Oscar Wilde y yo . Oscar Wilde. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Oscar Wilde
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789506419943
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      42. Perrier-Jouët es una famosa bodega de champagne con sede en la región Épernay de Champagne. La casa fue fundada en 1811 por Pierre-Nicolas Perrier y Rose Adélaide Jouët.

      43. Douglas se refiere a la fecha en que se haría pública la carta De Profundis.

      44. Wilde había contraído matrimonio en 1884 con miss Constance Mary Lloyd, con quien tuvo dos hijos: Vyvyan y Cyril. Constance murió en Génova el 7 de abril de 1898, a la edad de 40 años, y fue inhumada en el cementerio protestante de esa ciudad.

      45. Según Trevor Fisher, hasta después de los 30 años Douglas nunca negó ser homosexual. Como escribe en su Autobiografía: “Aun antes de conocer a Wilde yo estaba convencido de que ‘los pecados de la carne’ no eran nada malo, y mi opinión, por supuesto, se vio fortalecida y confirmada por la brillante defensa que él hacía de ellos. Intento ser justo con Wilde y no hacerlo responsable de ‘corromperme’ más de lo que hizo (…) Debo decir que ahora se me ocurre que la diferencia entre nosotros era esta: que en ese tiempo yo era franca y naturalmente pagano, y que él era un hombre que creía en el pecado e incurría en él deliberadamente (…)”.

      46. “El matrimonio Queensberry se desintegró durante la década de 1870. Después del nacimiento de Edith en 1874, las relaciones sexuales entre marido y mujer cesaron, y la pareja empezó una vida separada. En su Autobiografía, Bosie recordaba: ‘Entre la época en que tenía cinco años y el momento en que se inició el conflicto Wilde-Queensberry, puedo decir con honestidad que podría contar con los dedos de ambas manos la cantidad de veces en que estuve con él bajo el mismo techo. Él no vivía con nosotros. Tenía un apartamento en Londres, y rara vez aparecía en nuestra casa de Londres o del campo, excepto un par de noches, a lo sumo. Cuando niño, he pasado hasta dos o tres años sin verlo ni una sola vez’” (Trevor Fisher, op. cit.),

      47. La carta se expresa en estos términos: “Alfred, es en extremo doloroso tener que escribirte con el tono en que debo hacerlo, pero entiende por favor que me rehúso a recibir una respuesta tuya por escrito. Después de tus más recientes cartas, histéricas e impertinentes, no acepto ser fastidiado con ese tipo de misivas y me niego a leerlas. Si tienes algo que decirme, ven y dímelo en persona. Primero, ¿debo entender que después de abandonar Oxford como hiciste, con descrédito para tu persona, por razones que tu tutor me explicó con pleno detalle, tienes la intención de haraganear por allí, sin hacer nada? Todo el tiempo que desperdiciabas en Oxford se me engañaba diciéndome que, a su debido tiempo, ingresarías en la Administración Pública o en el Ministerio de Asuntos Exteriores, y luego se me entretuvo con la idea de que estudiarías abogacía. A mí me parece que no piensas hacer nada. Sin embargo me niego por completo a proporcionarte fondos para que holgazanees. Te estás preparando un futuro miserable, y sería muy cruel y equivocado de mi parte alentarte en esa dirección. Por otra parte, llego a la segunda –y más dolorosa– parte de esta carta: tu intimidad con ese hombre, Wilde. Debe cesar, o de lo contrario te desconoceré como hijo y pondré fin al suministro de dinero. No voy a analizar esta intimidad, y no haré acusaciones, pero en mi opinión representar algo es tan malo como serlo. Con mis propios ojos vi a ambos en la relación más aborrecible y repugnante, tal cual la manifestaban en su modo de comportarse y expresión. Nunca, en toda mi experiencia, he visto un espectáculo más horrible. No es raro que la gente hable como habla. También me he enterado de buena fuente –aunque puede no ser verdad– que su esposa está solicitando el divorcio por sodomía y otros crímenes. ¿Es verdad o no lo sabes? Si yo pensara que es verdad, en nombre del decoro público, estaría justificado en dispararle a matar con solo verlo. Estos cobardes, ingleses cristianos, como se autodenominan, necesitan despertarse. Tu asqueado y (según se dice) padre. Queensberry”.

