Revisad un poco, cuando sea, pero antes de que empiece la Cuaresma: ¿de qué cosas podría yo ayunar? Y otra vez, con los mismos dos aspectos: ¿de qué cosas podría, veo ya que podría, prescindir?; y segundo, ¿de qué cosas puedo? Y entonces Dios nos irá iluminando para que ejercitemos lo que podemos, que quizás de momento sea muy poco, y estemos abiertos y vayamos recibiendo mucho más. Esto es lo que aparece en todos los santos.
El santo vive al borde del milagro
Ahora, para terminar, no es más que recordar lo que he dicho ya que, durante estos días, en la Cuaresma, procuremos leer biografías de santos, escritos de santos. Y nos demos cuenta de que han ido por un camino que es el normal, porque recuerdo muchas veces, es curioso porque la gente te dice: «no hay que pedir a Dios milagros», y yo digo: «y ¿por qué no hay que pedir a Dios milagros?»; porque en el Evangelio, desde luego, estoy viendo pedir milagros continuamente. Porque ¿a qué se acercaba la gente a Jesucristo? A que le hiciera un milagro. Bueno, pues ¡no sé por qué rayos no lo voy a pedir yo!, ni por qué rayos voy a pensar yo que no los hago, o que no los puedo hacer; otra cosa es si los hago o no.
El otro día, el Papa, como lo habréis leído más o menos, ha estado teniendo unas catequesis sobre los milagros, sobre Jesucristo y sobre los milagros. Van con toda naturalidad los apóstoles y hacían milagros; y por eso, en cierto sentido, se convertía la gente. Y que en la Iglesia siempre hay milagros, y no hay más milagros porque hay muy poca fe, si no, habría muchos más. No quiere decir que cada cristiano tenga que hacer milagros, quiere decir que no es ninguna cosa extraordinaria que hay que hacer milagros. Las llamamos cosas extraordinarias porque no las hacemos, pero también llamamos extraordinaria a una actitud de un poco más de caridad, porque no la tenemos; pero que nos demos cuenta de que el desorden es que en una Iglesia tan grande haya tan pocos milagros, y el desorden, por supuesto, mucho más importante es que en un Iglesia tan grande brille tan poco la caridad. Hombre, algo sí de caridad, pues es implícita, porque está el Espíritu Santo actuando, están los Sacramentos, etc., pero vamos, ¿en cuanto participada por nosotros?
Que nos demos cuenta de que el Señor quiere concedernos esto en unos grados muy altos, y que lo que ha hecho con los santos lo quiere hacer con nosotros. Porque, evidentemente, así como una realización práctica que pongamos de antemano nos llevaría a hacer una serie de obras –objetivamente duras, quizá admirables a los ojos de los hombres–, pero no movidas por el Espíritu Santo; así la mediocridad en que vivimos –que puede pesar mucho sobre nosotros– nos impide el abrirnos a los prodigios de Pentecostés. Esto que san Ignacio dice tantas veces: «señalarse, querer hacer grandes cosas»; y «quería hacer mucho por Dios y lo que hicieran los santos, lo quería hacer él». Ciertamente en el principio de su vida, está muy marcado por su temperamento, pero es lo que le permite, en cuanto que también está movido por el Espíritu Santo, le permite estar abierto a lo que Dios le diga.
Examinad si no tenemos ya el prejuicio de que en cuanto se nos ocurra algo que valga la pena, digamos enseguida –como justificándonos– que «no hay que hacer extravagancias». Si hay que hacerlas o no hay que hacerlas ya lo veremos cuando se nos presente la iluminación, pero desde luego, si partimos de que todo lo que es un poco fuera de lo corriente es una extravagancia (en el mal sentido de la palabra, porque extravagancia sí que es, es vagar fuera, que es extra vagar), pero ¿vagar fuera de qué? Si andamos fuera del modo de andar la gente de alrededor, pues cabalmente, los extravagantes son ellos, porque es que andamos por el camino, que es Cristo, que es por donde todos tenemos que andar. Para eso hace falta la «carota», que yo la tengo hace muchos años. Ya lo he contado muchas veces: «Es que es usted un despistado», y contesto: «No, perdón, el despistado es usted, porque está pendiente de dónde están los comercios y no sabe usted dónde está Nuestro Señor Jesucristo que vive dentro de usted». Claro, la gente se queda… Cuando te dicen: «¿por qué no te cepillas esto?», y digo: «¿y por qué no hace usted examen de conciencia?».
