Enrique García Revilla,
Burgos-París, enero de 2015
[1] D. Cairns, Berlioz, 2 vols., Londres, The Penguin Press, 1999. David Cairns es reconocido de forma unánime como uno de los principales estudiosos de Berlioz. Su espléndida biografía del compositor, en dos volúmenes, constituye sólo una pequeña parte de su trabajo berlioziano, y la base que sustenta cualquier investigación posterior.
[2] H. Berlioz, Evenings with the orchestra, edición, traducción, introducción y notas de Jacques Barzun, Chicago, The University of Chicago Press, 1999.
[3] G. Prince, Dictionary of Narratology, Lincoln, University of Nebraska Press, 1987.
[4] D. Villanueva, Comentario de textos narrativos: la novela, Gijón, Júcar, 1992, pp. 181-201.
[5] Dice el narrador en el prólogo: «Hay en el norte de Europa un teatro de ópera», o con cierta malicia, por eliminación, por la referencia de la dedicatoria al comienzo del libro: «A mis buenos amigos, los artistas de la orquesta de X***, Ciudad Civilizada». Berlioz nunca calificaría así a París y mucho menos a Roma. De cualquier modo, en Les grotesques de la musique, el libro que puede ser considerado la secuela de Las tertulias, continúa con este juego indicando lo siguiente en la dedicatoria del título: «A mis buenos amigos, los artistas de los coros de la ópera de París, Ciudad Bárbara».
[6] Tertulias decimoséptima, decimonovena, vigesimosegunda y vigesimocuarta, de Rossini, Mozart, Gluck y Meyerbeer, respectivamente.
Las tertulias de la orquesta
A mis buenos amigos
los artistas de la orquesta
de X*** Ciudad Civilizada
Prólogo
Hay en el norte de Europa un teatro de ópera en el que los músicos, que son en su mayoría gente culta, se dedican habitualmente a la lectura e incluso a la charla sobre temas más o menos literarios y musicales cada vez que se interpreta alguna ópera mediocre. No es necesario señalar que leen y charlan con frecuencia. Así pues, sobre cada atril, al lado de la partitura, hay un libro. De este modo, el músico que aparenta estar contando a conciencia los silencios, esperando su entrada, con la máxima concentración en la lectura de su parte musical, se encuentra muy a menudo embebido en las maravillosas escenas de Balzac, en los encantadores cuadros de costumbres de Dickens o incluso en el estudio de alguna ciencia. Conozco a uno que, durante las quince primeras representaciones de una célebre ópera, leyó, releyó, meditó y asimiló los tres volúmenes del Cosmos de Humboldt; otro, mientras duró el éxito de una obra verdaderamente estúpida, hoy olvidada, se organizó para aprender inglés; e incluso sé de otro que, dotado de una memoria excepcional, recitó a sus vecinos más de diez volúmenes de cuentos, anécdotas, aventuras y noticias.
Sólo uno de los miembros de esta orquesta no se permite distracción alguna. Totalmente entregado a su labor, activo, infatigable, con los ojos clavados en sus notas y el brazo siempre en movimiento, se sentiría deshonrado si llegase a omitir una sola corchea o a recibir un reproche sobre la calidad de su sonido. Al finalizar cada acto, sofocado, sudado y extenuado, apenas puede respirar; sin embargo, no osa aprovechar los instantes de permiso que conceden la suspensión de las hostilidades musicales para salir a beber un vaso de cerveza al café de enfrente. El temor a perderse los primeros compases del acto siguiente basta para mantenerlo clavado en su puesto. Conmovido por semejante celo profesional, el director del teatro al que pertenece le envió un día seis botellas de vino en concepto de incentivo. El artista, consciente de su valía y cargado de soberbia, lejos de aceptar el presente con gratitud, lo devolvió al director con estas palabras: «¡No necesito incentivos!». Habrá podido adivinarse que estoy hablando del percusionista del bombo.
Sus colegas, por el contrario, no dan tregua a sus lecturas, relatos, discusiones y cotilleos, salvo en las obras maestras o cuando, en una ópera ordinaria, el compositor les ha confiado una parte principal y dominante. En este caso, una distracción voluntaria les comprometería, pues sería notada con demasiada facilidad. No obstante, nunca se pone a la orquesta entera en evidencia, porque cuando la conversación y los estudios literarios decaen por una parte, se animan por el otro lado y los oradores del ala izquierda retoman la palabra cuando los de la derecha alzan su instrumento en ristre.
Como soy aficionado asiduo a este club de instrumentistas, mi estancia anual en la ciudad en que se encuentra establecido me ha permitido escuchar un considerable número de anécdotas y de novelas breves. Debo confesar que incluso he llegado a corresponder a la cortesía de los narradores con la lectura de una de mis propias historias. Ahora bien, el músico de orquesta es poseedor de una naturaleza contumaz, y si en alguna ocasión llegó a interesar o a hacer reír una vez a su auditorio con una palabra ingeniosa o una historieta cualquiera, pongamos por Navidad, podemos estar seguros de que para repetir su éxito por el mismo medio no esperará a fin de año. De este modo, a base de escuchar estas hermosas historias, he terminado por obsesionarme con ellas casi tanto como con las aburridas obras a las que sirvieron de acompañamiento. Por este motivo me he decidido a escribirlas e incluso a publicarlas, incluyendo como nexos entre ellas los diálogos entre narradores y oyentes. Regalaré un ejemplar a cada uno de ellos para evitar así otras responsabilidades.
Se entiende que el del bombo no participará de mi esplendidez bibliográfica. Está claro que un hombre «profundo y trabajador» como él desprecia el ejercicio intelectual.
Personajes del diálogo
El director de orquesta.
Corsino, concertino, compositor.
Siedler, violín segundo principal.
Dimski, primer contrabajo.
Turuth, flauta segunda.
Kleiner, hermano mayor, timbal.
Kleiner, hermano menor, primer violonchelo.
Dervink, primer oboe.
Winter, segundo fagot.
Bacon, viola (no es descendiente del que inventó la pólvora).
Moran, trompa primera.
Schmidt, trompa tercera.
Carlo, muchacho empleado de la orquesta.
Un señor, abonado al patio de butacas.
El autor.
Primera tertulia
La primera ópera, un cuento del pasado. Vincenza,