—Hemos traído los soldados que usted ordenó, mi señor.
—Bien —dijo Endi. Miró hacia su hermano—. Parece que vamos a tener una solución para el problema del canal. Vamos, Oli.
Los dirigió hacia el lugar donde habían destrozado las estatuas, los escombros estaban en el suelo en fragmentos. Allí había unos cuantos hombres y mujeres, con las manos atadas.
—Me han dicho que vosotros sois los que tenéis granjas en la ruta de nuestro nuevo canal —dijo Endi—. Y que os negasteis a vender vuestras propiedades a pesar de que yo intenté ser generoso.
—¡Son nuestras granjas! —opinó un hombre.
—Y se trata de la prosperidad de todo Ishjemme —replicó Endi—. Todas las familias se beneficiarán, incluidas las vuestras. Quiero ofreceros de nuevo el dinero. ¿No veis que no tenéis elección?
—Un hombre siempre es libre de escoger su camino en Ishjemme —replicó otro de los granjeros.
—Sí, pero ese camino tiene consecuencias —dijo Endi—. Os daré una última oportunidad. Como vuestro duque, os ordeno que abandonéis vuestras reclamaciones.
—¡Es nuestra tierra! —gritó el primer hombre.
Endi suspiró.
—Solo recordad que os dejé elegir. Negarse a acatar las órdenes de vuestro duque es traición. Hombres, ejecutad a los traidores.
Sus hombres avanzaron, con las mismas hachas y martillos que habían usado para destrozar las estatuas en las manos. Destrozaban la carne con la misma facilidad. Puede que las estatuas no chillen, ni supliquen, ni hagan ruidos húmedos como borboteos, pero el chasquido de un hueso se acercaba mucho al chasquido de una piedra. Endi buscó con la mirada a su hermano y no le sorprendió ver su cara pálida. Su hermano no era tan fuerte como lo era él.
—Ya sé que es duro, Oli —dijo, mientras se oían más gritos de fondo—, pero debemos hacer lo que sea necesario si queremos hacer que Ishjemme sea fuerte. Si yo no hago las cosas crueles que deben hacerse, vendrán otros y harán cosas peores.
—Como… como tú digas, hermano.
Endi cogió a su hermano por los hombros.
—Por lo menos esto significa que ahora el camino está despejado para los proyectos de construcción. Tengo razón al pensar que las tierras de un traidor son una prenda, ¿verdad?
—Yo… yo pienso que hay precedentes —dijo Oli. Endi podía oír el temblor en su voz.
—Encuéntramelos —dijo Endi.
—¿Qué sucede con las familias de estas personas? —dijo Oli—. Algunos tendrán hijos. O padres.
—Haz lo que creas que es mejor para cuidar de ellos —dijo Endi—. Siempre y cuando puedas apartarlos del camino antes de que empiece el trabajo.
—Así lo haré —dijo Oli. Parecía pensativo por un instante—. Mandaré… mensajes a las escuadras enseguida.
—Procura que así sea —dijo Endi.
Observó cómo su hermano se marchaba a toda prisa, a sabiendas que Oli realmente no comprendía la necesidad de todo esto. Este era el lujo que conllevaba el saber que nunca tendría poder. Rika tenía el mismo lujo. Seguramente ellos dos habían sido los únicos de sus hermanos que nunca habían sido guerreros, que nunca habían tenido que lidiar con las duras realidades del mundo. Parte de la razón por la que Endi había hecho todo esto delante de Oli era para asegurarse de que su hermano aprendiera lo que hacía falta a veces.
Era por su propio bien. Era por el bien de todos. Con el tiempo lo verían y, cuando lo hicieran, se lo agradecerían. Incluso la bondadosa de Rika haría una reverencia y admitiría que todo lo que Endi había hecho era para bien. En cuanto a todos los demás, o aceptaban lo que era necesario hacer o…
Endi se levantó y escuchó el ruido de los martillos al caer un poco más. Al final, se lo agradecerían.
