El 19 de mayo de 1832 comparecieron ante el escribano de Copiapó los hermanos Juan y José Godoy, y el conocido minero y fundidor de cobre Miguel Gallo Vergara para denunciar una “veta de metales de plata” en la sierra de Chañarcillo. El descubrimiento fue realizado días antes por Juan Godoy, arriero de Gallo y mestizo del pueblo de indios de San Fernando, en las inmediaciones de Copiapó, y una semana más tarde los hermanos Godoy vendieron sus dos terceras partes a Gallo. Apenas conocida la noticia se generó un veloz desplazamiento de mineros, empresarios, comerciantes, habilitadores y aventureros de la más diversa índole, tanto de Chile como de los países vecinos, impulsados por la esperanza de una rápida fortuna.
A la mina Descubridora de Gallo, quien vendió seis barras tanto a Francisco Ignacio de Ossa Mercado como a Ramón Ignacio Goyenechea, se unieron pronto otros riquísimos yacimientos de los mineros Pascual y Manuel Peralta, José Vallejo, Juan José Sierralta Callejas, José Manuel Espoz, Lorenzo Meléndez, Miguel y Francisco Sierra, Ramón Ignacio Goyenechea y Sierra, Matías Cousiño, José Urbina, Rafael y Ramón Mandiola, Pedro Nolasco y José Antonio Valdés, Carlos Mercado, Ramón Gallo Zavala y José María Montt, entre muchos otros363.
Chañarcillo, en verdad, fue el sueño del cateador hecho realidad, como lo describió el periodista copiapino Román Fritis:
Desde el punto llamado Merceditas, del nombre de una mina allí descubierta, y en una gran extensión de la quebrada que baja por ese costado, la superficie del suelo estaba empedrada de trozos de plata, o rodados, algunos de peso de dos o más quintales de plata maciza.
La quebrada que baja a reunirse con la anterior desde uno de los costados de la Colorada hallábase igualmente sembrada de ricos rodados, de todos tamaños, que cada cual podía recoger y a cuyo lado pasaban muchos sin apercibirlo por no ser conocedores y confundir con las piedras brutas lo que no era sino pura plata.
Estos rodados, más o menos grandes y valiosos, eran los que había arrojado de sí la veta Candelaria, a impulsos de los sacudimientos que imprimieran al cerro los temblores, o arrastrados por las aguas.
En la quebrada de la Descubridora sucedía otro tanto, y subiendo por ella hasta el Manto causaba un verdadero asombro, al llegar a este, los enormes trozos de plata, calcinada por el sol durante siglos, sobre los cuales descansaban satisfechos sus afortunados propietarios364.
Esta última alusión es a la pertenencia llamada Manto de Peralta, en la parte alta del cerro, donde se encontraron bolones que pesaron hasta 36 quintales, es decir, más de una tonelada y media, que expuestos al sol y golpeados con un combo se abrían “como granadas”, mostrando en su interior filamentos o granalla de plata365.
Tras el breve periodo de la extracción superficial y fácil de la plata de rodados, reventones y crestas, debieron iniciarse las labores más complejas para seguir las vetas, tareas en que, por la carencia de procedimientos técnicos modernos, primaba la intuición, con resultados muy dispares. Según lo recordado por José Joaquín Vallejo, el popular escritor costumbrista Jotabeche, al procederse a la mensura de la mina Descubridora, y ya hecho el pozo de ordenanza, hubo una disputa entre Gallo, Goyenechea y Ossa sobre el rumbo de la pertenencia, pues mientras el primero creía que había que buscar la veta “a cuerpo de cerro”, y dirigir el rumbo hacia el norte, los dos últimos opinaban que debía hacerse hacia el sur. Gallo no cejó, “conquistando de este modo uno de los puntos más ricos que comprende Chañarcillo”366. Y de esa riqueza fue testimonio el crestón de plata córnea arrancado intacto del fondo de la quebrada, y que conservó la familia de Miguel Gallo, y la palangana de plata nativa de Francisco Ignacio de Ossa367.
