Arlt, Roberto
El juguete rabioso / Roberto Arlt. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Bärenhaus, 2020.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-4109-77-4
1. Narrativa Argentina. I. Título.
CDD A863
© 1926, Roberto Arlt
Diseño de cubierta e interior: Departamento de arte de Editorial Bärenhaus S.R.L.
Publicado bajo el sello Bärenhaus
Todos los derechos reservados
© 2020, Editorial Bärenhaus S.R.L.
Publicado bajo el sello Bärenhaus
Quevedo 4014 (C1419BZL) C.A.B.A.
ISBN 978-987-4109-77-4
1º edición: septiembre de 2016
1º edición digital:abril de 2020
Conversión a formato digital: Libresque
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Sobre este libro
Esta obra fundamental de la literatura latinoamericana cuenta la infancia y adolescencia de Silvio Astier, un adolescente expulsado del colegio, que vive como una humillación su pobreza, e intenta vanamente escapar de ella a toda costa, sumiéndose cada vez más en un oscuro pesimismo a medida que fracasa en los intentos de encauzar su vida.
En un ambiente saturado de personajes siniestros y ruines, así como situaciones absurdas y desesperadas, el joven es objeto del desprecio e intolerancia a su alrededor, sin lograr emerger de una sociedad agobiante. Con tintes autobiográficos, Roberto Arlt narra la difícil vida de la clase baja porteña, la problemática del inmigrante y el clima de incertidumbre de comienzos de siglo XX.
Sobre Roberto Arlt
Nació en el barrio de Flores, en Buenos Aires, en 1900. Novelista, cuentista, dramaturgo y periodista, publicó en 1926 El juguete rabioso, su primera novela. Por entonces comenzaba también a escribir para los diarios Crítica y El Mundo. Sus columnas Aguafuertes porteñas, aparecieron de 1928 a 1935 y fueron después recopiladas en el libro del mismo nombre. En 1935, viajó a España y África enviado por El Mundo, de donde salen sus Aguafuertes españolas.
Publicó también Los siete locos (1929), Los lanzallamas (1931), El amor brujo (1932), El criador de gorilas (1941) y la colección de cuentos El jorobadito (1933). Como dramaturgo, se destacó con La isla desierta (1938), Trescientos millones (1932), Saverio el cruel (1936), El fabricante de fantasmas (1936), La fiesta de hierro (1940) y El desierto entra en la ciudad (1942).
Murió en Buenos Aires, en 1942.
Índice
Capítulo primero. Los ladrones
Capítulo segundo. Los trabajos y los días
Capítulo tercero. El juguete rabioso
Capítulo cuarto. Judas Iscariote
A Ricardo Güiraldes:
Todo aquel que pueda estar junto a Ud. sentirá
la imperiosa necesidad de quererlo.
Y le agasajará a Ud. y a falta de algo más hermoso le ofrecerán palabras. Por eso yo le dedico este libro.
Capítulo primero
LOS LADRONES
Cuando tenía catorce años me inició en los deleites y afanes de la literatura bandoleresca un viejo zapatero andaluz que tenía su comercio de remendón junto a una ferretería de fachada verde y blanca, en el zaguán de una casa antigua en la calle Rivadavia entre Sud América y Bolivia.
Decoraban el frente del cuchitril las policromas carátulas de los cuadernillos que narraban las aventuras de Montbars el Pirata y de Wenongo el Mohicano. Nosotros los muchachos al salir de la escuela nos deleitábamos observando los cromos que colgaban en la puerta, descoloridos por el sol.
A veces entrábamos a comprarle medio paquete de cigarrillos Barrilete, y el hombre renegaba de tener que dejar el banquillo para mercar con nosotros.
Era cargado de espaldas, carisumido y barbudo,y por añadidura algo cojo, una cojera extraña, el pie redondo como el casco de una mula con el talón vuelto hacia afuera.
Cada vez que le veía recordaba este proverbio, que mi madre acostumbraba a decir: “Guárdate de los señalados de Dios.”
Solía echar algunos parrafitos conmigo, y en tanto escogía un descalabrado botín entre el revoltijo de hormas y rollos de cuero, me iniciaba con amarguras de fracasado en el conocimiento de los bandidos más famosos en las tierras de España, o me hacía la apología de un parroquiano rumboso a quien lustraba el calzado y que le favorecía con veinte centavos de propina.
Como era codicioso sonreía al evocar al cliente, y la sórdida sonrisa que no acertaba a hincharle los carrillos arrugábale el labio sobre sus negruzcos dientes.
Cobróme simpatía a pesar de ser un cascarrabias y por algunos cinco centavos de interés me alquilaba sus libracos adquiridos en largas suscripciones.
Así, entregándome la historia de la vida de Diego Corrientes, decía: —Ezte chaval, hijo... ¡qué chaval!... era ma lindo que una rroza y lo mataron lo miguelete...
Temblaba de inflexiones broncas la voz del menestral:
—Ma lindo que una rroza... zi er tené mala zombra...
Recapacitaba