Después del protagonismo de Isaac, la narración bíblica destaca los conflictos y las dificultades entre dos hermanos: Jacob y Esaú. El relato tan detallado de estos problemas, es una forma literaria de anticipar las dificultades entre los descendientes de Jacob, los israelitas, y los de Esaú, los edomitas. Esta sección del Génesis es más detallada, complicada y larga que las anteriores, pues intenta preparar al lector y lectora para el recuento del resto de la historia de Israel.
Los relatos de las aventuras de Jacob, incluyen lo siguiente: Su salida y huida a Padán Aram en Mesopotamia; su inteligencia y riquezas; su regreso a las tierras de Canaán; su encuentro transformador con Dios en Peniel; el cambio dramático de su nombre de Jacob a Israel; la renovación de las promesas divinas hechas anteriormente a Abraham (Gn 35.1-14), que ahora se les aplicaban a Jacob; varias narraciones en torno a José; para terminar, finalmente, con la muerte de Jacob en Egipto (Gn 37.1—50.14).
De esa forma familiar, las narraciones del Pentateuco se mueven de la época patriarcal al período del éxodo. Los relatos intentan mantener algún tipo de secuencia lógica e histórica. Los autores han demostrado gran capacidad literaria y educativa, pues hacen uso de la reiteración y repetición para enfatizar algunos de los temas que desean destacar. De la historia de una familia, la trama bíblica se mueve a la historia de una nación.
El éxodo de Egipto. El Génesis culmina con la narración de la muerte de José en Egipto. Ese mismo evento es el que toma el escritor del libro de Éxodo para comenzar su historia nacional. La afirmación en torno a que el nuevo faraón no conocía a José, más que una declaración histórica es una teológica (Éx 1.8). Lo que implica es que la nueva administración egipcia no iba a proseguir con la política de respeto y afirmación hacia la comunidad israelita, entre otros grupos minoritarios, sino que implantarían una serie de nuevas directrices gubernamentales que les afectaría de forma adversa y nefasta.
Durante la época patriarcal, Egipto fue gobernado por un grupo invasor proveniente de Mesopotamia conocido como los hicsos, que antes de llegar al delta del Nilo pasaron por Canaán y se relacionaron con los líderes de esa región (siglo XVIII a.C.). Posiblemente, por esa razón histórica, es que cuando los patriarcas —por ejemplo, Jacob y toda su familia— llegaron a Egipto, fueron recibidos de forma positiva por las autoridades nacionales. Quizá por esa misma conexión histórica es que debe entenderse que uno de los descendientes de los patriarcas haya llegado a ocupar una posición de tan alta responsabilidad en el gobierno del faraón, como es el caso de José (Gn 41.37-43).
Sin embargo, cuando los hicsos fueron definitivamente derrotados y expulsados de Egipto, la política nacional en torno a las comunidades extranjeras cambió de forma drástica. Los nuevos gobernantes decidieron revertir los privilegios que la administración anterior había otorgado a los israelitas. Esa es posiblemente la implicación política de que los nuevos gobernantes que «no conocían a José»; es decir, no reconocían su autoridad y prestigio y, además, rechazaban las acciones políticas previas hacia su comunidad. La nueva hostilidad gubernamental hacia los israelitas que vivían en Egipto, posiblemente, está relacionada con el hecho histórico de la derrota de los hicsos, que eran sus protectores.
La nueva política hacia los israelitas era de trabajos forzados, vejaciones, maltratos y opresiones. Les obligaron a trabajar en condiciones infrahumanas en la construcción de algunas nuevas ciudades, como Pitón y Ramesés (Éx 1.11). El ambiente de respeto y paz que vivían, fue transformado en relaciones inhóspitas, inhumanas y agresivas. Y en medio de esas dinámicas de cautiverio y desesperanza, nació un nuevo líder hebreo: Moisés.
Los episodios que enmarcan la narración del nacimiento de Moisés son extraordinarios: ¡Fue salvado de forma milagrosa de morir ahogado en las aguas del Río Nilo! Y ese acto prodigioso marcó la trayectoria de su vida, pues se convirtió en líder indiscutible, legislador y libertador del pueblo de Israel.
