Ahora quiero aclararles esto: si uno pertenece a comisiones de algún tipo, de las cuales –ya sea en los hechos o solo en la imaginación– dependen decisiones importantes, en el caso de que uno posea realmente un órgano para ello; en el caso, pues, de que uno no se disuelva perfectamente desde el vamos en aquello que se encuentra ya en curso, y firme lo que está ya en curso, experimenta, con apremiante regularidad, que lo peor y lo más vil se impone frente a lo mejor y lo humanamente más digno. Y esta es una experiencia primaria; si bien aquello que aquí se muestra inmediatamente, con toda certeza, no es algo tal como “lo malo” y “lo mejor”, sino un encadenamiento infinitamente diferenciado de motivaciones individuales, emociones individuales, procesos individuales, en los que ante todo se expresan, en realidad, cosas totalmente diferentes, en que se presentan en la conciencia cosas totalmente diferentes de las categorías de las que les hablé recién. Sin embargo, esto –el hecho de que, por ejemplo, en controversias de carácter político personal existe una tendencia forzosa, no a que el peor discurso se torne más fuerte que el mejor, sino a que el peor hombre ocupe el lugar que correspondía al mejor– es una experiencia a la que uno no puede sustraerse, como ocurre con cualquier otra experiencia individual. Y uno necesita de un concepto ya preparado de experiencia, que se limite solo a los acontecimientos inmediatos, si quiere mantenerse apartado de tales experiencias.43 Ahora bien, naturalmente, uno no puede limitarse a estas experiencias, sino que debe preguntar cómo ha de volverse plausible que el estado de cosas realmente se grabe en la experiencia de la cual les hablé, y en relación con la cual quisiera dar por supuesto que también ustedes, si se liberan de representaciones estereotipadas, de alguna manera habrán hecho esa experiencia; y, si aún no lo han hecho, porque felizmente no pertenecen todavía a ninguna comisión, entonces temo tener que vaticinarles que todos alguna vez pensarán en esto que les dije acerca de estas cosas; a menos que consigan eficazmente reprimirlas, y quisiera impedirles que lo hagan, en la medida de lo posible. Para hacer esto plausible, quisiera desarrollar con ustedes una serie de consideraciones más concretas. Ante todo, lo mejor es, en general, incluso lo más productivo, lo nuevo, lo que no coincide ya en absoluto con la opinión establecida de los grupos; esto se torna desde el vamos sospechoso y, por cierto, justamente allí donde hay grupos y donde existe una opinión colectiva más o menos fija. Pero la resistencia de lo mejor contra lo conformista se compromete a sí misma de manera casi ininterrumpida por el hecho de que aparece como infracción contra cualquier clase de regla de juego vigente. Tomen, por ejemplo, el caso de un joven erudito que, como se dice, está “expuesto a debate” en algún lugar; entonces este joven erudito, si es realmente alguien, si tiene una opinión independiente, si no piensa solo en su carrera y si, ante todo, dispone de la libertad espiritual frente a aquello que le ocurre, entonces él, si escribe críticas, en estas no escribirá que tal o cual obra representa, a su vez, una contribución importante a la ciencia en cuestión, como ocurre casi universalmente hoy en día con las necedades críticas; por el contrario, le pondrá, dado el caso, el cascabel al gato, y acerca de un libro trivial y aburrido dirá también que es trivial y aburrido. Se expondrá de inmediato a que se le diga que un tal tono polémico, que, pues, dice realmente lo que corresponde, es maleducado, es inconciliable con la tradición académica y con Dios sabe qué otras cosas. Y en las comisiones, esta objeción encontrará, en general, una recepción favorable; es decir: el que se aparta, a través de la mera forma en que lo hace, ya se encontrará comprometido. Aquellos entre ustedes, por ejemplo, que son candidatos a la docencia o algo similar, y que participan de reuniones de docentes, podrán exponer muchas experiencias análogas. A esto se agrega el hecho de que siempre aquello que es diferente del consenso, por razones que no puedo analizar ahora –en parte, porque los recursos de que dispone el individuo que se opone siempre son menores que los que tiene la mayoría compacta–, no solo está en una posición superior respecto de aquello a lo que se opone, sino que, desde ciertas perspectivas, está también en una posición inferior. He expuesto esto en mi análisis de las categorías de la así llamada vida musical oficial, en la Introducción a la sociología de la música,44 en relación con un estado de cosas muy específico; pero creo que se trata aquí de una situación muy general.
Quizás deba agregar aquí, en relación con el método: las consideraciones que planteo en este momento recuerdan, en cuanto a la forma, un poco a eso que se llama sociología formal. Encontrarán, por ejemplo, consideraciones de esta clase en ciertos trabajos de Georg Simmel, como la Filosofía del dinero,45 o la así llamada gran Sociología.46 La diferencia, con vistas a retener esto, es solo que cuando formulo tales consideraciones sociales formales, aparentemente formales, las estructuras a las cuales las remito son siempre ya estructuras que, sin duda, son de naturaleza formal en cuanto fenómenos, tal como se les presentan a ustedes, pero detrás de ellos, si se los persiguiera, se encuentran justamente estados de cosas sociales como, por ejemplo, el control del pensamiento por parte de los grupos dominantes más poderosos pertinentes en cada caso. La sociología formal y, de un modo similar, pues, también la construcción formal de la historia, diría yo, es legítima en la medida en que, en las categorías formales –que aparentemente son invariantes, que uno puede encontrar una y otra vez, sin referencia a un contenido social determinado–, en realidad hay contenido sedimentado; porque en ellas, de hecho, se esconden las relaciones de dominio y, finalmente, justamente aquel dominio de lo universal