A través de un mar de estrellas. Diana Peterfreund. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Diana Peterfreund
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788417525958
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rodeaban el jardín y podas ornamentales de hibiscos conformaban los pasillos, pero no había flor que pudiese competir con el torbellino de trajes, capas, guirnaldas de flores y, sobre todo, con los enormes peinados de las aristócratas más a la moda de la isla. Sus parloteos ahogaban los sonidos del mar en la distancia; el constante zumbido de las aleteonotas, que volaban de un lado a otro entre los cortesanos; e, incluso, el delicado tintineo del famoso órgano hidráulico albiano.

      Un rincón especialmente abarrotado estaba ocupado por lady Persis Blake y su séquito de admiradores. Esa noche llevaba un sencillo sarong amarillo chillón, atado al cuello con una serie de eslabones de oro entrecruzados, y un cubre muñecas dorado a juego, que en realidad era un guante de piel sin dedos que tapaba el palmport de su mano izquierda. La elegante caída de su vestido solo podía lograrse utilizando la más fina seda galatiense, un producto difícil de encontrar desde que había comenzado la revolución; no obstante, no cabía duda de que Persis Blake disponía de los contactos para saber dónde localizar las mejores telas. Su tono combinaba perfectamente con las tonalidades amarillas de su cabello, que había sido rizado, trenzado y dispuesto para que sus alzados mechones amarillos y blancos se asemejaran a la flor conocida como plumeria, grabada en el escudo de la familia Blake. Su belleza destacaba, incluso entre el variopinto gentío de la corte.

      En los seis meses desde que la princesa Isla había ascendido al trono como regente y había nombrado a su vieja amiga del colegio como su dama de compañía principal, Persis se había convertido en uno de los miembros más deslumbrantes y populares de la corte. Casi nadie recordaba un tiempo en que una fiesta, un paseo en barco o un luau hawaiano estuviesen completos sin la presencia de la aristócrata más hermosa y boba de Albión.

      Mejor aún: casi nadie de la corte había asistido al colegio con Persis antes de que ella lo abandonara, nadie que pudiese describir de forma demasiado distinta a la chica que se estaba ganando la reputación de no ser otra cosa que elegante, dulce y, por encima de todo, tonta.

      Junto con su vestido y sus joyas, ese día, Persis lucía una expresión de puro aburrimiento a medida que la charla se desviaba hacia la revolución. El observador ocasional pensaría que se debía a que tal criatura ornamental encontraría la política un tema tedioso.

      Lo cierto era que nadie en aquel lugar tenía idea de cómo era Galatea realmente en aquellos días.

      —La guerra civil de los sureños se acabará extendiendo a nuestras costas —afirmó un joven cortesano con evidentes aspiraciones al Consejo Real—. Y, cuando lo haga, tendremos que sofocar cualquier levantamiento nor antes de que nos encontremos en el mismo aprieto que los galatienses.

      —Espero que no —intervino Persis—. Hoy en día, ya es lo bastante difícil encontrar en Galatea comerciantes de seda que sigan en el negocio. Sencillamente, me moriré si también cierran las tiendas albianas.

      —Típico en una mujer. —El cortesano soltó una risita indulgente—. lady Blake, si se produce una revolución contra los aristos de Albión, la ropa que se ponga será la última de sus preocupaciones.

      —¡Jamás! —replicó Persis—. Tengo una reputación que mantener. No debemos permitir que algo tan tonto como la guerra haga que nos olvidemos de nuestro deber.

      Hubo otra ola de risas entre los jóvenes sentados junto a ella.

      —¡Hablo en serio! —añadió, haciendo un mohín con su rosada boca—. A pesar de mi responsabilidad para con la princesa Isla y su guardarropas real, mi querido padre ya casi nunca me permite navegar hasta las tiendas de Halahou. Dice que teme por mi seguridad, pero una pensaría que reservaría un poco de preocupación para mi vestimenta. Si alguno de ustedes, distinguidos caballeros, conoce la identidad de la Amapola Silvestre, ¿no podrían pedirle que rescate para nosotros algunos modistas en su próximo viaje a Galatea? Ya cansa que lo único que haya rescatado últimamente sean aristos. En serio, no sirven para nada, excepto para convertirse en mi competencia.

