Profa. SS: (Sonriente, maliciosa) A lo mejor, pero la tuya no.
Yo: (Guardándome su sonrisa en la memoria por el resto de mis días) ¿Por qué?
Profa. SS: (Misma actitud) O quizá sí, si cuando crezcas dejas de abusar de la palabra “algún”.
Infante cualquiera: (Señalando uno de los billetes con marco individual) ¿Éste quién es, profesora?
Profa. SS: (Arqueando las cejas) Él fue uno de los más importantes.
Infante cualquiera: ¿Qué hizo?
Profa. SS: (Alejándose del pizarrón sin mirar a nadie) Tomen dictado; pregunta de examen. Él fue quien predijo la inminente llegada de elGran Terremoto a esta Ciudad.
Yo: (Desorientado) ¿Quién?
Profa. SS: elGran Terremoto.
Yo: (Familiarizado) Ah, sí. Él.
Infante cualquiera: Nunca he sabido cómo se escribe, profesora.
Profa. SS: (Hiriente) Ay, por favor, pues así: como se escucha.
Mismo infante cualquiera: (Casi arrepentido, temeroso) ¿Podría deletrearlo?
Profa. SS: (Como tarabilla) Sí: GE, ERRE, A, ENE espacio, TE, E, ERRE, ERRE, E, EME, O, TE, O punto.
Otro infante cualquiera: Más lento, por favor.
Profa. SS: (Acompañando cada sonido con un golpe en el escritorio)
GE
ERRE
A
ENE espacio
TE
E
ERRE
ERRE
E
EME
O
TE
O punto.
Infante cualquiera: ¿Puede escribirlo en el pizarrón?
Profa. SS: (Resignada) Tú misma pasa a anotarlo.
Infante cualquiera: Oiga, ¿qué rima con terremoto, profesora?
Profa. SS: (Autómata) Pues, zigoto.
Infante cualquiera: ¿Qué más?
Profa. SS: (Como repitiendo los metales inertes de la tabla periódica) Roto, reboto, copiloto, abarroto.
Infante cualquiera: ¿Qué más?
Profa. SS: (Como repitiendo las indicaciones para cobrar un cheque) Control remoto, voz y voto, Reino de Lesoto.
Yo: (Sin más espacio en la hoja) ¿Qué significa inminente?
Profa. SS: (Mirando su reloj pulsera) Eso sí es muy básico, no puedo regresarme tanto. Por hoy termina la lección de Historia, vayan a recreo.
¿Habla laPosteridad?
De ninguna manera, ella
no puede contestar.
Pero es urgente.
Imposible; fíjese que lleva
mucho tiempo en cama.
¿Se puede saber por qué?
Ha sido sobornada de
gravedad.
¿Por quién? ¿Qué la hizo
cambiar de opinión?
Siempre nos ha parecido
tan dueña de sí misma.
Estaba fingiendo,
tiene que guardar la com-
postura ante todos ustedes;
pero se muerde las uñas
desde la promesa
de elGran Terremoto.
¿Qué le prometió?
Que vendría, que estarían
juntos.
Esas son dos promesas.
Creyó ambas en el mismo
instante.
¿Cuánto tiempo le
prometió que estarían
juntos?
Poco, pero sin tregua.
¿Y cuándo le dijo que
vendría?
Lo mismo preguntó ella.
…
…
Y ¿qué respondió?
¿Palabras textuales?
…
“…en la primera oportuni-
dad que se presente,
querida mía.”
Cíclope
La primera llamada al simulacro nocturno me sorprendió acodado en la barra de la cocina, a un metro del teléfono alámbrico y a pocos centímetros de una taza de café que se había enfriado en el trascurso de la tarde. Hasta ese instante caí en cuenta del tiempo que había matado leyendo sobre los distintos tipos de recepcionistas que existen en los hoteles. Eran veintitrés y cada uno encerraba subcategorías, de acuerdo con los autores del manual.
Aproveché la pausa entre la primera y la segunda llamada del simulacro para ir al baño y ventilar un poco el cuarto. Al llegar a la ventana no quité de inmediato el seguro, primero ojeé a través de las persianas. Tres pisos abajo, en la calle, las maniobras para cerrar la avenida principal comenzaban. A pesar de la hora, se había formado un cuello de botella con autos que no tocaban el claxon. Cuando el último convoy cruzó la cinta asfáltica, su velocidad me pareció constante, como si los conductores hubieran dejado el movimiento de sus vehículos en manos de un poderoso imán que los atraía desde el otro extremo de la vía. En las banquetas, algunas personas ya habían apartado un lugar en el simulacro; antes de la tercera llamada, la calle estaría abarrotada de sillas plegables, una que otra tienda de campaña y algunos atalayas improvisados en los semáforos. Debido al ángulo de mi ventana, todas las cabezas que veía me parecían de niños desgreñados por el sueño, obligados a levantarse en la madrugada para presenciar la llegada de elGran Terremoto; algunos sí lo eran, pero otros eran calvos, o canosos, y entonces terminaba la confusión para mí.
Quité el seguro y subí las persianas. Se inyectó una franja de luz en el cuarto, que atravesaba la cama y se detenía justamente en la puerta del baño. La luz provenía de la marquesina del hotel de enfrente. Me dejé encandilar unos minutos.
Cuando sonó la segunda llamada del simulacro, comenzaron a encenderse más luces de los pisos de abajo del hotel. Imaginé que una pareja de amantes había prendido la luz para cerciorarse de la limpieza de la habitación o, tal vez, para verificar que no olvidaban nada. Miré hacia la calle nuevamente y reconocí a más vecinos, algunos se habían juntado en parejas para repasar el guión del simulacro, iluminaban las páginas con cerillos, sincronizaban las cabezas en pequeñas negaciones. Tras unos segundos el cerillo se apagaba, debía ser, en los dedos de alguno, yo escuchaba la queja de dolor y la escena quedaba a oscuras. Por lo menos hasta que se encendía otro cerillo y los vecinos regresaban a la lectura. Tras unos segundos el cerillo se apagaba, seguramente, en los dedos de alguno, yo escuchaba otra queja