PRÓLOGO
Christine sólo había visto la nieve una vez en su vida. Así que, cuando empezó a caer a su alrededor mientras regresaba a casa del apartamento de su novio, sonrió. Pensó que, si no hubiera bebido tanto esta noche, lo hubiera podido disfrutar más. Tenía veinte años, pero no pudo evitar sacar la lengua para atrapar algunos copos. Se echó a reír en voz baja al sentirlos... además del hecho de que había recorrido un largo camino desde su hogar en San Francisco.
Se había transferido a Queen Nash en Maryland con el deseo de centrarse en las ciencias políticas. Las vacaciones de invierno se acercaban a su fin y en este momento estaba deseando tomar las riendas de la enorme carga de cursos que le aguardaban la próxima primavera. Era una de las razones por las que ella y su novio, Clark, habían estado pasando un buen rato esta noche, para darse un último homenaje antes de que comenzara el semestre. Había habido una especie de fiesta y Clark, como siempre, había bebido demasiado. Ella había decidido caminar hasta su casa, a sólo tres manzanas de distancia, en lugar de quedarse allí para dejar que los amigos de Clark le tiraran los tejos mientras sus novias le lanzaban miradas desagradables. Así es como terminaban todas las reuniones en casa de Clark cuando ella no acababa yendo a su habitación.
Además... se sentía ignorada. Clark era terrible en ese aspecto, poniendo siempre el trabajo, la universidad o emborracharse por delante de ella. Había alguien más a quien podía llamar cuando volviera a su apartamento. Claro, era tarde, pero había dejado muy claro que estaba disponible para ella a todas horas. Lo había probado antes, así que ¿por qué no esta noche?
Al cruzar una calle entre dos manzanas, se dio cuenta de que la nieve ya se había adherido a las aceras. La tormenta había sido anticipada, por lo que las carreteras habían sido acondicionadas y salinizadas, pero la blanca manta de nieve que caía se había adherido a las aceras y a las pequeñas franjas de césped frente a los edificios de apartamentos entre los que caminaba. Para cuando Christine llegó a su apartamento, casi decidió volver a casa de Clark. Hacía frío y la nieve estaba enviando una pequeña oleada de sorpresa infantil a través de ella. Cuando agarró la llave para abrir la puerta del edificio de apartamentos, casi se da la vuelta para hacer precisamente eso.
Lo único que la convenció de lo contrario fue saber que no dormiría bien si volvía. Aquí le esperaba su propia cama, sus mantas calentitas y al menos ocho horas de sueño.
Entró y se dirigió a los ascensores. Presionó el botón del tercero y esperó a que llegara el ascensor. No estaba borracha, sólo un poco achispada, y empezó a juguetear con la idea de tomar una copa más de vino cuando llegara a su apartamento para luego realizar una llamada... al hombre con el que había estado saliendo durante los últimos meses a escondidas.
Esto era lo que tenía en mente cuando llegó el ascensor. Se metió al interior y lo subió hasta su piso, disfrutando de la forma en que su cabeza zumbaba mientras el ascensor se movía hacia arriba.
Salió a su pasillo y lo encontró vacío. Esto tenía sentido, ya que era después de la una de la madrugada de un miércoles por la noche. Se acercó a la puerta y volvió a sacar las llaves. Mientras tintineaban entre sus aún frías manos, una voz por detrás de ella le sobresaltó.
“¿Christine?”.
Se giró al oír su nombre. Ella sonrió al verlo allí de pie. No iba a tener que llamarlo después de todo. Era como si se hubiera anticipado a su deseo de verle. Después de todo, había pasado una semana o así.
“Hola”, dijo ella.
Caminó para acercarse a ella, con su paso decidido. La miraba de la forma en que lo hacía habitualmente, con un fuego en los ojos que le dejaba claro lo que quería. Su mera mirada la excitaba, y el hecho de quién era él. Estaba fuera de los límites. Era... bueno, era un poco peligroso, ¿no?
Se encontraron en su puerta, prácticamente chocando el uno contra el otro. El beso fue un poco torpe debido a su ferocidad. Sus manos comenzaron a explorar instantáneamente. Ella agarró la cintura de sus pantalones, acercándolo hacia ella. La mano de él trazó los bordes del cuerpo de ella, deslizándose entre sus muslos mientras se aferraban el uno al otro en el pasillo.
“Dentro”, se las arregló para decir entre el beso y su ya acalorado aliento. “Ahora”.
Ella abrió la puerta mientras él le mordisqueaba el cuello. Gimió, nerviosa por lo que estaba a punto de pasar. Ni siquiera sabía si podría llegar al dormitorio. Tal vez ni siquiera el sofá. La puerta se abrió y ella la empujó para abrirla. Cuando él se acercó instantáneamente a ella, pateando la puerta y cerrándola, ella lo alejó. Se recostó contra el pequeño mostrador de la cocina y se quitó la camisa. Le gustaba cuando ella se desvestía para él. Era una cosa extraña que tenía que ver con el control, haciéndole sentir que ella le estaba sirviendo incluso antes de que el sexo empezara.
Cuando levantó la camisa por encima de su cabeza, alcanzando ya los ganchos de su sujetador, le miró a los ojos.... y se quedó helada. Se había quedado parado, y el fuego en sus ojos ya no estaba presente. Ahora, había algo más. Algo nuevo... algo que la asustó.
Él ladeó la cabeza, como si la examinara por primera vez, y entonces se tiró encima de ella. Había sido duro con ella antes, pero esto era nuevo. Esto no era sexual, de ninguna manera. Presionó todo su peso contra ella y puso sus manos alrededor de su cuello. No había nada de juguetón en ello; su agarre era feroz, y pudo sentir de inmediato cómo estaba aplastando su tráquea.
Tardó menos de diez segundos en sentir cómo sus pulmones comenzaban a entrar en pánico. Cuando lo hicieron, ella lo abofeteó furiosamente mientras sentía que sus rodillas se doblaban.
Sintió que su pecho se tensaba cada vez más, como si hubiera algún tipo de fuerza dentro de ella que empujara el aire hacia afuera. Cuando cayó al suelo, la parte de atrás de su cabeza golpeó el mostrador de la cocina. Sus manos nunca dejaron su cuello, y parecía que se apretaban más y más cuanto más débil se sentía.
Le lanzó una última bofetada, pero fue tan débil que ni siquiera estaba segura de si le había tocado. Cuando ella cayó al suelo, él estaba encima de ella. Continuó asfixiándola, presionando su excitada hombría contra ella. Movió sus manos en busca de algo, de cualquier cosa, pero todo lo que encontró fue la camisa que ella acababa de quitarse para él.
Apenas tuvo tiempo de preguntarse por qué estaba haciendo esto antes de que la oscuridad se precipitara sobre ella,