El fraccionamiento excesivo de las concesiones, que obliga a acumular sobre cada una los medios de explotación que bastarían para laborear extensiones más considerables, sin consultar en manera alguna la economía de la producción mineral, ataca directamente las fuentes de la riqueza pública258.
El caso de Chañarcillo es muy esclarecedor. Por ejemplo, en el yacimiento de El Bolaco había en 1851 nada menos que 115 minas en operación259. El rechazo de los mineros a crear unidades mayores con sus pertenencias y a combinar sus recursos para explotarlas mantuvo una estructura irracional tanto desde el punto de vista de la minería como de la economía260. Las fotografías de minerales, en especial de Chañarcillo, que en 1863-1864 fueron tomadas por Rafael Castro Ordóñez, dibujante-fotógrafo de la española Comisión Científica del Pacífico, muestran la reducida entidad de las instalaciones y la proximidad de los diversos yacimientos261.
Contribuyeron también al predominio del pequeño empresario los breves plazos establecidos por la legislación entre el registro de la mina y el comienzo de la explotación. Un laboreo en gran escala suponía contar con tiempo suficiente para efectuar las prospecciones y para reunir abundantes capitales, imposibles de obtener con rapidez ante la inexistencia de un sistema bancario desarrollado262. Y era difícil imaginar la viabilidad de un proyecto minero de cierta envergadura en el decenio de 1820 cuando la tasa de interés cobrada por “respetables comerciantes” oscilaba entre el 18 y el 24 por ciento263. En verdad, por falta de capitales muchos mineros ni siquiera eran capaces de hacer el pozo de ordenanza a que obligaba la legislación, perforación de unos ocho metros de profundidad y de un metro y 30 centímetros de diámetro, que se prolongaba a continuación en la dirección en que supuestamente corría la veta.
La obligación legal de tener la mina efectivamente explotada al menos con cuatro operarios, sin que las faenas pudieran interrumpirse por más de cuatro meses, pasados los cuales podía ser declarada despoblada, introducía un elemento adicional de inestabilidad, que aconsejaba no hacer inversiones de magnitud. En todo caso, se sabe que no se recurrió a las sociedades anónimas con el propósito de reunir capitales suficientes para poner en práctica una minería moderna. Llamó la atención Luis Ortega al hecho de que, entre enero de 1870 y agosto de 1875, es decir, cuando ya se apreciaban ciertas innovaciones técnicas en la minería, se formaron 92 sociedades anónimas, de las cuales solo cuatro tuvieron por objeto la explotación del cobre, dos de las cuales estaban destinadas a explotaciones en Bolivia264.
Es reducidísimo el elenco de yacimientos que se administraron como una sola mina. Fue el caso de Panulcillo, que en 1874 produjo 50 mil toneladas de minerales. Otros importantes yacimientos, en cambio, exhibieron una manifiesta fragmentación: Higuera tenía 47 minas; Tamaya, 27, y Carrizal, 56. Como es obvio, la duplicación del esfuerzo y los gastos en la excavación de piques y socavones elevaban los costos de la explotación, daba origen a innumerables pleitos por internación de las labores en otras pertenencias y reducían la rentabilidad del negocio265.
Las regulaciones contenidas en el Código de Minería de 1874 no fueron, sin embargo, suficientes para mejorar el marco jurídico de la actividad, y cuatro años más tarde se proponían reformas a aquel. Un aspecto especialmente objetado fue la protección dada por este cuerpo legal a la agricultura frente a la minería, lo que permitió que sustancias como el carbón, que no estaba entre las denunciables, cedieran al dueño del suelo, quien, si decidía explotarlo, solo debía dar aviso a la autoridad administrativa266. En las críticas al mencionado código se insistía en la precariedad de la propiedad minera, “que es la verdadera rémora y la causa eficiente del estado de postración en que está la minería en el país”, pues, según se afirmaba al concluir el decenio de 1880, con ello se impedía la llegada de capitales extranjeros, indispensables para la explotación en gran escala de minerales de baja ley267. Y a las trabas puestas por el código a la minería del oro se refirió en detalle Vicuña Mackenna268.
El descubrimiento del mineral de plata de Arqueros, en 1825, permitió la acumulación de considerables capitales en manos de los principales propietarios de barras o acciones (cada pertenencia se dividía en 24 barras). Pero algunos de estos también se volcaron a la habilitación, de manera que muy pronto se tendió a una especialización en ese negocio: los chilenos se dedicaron preferentemente a los avíos en la minería de la plata, en tanto que los extranjeros lo hicieron en el cobre. Aunque la Chilean Mining Association obtuvo, asimismo, concesiones en Arqueros, no persistió en las labores después de haber obtenido pobres resultados en los ensayes269. No es exagerado sostener que el aporte de las referidas empresas inglesas al desarrollo de la minería chilena fue prácticamente nulo. Con crudeza describió Darwin la actuación de ellas:
Hay que decir, es verdad, que los directores y accionistas de esas compañías hacían tales gastos que era una locura; en algunos casos llegaron a dedicar mil libras esterlinas anuales para dar fiestas en honor de las autoridades chilenas; se expedían bibliotecas enteras de obras de geología ricamente encuadernadas; se hacían venir con grandes gastos mineros acostumbrados a un mineral particular, el estaño, por ejemplo, que no se encuentra en Chile; se decidía el suministros de leche a los mineros en los lugares donde no había una sola vaca; se construían máquinas allí donde era imposible utilizarlas; y se efectuaban otros gastos absurdos semejantes, tanto y tan bien, que los indígenas se burlan aun de nosotros270.
UNA MINERÍA SIN BASE TÉCNICA
Los antecedentes dados por Carlos Lambert como resultado de un primer viaje a América y a Chile entre 1816 y tal vez 1822 son muy ilustrativos acerca de las rudimentarias técnicas utilizadas por los mineros chilenos: inexistencia de máquinas, salvo algún torno; falta de conocimientos geométricos, tanto superficiales como subterráneos, indispensables para los trabajos de prospección; incumplimientos de las normas de las Ordenanzas de Minería de la Nueva España respecto de dejar los estribos o pilares de refuerzo en las excavaciones, y aprovecharlos indebidamente en el llamado “disfrute”, que a menudo tenía como consecuencia que las labores se llenaran de tierra o de agua; desorden de los peones, incompetencia de los mayordomos; robos sin castigos271. Un informe de 1817 al Tribunal de Minería de Santiago resumió brevemente los problemas de la minería chilena: “total ignorancia en el arte de trabajar las minas o de tratar los metales”272. Similar idea se había formado Sampson Waters, inglés natural de Cornualles, que en 1844 afirmaba que los mineros chilenos “parecían no tener idea o cuidado de nada”273.
José Joaquín Vallejo, buen conocedor del mundo minero, subrayó este problema:
Nosotros […] no labramos una verdadera mina, sino que, con la codicia y miseria del pirquinero, sacamos lo más fácil, lo más cómodo, lo más a la mano, y obstruimos el resto para que no le sirva ni a Dios ni al diablo274.
Un historiador de la minería americana durante la monarquía observó que los conquistadores y los primeros colonos carecían de los más indispensables métodos de prospección y laboreo de las minas, y la descripción