Bueno, total, es ir contestando a la gente si tenéis suficiente cara –yo os recomiendo que la tengáis–, pues hombre, se puede contestar sin agredir, un poco en broma, ¿no?, diciendo a la gente que estamos en otro mundo. Estamos viviendo en el seno del Padre, no estamos viviendo en el conjunto de una humanidad que está medio, bueno medio no, mucho más que medio idiotizada.
Entonces, ver: en el punto de partida de mi esperanza, ¿está la eliminación voluntaria, deliberada, no necesariamente sentida, ni luego espontanea en cada caso, de hacer tabla rasa de los gustos del mundo? Porque por lo demás, sencillamente, es que nos engulle el mundo. Y tened en cuenta que el ambiente, en general, que tenemos los sacerdotes mismos y las administraciones diocesanas es un ambiente mundano. Y sencillamente, pues «que no hay que exagerar» y aquí lo único exagerado es el amor propio que tenemos todos, rebosantes de comodidad o lo que sea.
No sé si lo recordaré esta tarde, y con esto termino, pero yo me admiro muchas veces. Acabo de leer, pero no he acabado del todo, porque estoy subrayando el texto catalán, porque lo he leído en castellano y luego lo he leído en catalán, una figura que no conoceréis probablemente, que es el padre Tarrés. El padre Tarrés era un médico catalán, barcelonés, que estaba en la zona roja, estuvo de médico en el Ejército Rojo, y quería ser sacerdote ya entonces, y se va preparando. Es conmovedor, porque claro, como tiene un diario, no todos los días, pero escribe muchos días; sí, es conmovedor cómo dice: “Hoy he estudiado tres cuartos de hora de Filosofía. Esto de la esencia no acabo de entenderlo, a ver si el doctor ‘nosécuantos’ me lo explica. Le he escrito para que me mande una explicación», «Hace tres días que no estudio Filosofía». Claro está, lo embarcan para la batalla del Ebro, por ejemplo, comprenderéis que el ambiente… Cuando uno oye a los seminaristas: «Hoy no he podido estudiar porque es que –qué sé yo– no me funcionaba el brasero…».
Sobre este padre –yo he pensado muchas veces–, aparte de la santidad personal (está iniciado el proceso de canonización, o de beatificación), pienso: Bueno, durante tres años, el Ejército Rojo en la zona Roja, y el Ejército Nacional en la zona de Franco tuvo arrestos para mantenerse en la guerra, en el frente, naturalmente porque eso ya me lo sabía, pero bueno, leyendo es como se actualiza, la cantinela esa de “no hay comida”. No hay comida, sencillamente, porque no me llega, no me surten en el frente, y no se come, no se lavan, no se afeitan, y no pueden lavar la ropa. El día que pueden lavar la ropa se ponen tan contentos. Tres años. Y se tienen arrestos, porque no es que sea él, es que es en todo el Ejército Rojo que está haciendo lo mismo, y perdiendo la guerra, y viendo que se están reduciendo continuamente, y ahí siguen, tan termes. Y en la zona Nacional, pues igual, solo que ganando, y exponiendo la vida continuamente, como es natural, y perdiéndola continuamente, todos los días había bajas, claro. Y el Espíritu Santo ¿no tiene capacidad para movernos a nosotros a una vida semejante a esa? ¿Es natural que los hombres para matarse se pongan en situaciones durísimas, en todos los sentidos, de hambre, de frio? ¡Hombre!, yo creo que ya habréis oído alguna vez por lo menos, que en el frente de Teruel se moría la gente de frío, literalmente hablando, se quedaban helados, vamos, o perdían los miembros, para mantener el frente en Teruel, cuando era Nacional o cuando entraron los Rojos. Hicieron el cuartel en el Seminario, luego lo perdieron, en fin, allí se establecieron durante una temporada, se quedaban helados, literalmente. Y nosotros por Jesucristo, ¿no podemos esperar que nosotros mismos y la gente, vibre? Eso quiere decir que no creemos en Jesucristo. Fijaos que ésta es la actitud, por ejemplo, de san Ignacio, tantas veces, aquello del perverso caballero17.
Recuerdo la actitud de san Vicente de Paul, cuando mandan los primeros Paules. Unos cuantos van a Madagascar y se mueren todos y, en fin, los Paules, el Consejo, deciden que no se puede mandar más gente, que se mueren; entonces san Vicente de Paul da esta luminosa contestación: «Cuando en una batalla mueren unos cuantos soldados, se mandan