Novelas completas. Jane Austen. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Jane Austen
Издательство: Bookwire
Серия: Colección Oro
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788418211188
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tema de conversación.

      Él lo comprendió y acto seguido manifestó:

      —Esta casa parece muy confortable. Creo que lady Catherine la puso en muy buenas condiciones cuando el señor Collins llegó a Hunsford por primera vez.

      —Así parece, y estoy segura de que no podía haber dado una prueba mejor de su generosidad.

      —El señor Collins parece haber tenido mucha suerte con la elección de su esposa.

      —Así es. Sus amigos pueden estar contentos de que se haya encontrado con una de las pocas mujeres inteligentes que le habrían aceptado o que le habrían hecho feliz después de aceptarle. Mi amiga es muy juiciosa, aunque su casamiento con Collins me parezca a mí el menos atinado de sus actos. Sin embargo, parece totalmente feliz: desde un punto de vista sensato, este era un buen partido para ella.

      —Tiene que ser muy placentero para la señora Collins vivir tan cerca de su familia y amigos.

      —¿Cerca le llama usted? Hay unas cincuenta millas.

      —¿Y qué son cincuenta millas de buen camino? Poco más de media jornada de viaje. Sí, yo a eso lo llamo una distancia corta.

      —Jamás habría pensado que la distancia fuese una de las ventajas del partido —exclamó Elizabeth—, y nunca se me habría pasado por la cabeza que la señora Collins viviese cerca de su familia.

      —Eso demuestra el cariño que siente usted por Hertfordshire. Todo lo que esté más allá de Longbourn debe parecerle ya lejos.

      Mientras hablaba se sonreía de una manera que Elizabeth creía interpretar: Darcy debía suponer que estaba pensando en Jane y en Netherfield; y contestó algo acalorada:

      —No quiero decir que una mujer no pueda vivir lejos de su familia. Lejos y cerca son cosas relativas y dependen de muy distintas circunstancias. Si se tiene fortuna para no dar importancia a los gastos de los viajes, la distancia no cuenta. Pero este no es el caso. Los señores Collins no viven con angustias, pero no son tan ricos como para permitirse viajar mucho; estoy segura de que mi amiga no diría que vive cerca de su familia más que si estuviera a la mitad de esta distancia.

      Darcy aproximó su asiento un poco más al de Elizabeth, y dijo:

      —No tiene usted obligación de mostrarse tan apegada a su residencia. No siempre va a estar en Longbourn. Elizabeth pareció quedarse perpleja, y el caballero pensó que debía cambiar de conversación. Volvió a colocar su silla donde estaba, tomó un diario de la mesa y mirándolo por encima, preguntó con indiferencia:

      —¿Le gusta a usted Kent?

      —¿Qué significa esto? —preguntó Charlotte en cuanto se marchó—. Querida Elizabeth, debe de estar enamorado de ti, pues si no, nunca habría venido a vernos con esta franqueza.

      Pero cuando Elizabeth contó lo callado que había estado, no pareció muy probable, a pesar de los buenos deseos de Charlotte; y después de varias hipótesis se limitaron a elucubrar que su visita había obedecido a la dificultad de encontrar algo que hacer, cosa muy lógica en aquella época del año. Todos los deportes al aire libre se habían terminado. En casa de lady Catherine había libros y una mesa de billar, pero a los caballeros no les gustaba estar siempre metidos en casa, y sea por lo cerca que estaba la residencia de los Collins, sea por lo agradable del paseo, o sea por la gente que vivía allí, los dos primos sentían la tentación de visitarles todos los días. Se presentaban en distintas horas de la mañana, unas veces separados y otras veces juntos, y algunas acompañados de su tía. Estaba claro que el coronel Fitzwilliam venía porque se encontraba a gusto con ellos, cosa que, contribuía, a hacerle todavía más agradable. El placer que le causaba a Elizabeth su compañía y la clara admiración de Fitzwilliam por ella, le hacían acordarse de su primer favorito George Wickham. Comparándolos, Elizabeth encontraba que los modales del coronel eran menos atractivos y dulces que los de Wickham, pero Fitzwilliam le parecía un hombre más formado.

