Historia de la República de Chile. Juan Eduardo Vargas Cariola. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Juan Eduardo Vargas Cariola
Издательство: Bookwire
Серия: Historia de la República de Chile
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789561424562
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del mineral y su traslado a lomo de mula hacia la playa. En marzo de 1869 se había logrado acumular 15 toneladas del combustible, que el gobernador ofreció sin costo al capitán del vapor nacional Ancud para conocer su rendimiento494. Para facilitar la explotación del yacimiento, Viel dispuso la construcción de una vía férrea, obra de 11 a 12 kilómetros, concluida en 1875, durante la gestión del gobernador Diego Dublé Almeyda, y sobre la cual corrió una locomotora495. Pero ya en noviembre de 1868 el gobierno había llamado a una licitación para explotar los yacimientos conocidos o los que se descubrieren en el territorio de Magallanes. La licitación fue adjudicada en 1869 a Ramón Rojas Miranda, cuya experiencia le permitió diseñar una adecuada infraestructura de transporte y carga, con un ferrocarril, muelle y lanchas metálicas para el embarque del carbón. En enero de 1870 algo más de mil toneladas de carbón fueron vendidas a la división naval peruana compuesta por los buques Huáscar, Independencia, Unión y Chalaco, al mando del comandante Manuel Ferreyros496. La falta de mano de obra, la inclemencia del clima durante buena parte del año y las dificultades para abastecerse de los necesarios insumos obligaron a Rojas a obtener nuevos recursos para continuar las labores. Para ello transformó su empresa en una sociedad anónima, la Compañía Carbonífera de Magallanes, constituida en Santiago en 1872, con un capital social de un millón de pesos497. Pero la calidad del carbón no era satisfactoria, lo que disminuyó el interés de los capitanes de naves en adquirirlo. Por último, la recesión que comenzó a afectar a la economía chilena en 1875 llevó al cierre de las faenas, que se hizo total en 1877498.

      La proliferación de sociedades anónimas para la explotación del carbón, expresión del interés de los inversionistas en un negocio en crecimiento por la sostenida demanda de las fundiciones, los buques de vapor y los ferrocarriles, y que se hizo muy marcada en los años iniciales del decenio de 1870, muestra la radical diferencia entre esta actividad minera y la minería metálica. Los yacimientos carboníferos exhibieron, en efecto, un gran desarrollo técnico y un alto grado de mecanización, lo que fue posible tanto por la fuerte capitalización de las empresas como por el recurso a especialistas extranjeros, de preferemcia ingleses. Tal como lo ha subrayado Ortega, los dueños de las minas siempre estuvieron dispuestos a invertir en proyectos que requerían largos periodos de maduración y a introducir innovaciones, lo cual no ocurrió respecto del cobre y de la plata, ceñidas a una tradición extractiva de origen colonial499. Pero, como se ha indicado antes, dicha tradición extractiva provino de regulaciones que impedían el laboreo en gran escala; no hubo, en cambio, normas específicas sobre el carbón en las ordenanzas americanas. La Ordenanza de Minas de Nueva España dispuso en su artículo 22, no obstante, que se podía descubrir, solicitar, registrar y denunciar al igual que los metales, otras substancias, como las piedras preciosas, la sal gema y “cualesquiera otros fósiles, ya sean metales perfectos o medios minerales, bitúmenes y jugos de la tierra”, donde podría entenderse incluido el carbón500. La Novísima Recopilación, en la ley 4, título 20, libro 9, ordenó que “los dueños directos propietarios de los terrenos donde haya minas de carbón […] las podrán descubrir, laborear y beneficiar por sí propias, o permitir que otros lo ejecuten, arrendarlas o venderlas a su arbitrio, sin más licencia ni formalidad que la que necesitarían para beneficiar, arrendar o vender el terreno que las contenga”. No sorprende, por tanto, que durante el gobierno de Freire se dictara un decreto, de 7 de noviembre de 1825, que repitió el principio dado por la Novísima Recopilación: “Toda mina de carbón pertenece en dominio y propiedad al dueño del terreno en que se encuentre”. En consecuencia, quienes quisieran explotarla debían entenderse directamente con el propietario para comprarla, arrendarla “o hacer el contrato que mejor convenga”. Sin embargo, un decreto de 31 de octubre de 1834 derogó el citado decreto de 1825 por considerar que no estaba en armonía con la Ordenanza de Minería de Nueva España, lo cual era exacto, ni con las leyes vigentes del título 7, libro 9 de la Novísima Recopilación, lo cual era erróneo. Tal medida, como es evidente, estaba dirigida a hacer denunciable al carbón501. Pero en la práctica, como se ha visto, predominó el principio contenido en la Novísima Recopilación. Esto explica, sin duda, que el Código de Minería de 1874 dispusiera en el inciso segundo del artículo 1° —en que se enunciaban taxativamente las sustancias a las que se aplicaban las normas de ese cuerpo legal— que “la explotación del carbón y de los demás fósiles cede al dueño del terreno”, quien solo debía dar aviso de la explotación a la autoridad administrativa. La radical diferencia entre la propiedad minera metálica y la del carbón constituyó un manifiesto incentivo para analizar la factibilidad de la explotación de este, para reunir los capitales, para obtener el concurso de especialistas idóneos, para estudiar adecuadamente la forma en que debían hacerse las labores, y, finalmente, para iniciarlas.

