»Una noche, mientras el marinero dormía dentro de su embarcación, se le apareció Afrodita dispuesta a conseguir lo que una vez había deseado. Alexander se despertó sobresaltado, creía que estaba alucinando, tampoco sería la primera vez. Después de tantos años perdido, todo le parecía una gran alucinación.
»La diosa apoyó sus manos en el rostro del marinero para ayudarlo a calmarse. Lo penetró con su mirada, quería que se enamorase de ella hasta la locura, quería llenarlo de amor hasta que su mortal cuerpo explotase. Le preguntó si deseaba encontrar la costa y el marinero le rogó que le mostrara el camino. Entonces, Afrodita le explicó que la única manera de poder llegar a tierra era rompiendo la maldición en la que se encontraba, y eso solo lo conseguiría besando a su diosa. Había pronunciado aquellas palabras con nervios, le generaba ansiedad la idea de ser rechazada una vez más por ese mortal, de ser el caso, destruiría gran parte de su insegura autoestima.
»El marinero, sin siquiera dudar, acercó sus labios a los de Afrodita y la besó con todo su cuerpo, estaba dispuesto a hacer lo que fuese con tal de volver a ver a Soledad. Sin embargo, mientras se sumergía en los labios de Afrodita, se dio cuenta de que había abierto las puertas del Averno.
»A kilómetros de allí, se encontraba Soledad, en el pasado. Estaba sentada junto al fuego, bebía whisky directamente de una botella, y cada tanto, miraba la lluvia que caía del otro lado de la ventana, la misma rutina que llevaba a cabo hacía años. Su vida se había vuelto tan repetitiva como esas gotas que caían a borbotones del cielo.
»Soledad quitó el foco de la lluvia, y observó su reflejo en la ventana. Se observó con detenimiento al percatarse de que algo en ella ya no brillaba de la misma manera. El collar había perdido su tinte rojizo. Llevó sus dedos al relicario, pero para sorpresa de ella, ningún recuerdo de Alexander invadió su mente.
»Los dioses la habían abandonado, pensó Soledad. Sentía una gran ira hacia ellos, pero aquel sentimiento era opacado por la tristeza que le producía aceptar que los dioses también habían abandonado a Alexander.
»Soledad descolgó su abrigo y dejó la choza, con la botella de whisky encima. Se dirigió hacia el puerto más cercano, del que solía partir Alexander, y al llegar, no pudo contener las lágrimas. Atravesó el muelle, hasta llegar al borde, y desde allí observó el océano durante unos instantes. Así como el nacimiento de una ola, un impulso se apoderó de Soledad, y la hizo trepar la baranda. Se sentó allí, para poder beber la botella de whisky hasta vaciarla. Al terminar, se bajó de la baranda, decidida a quitarse el regalo que le habían hecho los dioses. Una vez que lo tuvo en sus manos, lo ubicó frente a sus nublados ojos. Quería que aquel objeto sufriera el mismo destino que los dioses habían elegido para Alexander.
»Encerró el collar dentro de la botella vacía, y le volvió a poner la tapa. Tomó envión y arrojó el objeto hacia el océano, y al igual que vio desaparecer la botella entre las olas, todos los recuerdos que tenía de Alexander también se esfumaron.
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