La liberación de los israelitas de la opresión egipcia fue un proceso extenso e intenso. Moisés tuvo que convencer al faraón que dejara salir al pueblo, en medio de una serie interesante y reveladora de combates espectaculares con los magos del reino. Finalmente, la sabiduría y el poder de Moisés pre-valecen sobre las magias egipcias, y el pueblo de Israel salió al desierto, para peregrinar por la Península del Sinaí por cuarenta años, de acuerdo con el testimonio bíblico.
La identidad precisa del grupo que salió de Egipto es muy difícil de precisar. Esos israelitas o mejor, hebreos antiguos, provenían de diversos sectores de la sociedad. Algunos eran parte de tribus seminómadas que vivían en el desierto, pero que trabajaban por temporadas en la construcción de las nuevas ciudades egipcias; otros, posiblemente, eran grupos de alguna forma relacionados con los anteriores, pero que ya se habían asentado en las tierras de Egipto; y aún otros eran tribus del desierto que se unieron al grupo de Moisés cuando viajaban por el desierto.
En ese proceso de liberación bajo el liderato de Moisés, según los relatos bíblicos, el pueblo experimentó una serie importantes de manifestaciones divinas: Por ejemplo, se revela el nombre personal del Dios que les había liberado (Éx 3.1-16); los ejércitos del faraón, que perseguían y amenazaban con destruir al pueblo de Israel, fueron derrotados y echados a la mar de forma milagrosa y definitiva (Éx 14.1—15.21); y, además, se dan, en el Monte Sinaí, los Diez Mandamientos, que constituyen la base y núcleo fundamental para lo que posteriormente se conoce como la Ley de Moisés (Éx 19.1—20.17).
Las narraciones de la liberación de Egipto le permiten al pueblo de Israel tener el fundamento teológico básico para entenderse como pueblo escogido y llamado por Dios. Este evento de liberación nacional marcó de forma permanente la teología de sabios, profetas y poetas del pueblo, que fundamentados en estos recuentos épicos extraordinarios, desarrollaron teologías que les permitían a las futuras generaciones responder con valor y autoridad a los grandes desafíos de la existencia humana.
Y como punto culminante de la experiencia de liberación de Egipto, el libro del Éxodo presenta el pacto o la alianza que Dios establece con el pueblo de Israel. Esa relación singular del Señor con su pueblo, se convirtió en el tema teológico privilegiado de los profetas, que evaluaban el comportamiento de pueblo de Israel y sus monarcas, a la luz de las estipulaciones del pacto. Si la gente cumplía con los mandatos divinos, afirmaban los profetas, vivían en paz y prosperidad; sin embargo, si se alejaban de esos estatutos éticos y morales, recibirían el juicio divino, de acuerdo con el mensaje profético.
La conquista de Canaán. De acuerdo con las narraciones del Pentateuco, después de la muerte de Moisés (Dt 34), el liderato nacional recayó en manos de Josué, cuyo objetivo primordial era llevar a los israelitas hasta Canaán que, desde la perspectiva de las tradiciones patriarcales, ya era conocida como la «Tierra Prometida». Marcó el inicio de ese proceso, el cruce del Río Jordán —desde la región ocupada por la actual Jordania a Israel y Palestina—, que guarda ciertos paralelos con el cruce de Moisés a través del Mar Rojo (Jos 1—3; Éx 14—15).
La llamada «conquista» del territorio cananeo, fue un proceso difícil, largo y complejo (Jue 1), que en ocasiones se llevó a efecto de manera pacífica, pero que en otros momentos incluyó hostilidades, conflictos y guerras (Jue 4—5). Ese fue un período de fundamental importancia en la historia bíblica, pues los israelitas pasaron de ser una comunidad nómada o seminómada a convertirse en un pueblo asentado, en las tierras con las cuales se relacionarían el resto de su historia nacional.
Los pueblos que los israelitas encontraron en Canaán tenían en común una ascendencia semita, pero también mostraban elementos culturales distintivos e historias nacionales definidas. Por esa razón, en ocasiones, las luchas fueron intensas, pues estaban en juego no solo los terrenos y los pueblos necesarios para vivir y desarrollar una nación, sino la identidad cultural, que brinda a las comunidades sentido de historia y cohesión, sino salud emocional, espiritual y social. Con el tiempo, muchas de las comunidades cananeas se fundieron