Cámara oscura. Julián Isaza. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Julián Isaza
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9789585586192
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no fue igual a la tuya.

      Entraste y arrugaste la cara. Miraste todo con la misma expresión de desprecio que yo tenía en la casa de la mujer rata. Al ver las velas sonreíste con crueldad y dijiste... ¿recuerdas lo que dijiste? Yo sí: «Estamos de funeral, ¿o qué?». Luego seguiste de largo a la habitación. Yo me quedé ahí y pensé que a lo mejor te arrepentirías. El corazón me saltó cuando te escuché de nuevo caminar hacia el comedor, y te juró que por un segundo creí que regresabas para abrazarme. Me armé la película: me dirías que lo sentías y me darías un beso largo y dirías que ya era suficiente y que me amabas y que estaríamos otra vez bien, como antes. Pero lo que hiciste fue salir de casa y despedirte con un portazo. Yo sabía adónde te dirigías.

      Esa noche, y lamento sonar melodramática, fue de puro llanto. Me acosté en la cama que alguna vez compartimos y vi películas tristes. Vi Closer, con Julia Roberts, y lloré más y acabé con dos cajas de Kleenex. Y mientras veía aquella película a veces desviaba mi mirada hacia el armario, pero en realidad lo que quería ver era mi bolso y, más que el bolso, quería ver el huesito que guardé en su interior. Pero me repetí que todo eso era una ridiculez, que yo era una imbécil consagrada por creerle a Ángela todas las idioteces que decía.

      Regresaste en la madrugada y no tuviste la delicadeza de entrar sin hacer ruido. Tiraste las llaves sobre el bifé, entraste al baño, te cepillaste los dientes, escuché tus pisadas y los gabinetes que abrías y cerrabas. Un poco de respeto no te habría quitado nada. Te tiraste sobre el sofá y roncaste.

      Al rato me levanté y pensé que esa era la oportunidad para que vieras mi disposición de rehacer nuestro hogar. Así dicen los psicólogos en la radio: rehacer el hogar. También dicen que hay que dar segundas oportunidades. Pues aquí iba de nuevo, otra oportunidad. Por ti. Por nosotros. Entonces te preparé el desayuno y te desperté acariciándote el pelo. Abriste los ojos con una sonrisa que en seguida se transformó en una mueca de asco. ¿Quién pensaste que era? Yo sé quién. Pero igual te sonreí mientras te sentabas. Y me quedé ahí mientras comías y al final dijiste gracias y te fuiste. Gracias.

      ¿Sabes qué es lo peor? Soy tan estúpida que pensé que aquello de que la constancia vence lo que la dicha no alcanza era cierto. Y me empeñé. Preparé más cenas y desayunos, te escribí correos, te llamé, hasta te caí de sorpresa al trabajo. Y cada vez que hice eso me ignoraste. Me sentí humillada cuando fui a tu oficina y pasaste a mi lado con ella, como si no me conocieras. Y claro, después, cuando te reclamé, me trataste de loca y me dejaste claro que lo único que querías discutir conmigo era nuestro divorcio.

      Pero te ibas a enterar, Carlos Darío Castro Cifuentes, que el matrimonio es para toda la vida. Así que si pensabas que sería sencillo romper nuestro vínculo sagrado para irte con esa, no sabías con quién te habías casado. Querías una loca, aquí estaba tu loca.

      Ese día las hormonas me ayudaron a tomar la decisión, no voy a mentir. También me ayudaron a preparar la pócima, si lo quieres saber. Me fui directo al armario y saqué el pequeño hueso de mi bolso, al que luego le apliqué el tratamiento sugerido por la mujer rata. En la cocina lo puse en un mortero y lo machaqué. Hubo más violencia que culinaria. Más dolor que técnica. Lo hice polvo mientras las lágrimas caían y escuchaba a Juan Gabriel: No sabía, de tristezas, ni de lágrimas, ni nada, que me hicieran llorar. Porque sí, Carlos, porque muy tarde comprendí que no te debí amar.

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