CAPÍTULO SEIS
Jan Skyddar debió de haber sido la única persona en toda Ashton que estaba triste el día de la boda de Sofía y que tuvo que forzar una sonrisa, con el fin de no estropearles las cosas a Sebastián y a ella, y que tuvo que fingir que se alegraba por ella a pesar de que el dolor en su corazón amenazaba con romperlo en pedazos.
Ahora que se habían ido a toda prisa porque iba a nacer su hijo, su hijo y el de Sebastián, era incluso peor.
—¿Querría bailar conmigo? —preguntó una noble. La fiesta parecía continuar alrededor de Jan, la música volvía a estar en su apogeo pues había pasado de celebrar la boda de Sofía a festejar a la inminente heredera al trono.
La mujer era hermosa y grácil y vestía de forma elegante. Si la hubiera conocido un año atrás, Jan podría haber dicho que sí al baile y casi a todo lo que ella sugiriera. Hoy en día, no podía forzarse a hacerlo. No podía sentir nada al mirarla, pues hacerlo era como mirar una vela y compararla con el sol. Sofía era la única que importaba.
—Lo siento —dijo, intentando ser amable, ser bueno, ser todas las cosas que debía ser—. Pero existe… alguien de quien estoy profundamente enamorado.
—¿Alguien le espera en Ishjemme? —dijo la noble, con una sonrisa pilla—. Eso significa que ella no está aquí.
Alargó la mano hacia uno de los encajes del jubón de Jan y este la cogió por la muñeca suavemente pero con firmeza.
—Como le dije —dijo con una sonrisa triste—, la quiero mucho. No se lo tome como un insulto, pero no me interesa.
—Un hombre fiel —dijo la noble mientras se giraba para marcharse—. Sea quien sea, espero que sepa lo afortunada que es.
—Como si las cosas fueran así de sencillas —dijo Jan negando con la cabeza.
Se movía por la fiesta intentando no ser el fantasma de la celebración. Lo último que quería era fastidiarle a alguien la alegría hoy y mucho menos a Sofía. Él pensaba que esta era la parte más difícil de quererla tanto: era imposible ser lo egoísta que debería de haber sido con esto. Debería de haber sentido celos hacia Sebastián, debería de haberlo odiado con pasión. Debería estar enfadado con Sofía por haber escogido a un hombre que la había dejado de lado antes que a él.
No podía hacerlo. Quería demasiado a Sofía para hacer algo así. Más que cualquier otra cosa en el mundo, quería que ella fuera feliz.
—¿Estás bien, Jan? —le preguntó Lucas, que se acercó con esa agilidad por la que daba gracias por no cruzar nunca espadas con él. Jan siempre había pensado que luchaba bien, pero los hermanos de Sofía eran algo completamente diferente.
Quizá ya estaba bien que la mente de Jan estuviera cerrada a que otros la leyeran, o entonces sí que podrían haber luchado. Jan tenía dudas de que Lucas se tomara bien el que él estuviera tan desesperadamente enamorado de su hermana.
—Estoy bien —dijo Jan—. Tal vez haya demasiadas nobles intentando atraparme como un pescador iría tras un pez espada.
—Yo he tenido el mismo problema —dijo Lucas—. Y cuesta estar de celebración cuando, a la vez, estás pensando en otra cosa.
Por un instante, Jan pensó que Lucas debía de haber visto más allá de sus protecciones y haber visto cosas que no debería. Tal vez estuviera tan claramente escrito en su cara que no hiciera falta un lector de mentes para adivinarlo.
—Me alegro por mis hermanas —dijo Lucas con una sonrisa—. Pero hay una parte de mí que quiere que nuestros padres estén aquí para presenciarlo todo y sabe que yo podría estar por ahí buscándolos. Tal vez podría haberlos traído hasta aquí para que vieran la boda de Sofía y el nacimiento de su nieta.
—O