      SALITRE

      La producción de salitre, iniciada en el decenio de 1810 en la región septentrional de la provincia peruana de Tarapacá, entre Pisagua y caleta Chucumata, al sur de Iquique, en Zapiga, Sal de Obispo, Pampa Negra, Negreiros La Peña, Independencia, San Antonio y La Noria, empezó a crecer en forma permanente al incrementarse la demanda del fertilizante en el exterior, en especial en Europa y en los Estados Unidos. La facilidad de las labores extractivas ayudó a la multiplicación de pequeñas oficinas de parada, alzadas en lugares en que se habían descubierto depósitos de salitre, en que era posible el abastecimiento de agua y en que se había obtenido la concesión legal para iniciar las operaciones. Una vez hecha la mensura del pedimento y debidamente estacado este, se construían las dependencias del establecimiento y se instalaban los hornos, cada uno de los cuales llevaba dos estanques o fondos de hierro a sus lados, donde se procesaba el material. Los trabajos consistían en remover el material estéril de la superficie de las calicheras, denominado chuca, con chuzos, picos y palas, y más adelante con ayuda de la pólvora, hasta encontrar la capa de caliche, para proceder a su retiro. Transportado generalmente en burros a la oficina, el material era triturado con combos y depositado en los fondos, en que era disuelto en el agua hirviente calentada por los hornillos, labor que duraba unas dos horas. El combustible empleado era la leña de tamarugo o de algarrobo. En un nivel inferior se hallaba un estanque en el que por decantación se eliminaba el material sólido, el ripio, y se clarificaba la solución. Esta era llevada a continuación a unos estanques en que se verificaba la cristalización del salitre, guardándose en otros estanques las aguas madres provenientes de la elaboración para la posterior extracción del yodo. Concluida la cristalización en el fondo de los estanques, el salitre era puesto a secar para ser posteriormente ensacado y enviado a los puertos de Iquique o Pisagua para su embarque502. El bajo costo de producción del salitre, en que los insumos principales eran el combustible y el forraje para los animales —la remuneración de la mano de obra era muy baja— tenía, como contrapartida, el altísimo costo de su transporte a los puertos, que podía llegar a ser tan elevado como aquel503. No obstante la competencia del guano, cuya explotación en gran escala se inició en 1840, el salitre continuó siendo demandado en Europa y los Estados Unidos, y la situación de los elaboradores, algunos en serias dificultades económicas por la reducida capacidad de muchas de las oficinas de paradas, recibió un considerable alivio al derogar el gobierno peruano en 1849 un impuesto a la exportación aprobado en 1840.

      La participación de extranjeros, en especial ingleses y chilenos, en la extracción de salitre impulsó la modernización de los procedimientos y la participación de capitales de mayor envergadura. George Smith y William Bollaert realizaron exploraciones en la zona e incluso, por encargo del gobierno peruano, levantaron un plano de la provincia de Tarapacá entre 1827 y 1828, completado en el decenio de 1850. Tal vez a fines de 1850 o principios de 1851 descubrieron depósitos de bórax en la cordillera, y en 1852 formaron una sociedad en Iquique para dedicarse a la actividad salitrera. En 1853 el gobierno peruano otorgó al chileno Pedro Gamboni privilegio exclusivo para usar, por el término de cinco años, un nuevo sistema de elaboración del salitre: la aplicación del vapor al beneficio del nitrato en vez del uso del fuego directo504. El empleo de nuevos estanques, los cachuchos, que se cargaban hasta con 50 toneladas de caliches, permitió un notable aumento de la producción y, sobre todo, aprovechar caliches de baja ley. Por la misma época se generalizó el empleo de chancadoras movidas por vapor para