Peter Burke cerraba su homenaje particular a la Escuela de Annales, discutiendo su recepción más o menos rápida fuera de Francia y dedicando algunas páginas entusiastas a su impacto en investigaciones históricas sobre territorios no europeos y sobre otros estudiosos, además de los historiadores, en particular algunos antropólogos. De forma muy breve, apuntaba algunas sugerentes vías de análisis procedentes de algunos libros inspirados en Annales y enriquecidos por las problemáticas derivadas de la atención a los encuentros entre culturas alejadas entre sí. Así, comentaba las investigaciones recientes sobre diversos contextos extraeuropeos, que destacaban la importancia de cuestiones como los malentendidos culturales (caso del trabajo de Jacques Gernet sobre las misiones), el colapso de las antiguas estructuras (en La visión de los vencidos de Nathan Wachtel) y la capacidad estructuradora de los acontecimientos (en Islas de historia de Marshall Sahlins). La importancia de estos libros para el análisis del cambio cultural seguiría siendo un objeto de atención para Burke en los años siguientes.
No sería, sin embargo, correcto quedarnos con la idea de que la mirada de nuestro autor hacia la historia de las mentalidades fue del todo complaciente. En un artículo publicado poco antes del libro que comentamos, Burke había encarado los problemas de este enfoque, que tanto le atraía pero que también consideraba necesitado de importantes ajustes[22]. En un momento en que el enfoque comenzaba a ser cuestionado desde distintos frentes, el historiador británico comenzaba con una rotunda defensa del potencial de una aproximación que consideraba cercana a la historia intelectual pero más amplia y atenta a la sociedad, por lo que permitía el estudio de temas importantes pero escurridizos como las formas de pensamiento, los valores y las actitudes. Ciertamente, la historia de las mentalidades arrastraba problemas como la herencia del evolucionismo de Lucien Lévy-Bruhl, que tendía a considerar el pensamiento primitivo como el contrario simplificado del moderno. Además, la misma noción de mentalidad tendía a incidir en la homogeneidad, más que en las diferencias entre grupos sociales, por influencia del modelo sociológico de Durkheim, y en la continuidad, más que en el cambio a lo largo del tiempo. Las propuestas de solución, según Burke, pasaban por completar el enfoque, teniendo en cuenta, en primer lugar, las formas de legitimación, como ya hacían algunos historiadores cercanos al marxismo como Michel Vovelle: estudiar en interés de quién se elaboraban o mantenían las representaciones y creencias colectivas evitaría planteamientos excesivamente homogéneos, como los que impregnaban incluso el estudio sobre los reyes taumaturgos de Bloch. En segundo lugar, proponía estudiar los temas o fórmulas recurrentes que facilitaban la estructuración del pensamiento, incorporando las nociones de esquema (Aby Warburg y Ernst Gombrich), paradigma (Thomas Kuhn) y filtro mental (Michel Foucault). Finalmente, para dar cuenta de los cambios en el tiempo, llamaba la atención sobre el potencial de las situaciones de encuentro entre distintos modos de pensamiento y, de forma específica, apuntaba a los enfoques lingüísticos para estudiar transformaciones tan importantes en la Europa moderna como el declive del pensamiento metafórico a favor del literal[23]. Con una sólida reputación internacional y en plena madurez intelectual, a finales de los años ochenta Burke se mostraba entusiasta con las posibilidades abiertas tanto a la historia de las mentalidades como a la nueva historia cultural, que tanto empuje estaba alcanzando en los Estados Unidos[24]. No tuvo reparos en unirse a la experimentación con nuevos temas, métodos y enfoques, que, por otra parte, ya había comenzado a explorar en los ensayos recogidos en Historical Anthropology. Pero, como en este caso, lo hizo sin renunciar del todo a la historia social que le había inspirado hasta entonces, en particular a los «maestros» de Annales. Los libros publicados después de 1990 fueron, así, deudores de viejos intereses y de propuestas apuntadas en libros anteriores, particularmente en el que acabo de citar. Las reflexiones teóricas, sin embargo, no se basaron tanto en la historiografía reciente como en las ciencias sociales, otro de los pilares fundamentales de su trayectoria intelectual desde la década de los sesenta.
EXPLORANDO NUEVAS FORMAS DE HISTORIA CULTURAL
Peter Burke compartía con los historiadores de Annales el convencimiento de que la utilización de modelos, métodos y conceptos procedentes de las ciencias sociales favorecía la superación de las tendencias positivistas en la disciplina histórica. En esa opinión coincidía también con los historiadores sociales británicos que, desde otras vías, buscaban igualmente la renovación de la enseñanza y la investigación de la historia. Sin ir más lejos, la sociología y la antropología estimularon de forma notable el trabajo de su mentor Keith Thomas, que sin embargo no conectaba particularmente con la historiografía francesa[25]. Las circunstancias concretas de la propia trayectoria profesional de Burke contribuyeron asimismo a reforzar su interés y conocimientos en las teorías sociales. En su primer puesto docente en la universidad de Sussex (1962-1979), cuyo programa de estudios fomentaba la interdisciplinaridad, enseñó materias relacionadas con el estudio de la estructura y el cambio sociales, lo que acabó cuajando en la publicación en 1980 de una breve monografía didáctica, que pretendía estimular el diálogo entre la sociología y la historia[26]. Sobre esta base, doce años más tarde sacó a la luz otro trabajo sustancialmente más amplio y complejo, en el que se consideraban también las teorías de otras procedencias, como la antropología, la psicología, la sociolingüística y la geografía. Historia y teoría social (1992) se hacía eco de los importantes cambios producidos en la historia y otras disciplinas desde finales de los años setenta, cuando, efectivamente, había tenido lugar el diálogo interdisciplinar y desde distintos campos se invocaba a los mismos teóricos (notablemente Geertz, Foucault, Bourdieu y Bajtin). Estas transformaciones, que con el tiempo han llegado a caracterizarse con las etiquetas de giro antropológico, lingüístico y cultural, provocaron en los años ochenta la quiebra de los paradigmas no sólo de la historia tradicional, sino también de la historia social reciente. Testigo y parte de ese momento, especialmente con sus ensayos de antropología histórica, Burke consideraba que esa situación de «fronteras difuminadas y abiertas»