Todos debieran dedicar sus mejores esfuerzos para ampliar su experiencia. Estamos en una situación de lo más crítica; pero Cristo se identifica con nuestras necesidades. Los cristianos deben aprender diariamente de Cristo. Se requieren ahora nervios y músculos espirituales para presentar los principios de la verdad a toda ciudad, pueblo y villa. Se deben apreciar y cultivar los diferentes talentos y con todo esto todavía necesitamos la verdadera sabiduría. Puede que no veamos nuestra necesidad de buscar consejo de Dios; pero el verdadero cristiano en todo lugar inquirirá cuál es la voluntad del Señor con relación a su obra individual...
Se debe realizar la obra de promulgar los principios de la reforma pro salud que el Señor nos ha mostrado. Cuando estudiemos la abnegación de Cristo, y hagamos de su vida nuestro ejemplo, la verdad y la justicia prevalecerán entre nosotros. Estimaremos como de un alto valor los ornamentos de un espíritu manso y humilde, lo que a la vista del Señor es de gran precio [1 Ped. 3:4].–Carta 132, 1908.
Preparación especial de las mujeres
Tengo palabras de instrucción para usted y sus colaboradores que son ministros, médicos y consejeros en Loma Linda...
De una forma notoria Dios ha colocado en nuestra posición las instituciones por medio de las cuales debemos lograr la obra de reforma a la cual hemos sido llamados como pueblo. En este tiempo debe considerarse todo talento de cada obrero como una posesión especial para ser usada en la obra de extender la reforma. El Señor me ha instruido acerca de que ha preparado a nuestras hermanas que han recibido instrucción, para que ocupen cargos de responsabilidad: deben servir con fidelidad y discernimiento en su vocación, utilizando su influencia en forma prudente y, en unión con sus hermanos en la fe, obtener una experiencia que las califique para ser aún más útiles...
En tiempos antiguos el Señor obró de manera maravillosa por medio de mujeres consagradas, quienes se unieron en la labor de Dios con hombres que él había escogido como sus representantes [Éxo. 1:15-21]. Él utilizó a mujeres que obtuvieran grandes y decisivas victorias. En más de una emergencia, él las colocó al frente y obró por su medio para la salvación de muchas vidas...
Hay muchas mujeres preparadas para mantenerse junto a sus esposos en la obra de los sanatorios, para dar tratamientos a los enfermos y para ofrecer palabras de consejo y aliento al prójimo. Hay algunas que deben buscar una educación que las capacite para actuar como médicos.
En esta rama de servicio, se necesita hacer una obra positiva. Tanto las mujeres como los hombres deben recibir una preparación médica integral. Ellas deben especializarse en las enfermedades comunes de las mujeres, para que puedan entender cómo tratarlas. Se considera esencial que los hombres que desean ejercer la medicina reciban la amplia preparación necesaria para dedicarse a tal profesión. Es igualmente esencial que las mujeres reciban la misma preparación y que obtengan diplomas que certifiquen su derecho a ejercer la medicina...
Nuestras instituciones debieran ser especialmente concienzudas al proveer a las mujeres una preparación que las capacite para actuar como parteras. En nuestros sanatorios debe haber damas doctoras en Medicina quienes entiendan bien su profesión y que puedan asistir a las mujeres en sus partos. Se me ha mostrado que las mujeres, y no los hombres, deben atender esos casos. Se me dirigió al plan bíblico, en el cual en tales oportunidades las mujeres desempeñaban la parte del médico. Debemos adoptar este plan, pues es el plan del Señor.
Una y otra vez se me ha dado luz referente a que debe escogerse a mujeres para esta rama de trabajo. Ahora ha llegado el tiempo cuando debemos enfrentar claramente el asunto. Deben educarse más mujeres para esta labor, y así cerrar una puerta de tentación. No debemos permitir que se coloquen tentaciones innecesarias ante los médicos y enfermeros, ni ante las personas para las cuales ellos ministran.–Carta 22, 1911.