Es muy posible que las limitaciones técnicas y la falta de capitales de los mineros expliquen la transitoriedad de las labores en muchas minas de Chañarcillo que, abandonadas y declaradas en despueble, eran objeto de nuevo pedimentos. Así, entre 1837 y 1850, en que consta la existencia de 215 pertenencias mineras, sorprende el elevado número de minas desamparadas y concedidas nuevamente a otros interesados368. Entre 1853 y 1854 las minas en actividad eran 129, con dos mil 911 operarios, en tanto que la placilla de Juan Godoy contaba con 83 manzanas y seis mil 277 habitantes. Ya en 1845 se había fundado allí una escuela de hombres, y en 1848 otra de mujeres. Y en 1876 se estableció una escuela práctica de explotación y mensura de minas369.
El auge del mineral duró tres años, para disminuir a continuación la producción hasta 1838. En 1839 la extracción casi dobló esa cifra, pero tuvo una violenta reducción en 1840, de la que se recuperó en los tres años siguientes, para mostrar impresionantes incrementos a partir de 1844. En enero de 1858 el geólogo Amado Pissis determinó que el año anterior Chañarcillo había producido 135 mil marcos de plata, que arrojaron un valor de 913 mil 950 pesos, en tanto que los gastos de explotación, beneficio y transporte ascendieron a un millón 240 mil 500 pesos, lo que había originado un déficit de 326 mil 550 pesos370. De las 61 minas registradas en 1870, solo tres tenían más de cien operarios371. En 1882, según lo informó Pedro Pablo Figueroa, en Chañarcillo solo se explotaban las minas Descubridora, Santa Rosa, Constancia, de Tomás Gallo y Manuel Echeverría Blanco, y Loreto, esta última muy bien trabajada por algunos miembros de la familia Mandiola372. Las restantes minas estaban en su mayoría entregadas a los pirquineros.
Como es fácil de comprender, la intensidad de la explotación argentífera significó un desarrollo de los sistemas crediticios, tanto en manos de personas naturales —como Agustín Edwards, profundos conocedores del negocio, que no solo compraban plata, sino que recibían depósitos, descontaban pagarés, habilitaban, otorgaban préstamos y, en suma, actuaban como un banco— como de sociedades formadas con similar propósito. Fue el caso, entre otras, de Ossa y Escobar, a la cual se hizo ya referencia, constituida en 1855 por Gregorio Ossa y Cerda y por el colombiano Antonio Escobar, con la gestión exclusiva de este último, sociedad que en 1870 y tras la muerte de Gregorio Ossa se reconstituyó con el nombre de Escobar, Ossa y Cía373. La empresa realizó variadas inversiones en compras de minas, de haciendas y de acciones en establecimientos de beneficio. Así, en 1865 Ossa y Escobar formaron una sociedad con Bertoldo Kröhnke para servirse del método de beneficio inventado por este y protegido por un privilegio exclusivo374.
El beneficio de la plata se hacía en numerosos ingenios o máquinas instalados en las orillas del río Copiapó con el propósito de utilizar la fuerza hidráulica para mover los trapiches. Junto a estos se hallaban los sectores destinados a la amalgamación. Desde la parte alta del valle de Copiapó hacia la costa se anotaron en 1853 los siguientes 17 ingenios: el de San Antonio, de Sierralta y Cía.; el de La Puerta, de Codecido y Carvallo, después de G. Watkins; el de Potrero Seco, de Matías Cousiño; el de Pabellón, de Rafael y Fernando Mandiola; el de Totoralillo, de Francisco Echeverría; el de Cerrillos, de Ossa y Cía.; el de Nantoco, también de Matías Cousiño; el de Mal Paso, de Torreblanca y Cía., y el de Tierra Amarilla, de la familia San Román. En la villa de Copiapó (ciudad desde 1843) estaban los ingenios de la testamentaría Gallo, de Miguel Sierra —un buitrón—, de Antonio Carrosini, de Bernardino Codecido, de Eduardo Abbott y Cía., de Edwards y Cía., de Urbina y Cía. y de Soto y Cía375. Hacia 1870 quedaban 13 ingenios, que habían perdido su antigua importancia, si bien habían experimentado modificaciones técnicas. Así, originalmente se utilizó el agua para mover las aspas de los toneles del sistema Kröhnke, pero su escasez obligó a emplear máquinas de vapor376.
No está de más recordar que la multiplicación de yacimientos mineros y la riqueza generada por ellos indujo a buscar una solución a uno