      —Si supiese la identidad de la Amapola —empezó uno de los cortesanos—, sería el hombre más popular de ambas islas. Todas las damas de Albión me adorarían. —Varias soltaron risitas tontas, como dándole la razón—Y, en Galatea, me convertiría en el mejor amigo del mismísimo Ciudadano Aldred. La Amapola es el hombre más buscado de allí.

      —Entonces mi propuesta resolvería los problemas de todos —insistió Persis—. Al ciudadano Aldred probablemente no le importaría demasiado perder un costurero o dos, y yo lograría esa meticulosa atención galatiense con el detalle sartorial que tanto he echado en falta. ¡Todo el mundo gana!

      —Excepto los aristos —murmuró otro cortesano, pero nadie le prestó atención. Al fin y al cabo, los cortesanos albianos consideraban que hablar de los prisioneros mostraba falta de tacto; además, pensar en los aristos galatienses que todos ellos conocían y que podían estar entre rejas en aquel mismo momento ponía a cualquiera de un humor terrible.

      Por una vez, Persis habría deseado seguir el curso de la conversación, en lugar de desviarlo. ¿Cambiarían las cosas si más aristos empezaran a cuestionarse la actitud pasiva del Consejo en relación a la guerra? ¿Valdría la pena ponerlo a prueba, aunque pusiese en peligro el disfraz que había forjado cuidadosamente?

      Alzó la mirada y vio a Tero Finch haciéndole gestos desde el borde del círculo. Como miembro reciente del Colegio Real de Gengenieros, las ropas de Tero no eran tan finas como las de los aristos en torno a él, pero su altura, hombros anchos y cabello bronce metálico perfectamente teñido provocaban que varias jóvenes lo miraran a su paso.

      —Persis —llamó—, la princesa nos puede recibir ahora.

      Con una risa vibrante que chirrió en sus propios oídos, Persis se puso en pie de un salto.

      —Debo dejarles, corazones. Por favor, asegúrense de tener cotilleos jugosos para cuando regrese.

      Llegó junto a Tero y ambos ascendieron los amplios escalones de mármol hasta la terraza.

      —¿Dónde está mi hermana? —preguntó entre susurros—. No habrán arrestado a Andrine por tu culpa, ¿verdad?

      —Probablemente ya estará en la aldea de Centelleos, sana y salva, haciendo sus deberes —lo tranquilizó, mientras se adentraban en el salón del trono de la princesa regente de Albión. Tero estaba convencido de que Persis y Andrine arriesgaban su vida en cada excursión a Galatea. El hecho de que tuviera razón aún no había conseguido disuadirlas.

      El atardecer se filtraba a través de las cortinas de bambú que tapaban la columnata que constituía la pared externa de la habitación. Jarras de tres metros de altura estaban repletas de hojas de palma que colgaban atadas a guirnaldas de orquídeas, y el intenso aroma de la flor real flotaba en el salón. La princesa Isla estaba sentada en el suelo, ignorando los enormes cojines blancos desparramados cerca de ella. Sus holgados pantalones blancos estaban arrugados en montoncitos sobre su regazo y su capa blanca yacía olvidada en uno de los divanes detrás de ella. Por un instante, Persis se imaginó que eran niñas otra vez, jugando con puzles o construyendo volcanes en el suelo con los cojines.

      Isla extendió la mano derecha hacia el infante que se sentaba delante de ella, un niño pequeño de ojos destellantes que chillaba extasiado con los diminutos hilos dorados que saltaban entre las yemas de los dedos de Isla.

      —¡Funciona! —exclamó Tero, poniéndose de rodillas al lado de la princesa.

      —¿Otra aplicación? —preguntó Persis, al tiempo que se recogía los bordes de su sarong amarillo y se sentaba. Daba la impresión de que Tero se pasaba la mitad del tiempo de su nuevo trabajo en el Colegio Real de Gengenieros desarrollando nuevas aplicaciones de palmport para Isla.

      Y, la otra mitad, trabajando clandestinamente para la Liga de la Amapola Silvestre.

      Así que hilos saltadores. La semana anterior había sido una aplicación que permitía a Isla controlar la lista de reproducción del órgano hidráulico ubicado en el jardín. Y, antes de eso, Tero había inventado un código que combinaba la identificación óptica con la piel visible y, al hacer funcionar la