Sin componendas
Se me instruye decir que en nuestra obra educativa no debe haber componendas con el fin de alcanzar las normas del mundo. El pueblo de Dios guardador de los mandamientos no debe unirse con el mundo para seguir las diversas ramas de trabajo de acuerdo con los planes y la sabiduría mundanos.
Nuestro pueblo está siendo probado en cuanto a si obtendrá su sabiduría del más grande Maestro que el mundo ha conocido o si buscará al dios de Ecrón [2 Rey. 1:2, 3]. Decidamos que no nos uniremos ni siquiera por un hilo a los sistemas educacionales de los que no disciernen la voz de Dios ni acatan sus mandamientos.
Debemos escuchar atentamente esta advertencia: “Entrad por la puerta estrecha” [Mat. 7:13]. Los que transitan por la senda estrecha siguen en las huellas de Jesús. La luz del cielo ilumina su camino.
¿Haremos ver al mundo que nuestros médicos deben seguir las normas mundanas antes que puedan ser calificados para actuar con éxito como médicos? Esta es la pregunta que ahora está probando la fe de algunos de nuestros hermanos. Que nadie chasquee al Señor al fomentar en sus asambleas la idea de que necesitamos obtener de los incrédulos una educación más alta que la especificada por Dios.
Se debe considerar la representación del gran Maestro como la revelación suficiente en todo. Los que en nuestras filas se califiquen como médicos deberán recibir solamente una educación que esté en armonía con estas verdades divinas. Algunos han aconsejado que los estudiantes deben, luego de matricularse en algunos cursos en Loma Linda, completar su educación médica en las universidades del mundo. Pero esto no está en armonía con el plan del Señor. Dios es nuestra sabiduría, nuestra santificación y nuestra justicia. Se deben proveer medios en Loma Linda para que la instrucción necesaria en las ramas médicas sea impartida por instructores que teman al Señor y que estén en armonía con sus planes para el tratamiento de la enfermedad.
No tengo ni una palabra que decir en favor de adoptar las ideas mundanas referentes a la educación superior en ninguna escuela que organicemos para la preparación de médicos. Hay peligro en unirse a las instituciones del mundo y en trabajar bajo la ministración de los médicos del mundo. Satanás da sus órdenes a los que él ha inducido a alejarse de la fe. Yo aconsejaría ahora que ninguno de nuestros jóvenes tenga relación alguna con las instituciones médicas del mundo animado por la esperanza de obtener mejor éxito o mayor influencia como médico.–Carta 132, 1909.
La parte de Cristo y la nuestra
La obra del Salvador de servir a la humanidad doliente siempre se combinó con su ministerio de la palabra [Mat. 9:35]. Él predicó el evangelio y curó las dolencias por el mismo gran poder [Mat. 4:23]. Él hará lo mismo hoy; pero debemos cumplir nuestra parte para poner a los enfermos en contacto con el poderoso Sanador. El Salvador dejó los atrios de gloria y vino a nuestro mundo para soportar la tentación y resistir el mal, a fin de que el hombre tuviera poder para asirse de su fortaleza. El alma que se allega a Cristo por la fe viviente recibe su poder y es curada de su enfermedad.
Hoy estamos combinando la obra de ministrar y de sanar como nunca lo hemos hecho antes. Trabajamos para educar a nuestro pueblo a tratar la enfermedad del cuerpo, a recuperar la salud y a mantenerse bien cuando se la ha restaurado.–Manuscrito 95, 1908.
Misioneros genuinos como pioneros
Una noche fui despertada para recibir la instrucción de escribir un testimonio directo con relación a la obra de nuestra escuela de Loma Linda. Esa escuela debe llevar a cabo una obra solemne y sagrada. Las enseñanzas de la reforma pro salud debían sobresalir clara y brillantemente, para que todos los jóvenes que allí asistieran pudiesen aprender a practicarlas. Todos nuestros educadores debieran ser estrictos reformadores de la salud. El Señor desea que misioneros genuinos salgan de nuestras escuelas como pioneros. Ellos deben estar completamente consagrados a la obra como obreros juntamente con Dios, ampliando diariamente su esfera de utilidad y santificándose cada vez más por medio de la verdad. La influencia de un maestro médico misionero