Pad.
Siempre me haceis merced, y así os advierto,
Sin que de nuevo intente persuadiros,
Que trato de casarme, y que el concierto,
Despues de muchas ánsias y suspiros,
Hoy hice con el padre de mi dama.
Arag.
No hay otro mayor bien para quien ama.
Pad.
Sois tan galan, que os hablo en mis congojas.
Finalmente licencia del Rey falta,
Esta pide don Álvaro de Rojas,
Mirad si es prenda generosa y alta.
Podréis decirme vos: ¿Tú, que despojas
Tanto moro andaluz, cuando se asalta
Fuerte ó ciudad, sin ánimo te hallas?
Ay, sí, que tiene amor flacas batallas;
No me atrevo del Rey á la grandeza,
Que le hablo pocas veces y muy poco,
Y aunque me dió valor naturaleza,
Solo en cosas marciales me provoco.
Habladle vos, que á mí, que la belleza
De mi esposa Beatriz me vuelve loco,
No me ha dejado amor entendimiento,
Y tal estoy que de sentir no siento.
Arag.
Yo os he entendido ya, decidme luégo
Si quereis otra cosa.
Pad.
Sólo os pido
Esta licencia.
Arag.
Adios.
Pad.
Al cielo ruego
Os dé lo que teneis tan merecido.
Mart.
¿Tan presto negociaste?
Pad.
Estoy tan ciego,
Que no tengo discurso conocido.
Mart.
Mira que en dulce fin de tus amores
Me has de dar á Leonor.
Pad.
Y mil Leonores.
(Váyanse.)
Arag.
¡Qué bien que deja puesta mi esperanza,
Amando yo á Beatriz tan tiernamente!
¿Quién pide con tan necia confianza
Que con el Rey su casamiento intente?
¡Oh milagro de amor, que cuando alcanza
Que de aquesta licencia se contente
Don Álvaro, me avisa el que la adora,
Para que para mí la pida agora!
No me obligué ni la palabra he dado,
Sólo le respondí, «yo os he entendido.»
Con que ni la quebré ni me ha obligado
Á cumplir lo que á nadie he prometido.
Mia serás; ¡oh sol de mí adorado,
Amanece en la noche de tu olvido,
Que no has de ser Padilla si yo puedo!
Viva Aragon, pues en amor le excedo;
Dos Juanes te pretenden, Beatriz bella,
El uno es Aragon, aunque en Castilla,
Padilla el otro, con mejor estrella,
Merézcate Aragon, y no Padilla.
¡Ay Dios! si tiene la licencia della
Navego en vano, moriré á la orilla,
Pero si tengo la del Rey, que espero,
Cayó la suerte en Aragon, primero.
EL REY DON ALFONSO, DON ÁLVARO y acompañamiento.
Alf.
Bien podeis publicar que mi jornada
Á Galicia ha de ser á coronarme,
Que la corona y la dichosa espada,
La imágen de su apóstol ha de darme:
Suspéndase la guerra de Granada,
Aunque salgan los moros á inquietarme,
Que de sus lanzas quemaré la selva
Cuando á Castilla de Galicia vuelva.
Álv.
Espero en Dios que las doradas cruces
Pondrás en las alfambras y alcazabas
Si las gentes á ejército reduces,
Con que el verano á Córdoba pasabas;
No presuman los moros andaluces
Que las empresas de tu gloria acabas
En tu mejor edad.
Alf.
No harán si puedo,
Aunque atrevidos bajan á Toledo.
Presto á Valladolid daré la vuelta,
Si quiere Dios y el capitan divino,
Que, con la capa militar revuelta,
Y levantado el temple diamantino,
Esta canalla, en polvo y sangre envuelta,
Por el tributo de nombrarle indigno,
Desterró para siempre desta tierra
Por quien le apellidamos en la guerra.
Arag.
Á solas quisiera hablarte
Si ocupaciones te dejan.
Alf.
Retiraos todos; ¿qué quieres?
Arag.
Respetando tu grandeza,
Nunca te dije, señor
(Desconfianza bien necia),
Cierto pensamiento mio.
Alf.
Tu culpa, don Juan, confiesas.
Arag.
He tratado de casarme.
Alf.
Es fuerza, dichosa empresa.
Arag.
¿Qué llamas fuerza?
Alf.
De amor,
Que las demas no son fuerzas.
Arag.
Todo se junta á obligarme,
Porque entran en competencia
Amor y comodidad.
Tan justa igualdad profesan.
Tu licencia es lo primero,