      48. Lord Queensberry dejó su tarjeta, en la que había escrito “To Oscar Wilde, posing as a somdomite” (“A Oscar Wilde, que se las da de sodomita”), al portero del Abermarle Club, el 18 de febrero. El portero la metió en un sobre y se la entregó a Wilde cuando éste pasó por el club, que fue el 28 de febrero.

      49. Robert Harborough Sherard (1861-1943), escritor y periodista inglés. Amigo de Oscar Wilde, fue también su primer biógrafo: The Life of Oscar Wilde –muy citado por Douglas en estas páginas– fue publicado en Londres en 1906.

      Capítulo VII

      El proceso Wilde

      El mundo entero sabe lo que pasó después: el proceso intentado contra mi padre acabó como debía acabar. Wilde, que me había ocultado cuidadosamente su infamia, atribuyó su derrota a una inmunda y odiosa conjura y no al hecho de que mi padre había dicho sencillamente la verdad. Uno de sus biógrafos ha trazado un relato sumamente melodramático de lo sucedido después del fiasco de aquella primera instancia. El escritor de referencia dice:

      En aquel momento mi amigo estaba sentado con algunos compañeros en un gabinete particular de la posada de Cadogan (sic), fumando, bebiendo whiskey and soda y esperando. ¿Esperando qué? Ninguno de ellos hubiera podido decirlo (sic). Habían encendido fuego a una mina y hacían lo posible por aturdirse con la esperanza de que no iría a reventar ante sus ojos. Me han referido que, cuando después de un plazo voluntario de varias horas, en la imposibilidad de aguardar más, empezó a entrar por fin en funciones la policía y fue a llamar a la puerta de aquel saloncito de las Armas de Cadogan, todos perdieron súbitamente el color, como al choque de una brusca sorpresa. Entre los amigos de Wilde ni uno solo resultó capaz de explicarle el verdadero significado de la advertencia que le había hecho su abogado, al final del equívoco interrogatorio, ni para obligarlo a comprender que el simple respeto de la moral pública lo obligaba a abandonar inmediatamente Inglaterra. Conviene notar que la orden de detención no se firmó hasta que no hubo salido de Londres, sin él, el último tren de Douvres, haciéndose ya imposible demorar más tiempo su detención.

      Las inexactitudes de este relato son tan magníficas como numerosas. En primer lugar, el amigo de este admirable biógrafo no aguardó el cumplimiento de su destino en un saloncito particular de las Armas de Cadogan fumando cigarrillos y bebiendo whiskey and soda con algunos compañeros. Los compañeros de Wilde, por razones que ellos mejor que nadie conocen, huyeron como por ensalmo, como copos de nieve sobre el agua, en el instante preciso de saber que sir Edward Clarke retiraba su demanda contra mi padre. La única persona que permaneció a su lado en aquel instante fui precisamente yo. Nosotros teníamos plena conciencia de que la detención podía sobrevenir como consecuencia de lo que acababa de suceder, y no solo Wilde recelaba que habrían de detenerlo sino que hasta consideraba probable que me detuviesen también a mí. Yo hice cuanto pude por tranquilizarlo, diciéndole que no corríamos peligro ya que él estaba seguro de su inocencia y no menos seguro estaba yo de la mía.

      Yo tenía alquilado un departamento en el Cadogan Hotel —¡y no en la posada, con su permiso, míster Sherard!—, en Sloane Street, y allí me llevé a Wilde a la salida de Old Bailey, después de almorzar en el Hotel Holborn. En mi vida había visto hombre más decaído e inquieto por su suerte. No cesaba de asegurarme entre lágrimas que todo aquello no era sino un horrible complot contra él y que la incertidumbre acabaría por matarlo. Yo logré hacerlo entrar en razón, hablándole, desde luego, con ruda franqueza, y para salir de dudas me trasladé a la Cámara de los Comunes con objeto de ver a mi tío Georges Wyndham y tratar de saber qué pensaban hacer las autoridades. Wyndham me recibió en la sala de espera, y después de informarse en la Cámara volvió diciéndome que sir Robert Keid aseguraba que iban a proseguirse inmediatamente las vistas. De vuelta al Cadogan Hotel, encontré