿Qué demonios haces?» y él me suelta. Ambos sabemos que no me gusta que me toquen.

      —No dejarán que grabes el disco que quieres si sigues perdiendo seguidores.

      —Exacto —digo con una sonrisa burlona—. Entonces, ¿qué me importa que la discográfica me despida?

      —Las discográficas existen para crear dinero, y no producirán tu próximo disco a menos que sea uno que puedan vender. Si quieres ganar otro Grammy, si quieres que te tomen en serio, tu única posibilidad es reformar tu imagen. No has sacado ni un disco desde que tenías diecisiete años, y eso fue hace dos años. Eso es como una década en el negocio musical.

      —Adele sacó un disco a los diecinueve y otro a los veinticinco.

      —No eres la puñetera Adele.

      —Soy mejor —digo, y no es por presumir. Ambos sabemos que es verdad.

      Desde que mi primer disco salió cuando tenía catorce años, he tenido un éxito increíble. Cada disco ha sido doble platino, y el titulado Ford, por mi apellido, llegó al rarísimo disco de diamante. Aquel año, mi gira tuvo treinta paradas internacionales, todos los conciertos se celebraron en estadios y se agotaron todas las entradas. Hay menos de diez artistas en el mundo que hacen giras en estadios, el resto quedan relegados a actuar en estadios deportivos pequeños,