PRÓLOGO
Le asustaba abrir los ojos. Los había cerrado hacía ya un rato, pero exactamente cuándo, no lo sabía, porque había tenido la certeza de que él la iba a matar. No lo había hecho, pero aun así seguía sin poder abrir los ojos. No quería verle ni saber lo que le tenía preparado. Tenía la esperanza de que así, cuando llegara el momento, la muerte le resultaría algo menos dolorosa si no era consciente del método que él había empleado.
Sin embargo, a cada minuto que pasaba, Claire empezaba a preguntarse si tenía la intención de matarle en absoluto. Le zumbaba la cabeza en el punto que él le había golpeado con algún objeto. Un martillo de alguna clase, pensaba ella. Su memoria estaba borrosa, al igual que los recuerdos de lo que había sucedido después de que él le golpeara en la cabeza.
Hasta con los ojos cerrados, había algunas cosas que Claire podía deducir. En algún momento, le había colocado en el asiento de atrás de su coche. Podía escuchar el ronroneo del motor y una estación de radio local (WRXS, donde solo se escucha grunge auténtico y original de la zona de Seattle) a un volumen muy bajito. También podía oler algo familiar, que era un olor orgánico, pero no un olor a comida.
Abre los ojos, idiota, pensó. Sabes que estás en un coche y que él está conduciendo. No creo que te pueda matar ahora, ¿no es cierto?
Se obligó a sí misma a abrir los ojos. Cuando lo hizo, el coche saltó un pequeño montículo y empezó a ralentizar la marcha. Escuchó el chirrido bajo que hacían los frenos y cómo se aplastaba la gravilla bajo los neumáticos. “Love, Hate, Love” de Alice in Chains sonaba en la radio. Vio las letras WRXS en letras digitales en la radio que había delante de ella. Vio las siluetas de dos asientos entre ella y el hombre que le había golpeado con el martillo en la cabeza.
Por supuesto, también estaba el hecho de que estaba maniatada y amordazada. Estaba bastante segura de que lo que le había puesto en la boca y con lo que había envuelto sus mejillas era alguna clase de mordaza sexual, que venía completa con su bola roja en el medio. En cuanto a lo que había utilizado para atarle los brazos a la espalda, parecía algo así como una cuerda de nylon. Suponía que había utilizado lo mismo para atarle las piernas a la altura de los tobillos.
Como si presintiera que ella había abierto los ojos, él se dio la vuelta para mirarla de frente. Le sonrió y en ese momento, ella se acordó de por qué se había entregado tan fácilmente. Psicótico o no, el hombre era atractivo.
Él dio la vuelta y aparcó el coche. Cuando salió del coche y vino a abrir la puerta del capó, lo hizo como si fuera lo más normal del mundo. Parecía que hiciera algo así todos los días. Extendió la mano y le agarró por los hombros. Cuando le rozó duramente el pecho con su mano derecha, ella no supo si lo había hecho con intención o no.
Él tiró de sus hombros hacia él. Ella intentó darle una patada, pero sus tobillos atados no se lo permitieron. Cuando ya estaba al aire libre y fuera del coche, vio que ya era casi la hora del crepúsculo. Caía una brizna de lluvia, o más que una brizna, era como lo que su padre siempre llamaba un escupitajo, y estaba nublado.
Por detrás de ellos, ella vio su coche y una colina suave. Una entrada de garaje pequeña de gravilla y una cadena muy larga que se extendía hasta una caseta de perro hecha trizas que había en el patio. La caseta tenía un aspecto extraño… como si la hubieran construido para que pareciera vieja. Y había algo dentro de ella… que no era un perro para nada sino una…
¿Qué diablos es eso?, se preguntó, aunque sabía muy bien lo que era. Y le asustó muchísimo. Su temor ascendió rápidamente y algo relativo a ese objeto tan extrañamente colocado en la caseta del perro le indicó con certeza que iba a morir, que el hombre que la llevaba a hombros estaba completamente loco.
Había una muñeca allí dentro. Quizás dos. Era difícil de decir. Las habían colocado frente a frente, con las cabezas levemente inclinadas.
Parecía como si estuvieran atisbando a través de la apertura de la caseta, observándola.
Un horror invasivo se asentó en su mente, negándose a marcharse.
“¿Qué me estás haciendo?”, preguntó. “Por favor… haré lo que quieras si me dejas marchar”.
“Ya sé que lo harás”, le dijo él. “Oh, lo sé”.
Subió uno de los destartalados escalones del porche e hizo un movimiento giratorio con su hombro derecho. Claire apenas sintió el impacto de la valla con un lateral de su cabeza. La oscuridad llegó demasiado deprisa como para que la registrara en absoluto.
***
Abrió los ojos y supo que había pasado algún tiempo. Demasiado tiempo.
Y tenía la sensación de que ya no se encontraba en la casa que había cerca de la caseta de perro. La habían trasladado.
Su pánico se disparó.
¿Adónde le había llevado ahora?
Soltó un grito y, en cuanto un gemido salió de su boca, allí estaba él. Le puso la mano con aspereza encima de la boca. Se aplastó contra ella. Su aliento olía a patatas fritas revenidas y, de cintura para abajo, todo él estaba endurecido. Trató de luchar contra él, pero descubrió que seguía maniatada.