      Pero comprender por qué Darcy venía con tanta frecuencia a la casa, ya era más extraordinario. No debía ser por buscar compañía, pues se estaba sentado diez minutos sin decir palabra, y cuando hablaba más bien parecía que lo hacía por cortesía que por gusto, como si más que un gusto fuese aquello un sacrificio. Pocas veces estaba realmente animado. La señora Collins no sabía qué pensar de él. Como el coronel Fitzwilliam se reía a veces de aquella necedad de Darcy, Charlotte entendía que este no debía ser siempre así, cosa que su mínimo conocimiento del carácter del caballero no le habría permitido adivinar; y como deseaba creer que aquel cambio era obra del amor y el objeto de aquel amor era Elizabeth, se empeñó en descubrirlo. Cuando estaban en Rosings y siempre que Darcy venía a su casa, Charlotte le observaba con detenimiento, pero no sacaba nada en claro. Verdad es que miraba mucho a su amiga, pero la expresión de tales miradas no era clara. Se trataba de un modo de mirar fijo y profundo, pero Charlotte dudaba a veces de que fuese entusiasta, y en ocasiones parecía en realidad que estaba distraído.

      Dos o tres veces le dijo a Elizabeth que quizás estaba enamorado de ella, pero Elizabeth se echaba a reír, y la señora Collins creyó más prudente no insistir en ello para evitar el peligro de engendrar esperanzas imposibles, pues no dudaba que toda la manía que Elizabeth le tenía a Darcy se esfumaría con la creencia de que él la quería.

      En los buenos y cariñosos proyectos que Charlotte realizaba con respecto a Elizabeth, entraba a veces el casarla con el coronel Fitzwilliam. Era, sin dudar, el más simpático de todos. Sentía sincera admiración por Elizabeth y su posición era magnífica. Pero Darcy tenía un considerable patronato en la Iglesia, y su primo no tenía ninguno.

       En francés en el original. Conversación privada.

      Capítulo XXXIII

      En sus paseos por la alameda dentro de la finca más de una vez se había encontrado Elizabeth sin proponérselo con Darcy. La primera vez no le hizo ninguna gracia que la mala fortuna fuese a traerlo precisamente a él a un sitio donde nadie más solía ir, y para que no volviese a repetirse se cuidó mucho de indicarle que aquel era su lugar favorito. Así pues, sería raro que el encuentro volviese a producirse, y, sin embargo, se produjo incluso una tercera vez. Parecía que lo hacía con una intención perversa o por penitencia, porque la cosa no se reducía a las preguntas de rigor o a una simple y molesta detención; Darcy volvía atrás y paseaba con ella. Nunca hablaba demasiado ni la importunaba haciéndole hablar o escuchar mucho. Pero al tercer encuentro Elizabeth se quedó pasmada ante la rareza de las preguntas que le hizo: si le gustaba estar en Hunsford, si le agradaban los paseos solitarios y cuál era su opinión sobre la felicidad del matrimonio Collins; pero lo más extraño fue que al hablar de Rosings y del escaso conocimiento que tenía ella de la casa, pareció que él suponía que, al volver a Kent, Elizabeth residiría también allí. ¿Estaría pensando en el coronel Fitzwilliam? La joven pensó que si algo quería decir había de ser forzosamente una alusión por ese lado. Esto la desazonó algo y respiró al encontrarse en la puerta de la empalizada que estaba exactamente enfrente de la casa de los Collins.

      Releía un día, mientras paseaba, la última carta de Jane y se fijaba en un pasaje que denotaba la melancolía con que había sido redactada, cuando, en vez de toparse de nuevo con Darcy, al levantar la vista se encontró con el coronel Fitzwilliam. Escondió rápidamente la carta y simulando una sonrisa, dijo:

      —Nunca supe hasta ahora que paseaba usted por aquí.

      —He estado rodeando por completo la finca —contestó el coronel—, cosa que me gusta hacer todos los años. Y pensaba rematarla con una visita a la casa del párroco. ¿Va a seguir paseando?

      —No; estaba