A lo largo de dos milenios, en Oriente ha habido tantas personas interesadas en lo que nos hace estar vivos como cualquier científico de la actualidad. No tenían instrumental para calcularlo, de modo que se basaban en la observación de su propio cuerpo y mente. A partir de ahí surgió lo que podríamos denominar la «ciencia de lo interno». Del mismo modo que la ciencia de lo externo se basa en la observación y la experimentación, la ciencia de lo interno se basa en la observación y la experiencia.
Esta es la contribución de Osho a la humanidad: es una síntesis de Oriente y Occidente, pues convierte en una sola ciencia la comprensión compartida de estos dos enfoques. El enfoque de Osho es un sistema abierto que se basa únicamente en la observación. Lo observado no es la cuestión fundamental. Lo que es, es, y la clave está en observarlo. Lo que el observador observe se puede añadir en cualquier momento. No se excluye nada.
Lo maravilloso de esta ciencia es que todo el mundo es un científico dentro de su propio laboratorio: ellos mismos. No necesitas tener creencias ni hacer actos de fe. Solo tienes que tener un enfoque científico para elegir una hipótesis y comprobarla en ti mismo. Si fracasas, no pasa nada, tu papelera seguramente ya estará medio llena. Y si triunfas, habrás encontrado la llave maestra. No pierdes nada.
Y es justamente lo que está ocurriendo. Además de los descubrimientos recientes que mencionábamos antes sobre los beneficios del estar presente, hay otros estudios interesantes que te ayudarán a apreciar el valor de la meditación.
Por ejemplo, se sabe que alrededor de dos tercios de las consultas médicas se deben a cuestiones relacionadas con el estrés. Los científicos han hecho experimentos con ratones, sometiéndolos a estrés, y han comprobado que desarrollan una parte del cerebro. También han descubierto que los humanos estresados desarrollan esa misma parte del cerebro, mientras que, en los meditadores, dicha zona cerebral tiene un tamaño más pequeño. Del mismo modo, han comprobado que los cambios asociados a la edad son menos pronunciados en los meditadores… ¡Definitivamente, la meditación es más barata que la crema antiarrugas!
Hay otro ejemplo fascinante del Instituto Tecnológico de Massachusetts, que realizó el experimento siguiente. Invitó a varios voluntarios a asistir a un curso de meditación de una hora diaria durante ocho semanas. Los voluntarios fueron divididos al azar en dos grupos. Un grupo asistió al curso mientras el otro estaba en «lista de espera». Al terminar, los invitaron, uno a uno, a lo que creían ser una entrevista sin relación con el curso.
Al entrar en la habitación había tres sillas, dos de ellas ocupadas por los investigadores (desconocidos para los voluntarios). Entonces, entró en la habitación un tercer investigador con aspecto de encontrarse mal y necesitar ayuda. Los dos investigadores que estaban sentados no le prestaron atención (normalmente, todo el mundo sigue al rebaño, y si los demás no se mueven, tú tampoco). El resultado fue abrumador. Mientras solo el 21% de la gente que no había meditado no se levantó a ayudar, un desbordante 50% de los que habían meditado se levantó. Al parecer, todas esas habladurías de que la meditación es «egoísta» porque estás mirándote el ombligo en vez de «amar al prójimo» sencillamente no son verdad.
Hablando del tema del «yo», la ciencia moderna también está confirmando otro conocimiento antiguo: que el yo es un cuento que nos contamos para tener algo de qué hablar en las fiestas. En realidad, somos un proceso, un río, no somos agua estancada, lo que resulta emocionante y además encaja perfectamente con la confirmación reciente de que el cerebro es un órgano moldeable, lleno de células que buscan una tarea sin tener una función predeterminada.
Esto significa de nuevo que no somos agua estancada y realmente tampoco un «río», sino un proceso de «fluir» que depende de lo que ocurre ahora mismo. Las implicaciones de esto son sorprendentes. Quiere decir que, a medida que transcurre la vida, en cada momento estamos creándonos a nosotros mismos. Está en nuestras manos. Es una responsabilidad aterradora, especialmente para esos aspectos nuestros que nos gusta achacar a mamá, a papá, a dios, o a cualquiera.
En cuanto a la antigua pregunta de «¿quién soy yo?», puedes ver que apenas hay nada fijo. Básicamente está en nuestras manos.
Hay otros experimentos que demuestran que si pones una cara triste durante tres días conseguirás estar deprimido. En esencia, somos nosotros mismos quienes creamos los fenómenos.
Todos sabemos que hemos nacido en una cierta cultura, en una cierta religión, cantando un cierto himno nacional, con esa actitud de superioridad masculina, y así sucesivamente. Estas «creencias» nos han sido inculcadas a través de nuestra educación y están enterradas en el inconsciente sin que nos demos cuenta. Nos han condicionado a aceptar que somos estos valores sin que lo sepamos.
Resulta que el cerebro es un bioordenador increíble que ha sido programado por muchos factores parecidos, y el resultado es la «mente». La ciencia neurológica moderna afirma que «lo que se activa simultáneamente, queda entrelazado». Cada vez que repites «lo negro es malo, lo blanco es bueno», o «los hombres son superiores a las mujeres», aunque sea inconscientemente, ese hábito aprendido se fortalece y cada vez te sientes más seguro de tener razón.
Aquí viene la parte más interesante. Hay una situación patológica que se denomina trastorno obsesivo-compulsivo (TOC). Es como si quisieras lavarte las manos cincuenta veces al día para eliminar los gérmenes que imaginas que hay. En un sentido, sabes que es una tontería, sin embargo, te vuelves a lavar las manos de todas formas. El conjunto de células de tu cerebro que cree que tus manos tienen gérmenes y el conjunto de células que te hacen ir corriendo al baño cada vez están más entrelazados. En realidad, esto es solo una versión exagerada de lo que hacemos continuamente a lo largo del día. Cuando suene el himno nacional, unos cuantos se pondrán de pie. Si suenan las campanas de la iglesia en domingo, podemos sentirnos impulsados a ir a la iglesia. Puede ser la necesidad de ir a la sinagoga todos los sábados, o jugar a la lotería, o fumar otro cigarrillo, o comer algo de la nevera, o tumbarte en la cama dándole vueltas a un pensamiento recurrente que te preocupa en vez de dormir… Esto es algo que no se detiene casi nunca, ni de día, ni de noche.
Lo más asombroso, es que ahora están descubriendo que el «tratamiento» de esa «enfermedad» es la meditación. Funciona de este modo. Un grupo de neuronas dice: «Es hora de fumar un cigarrillo». Y otro grupo te hace buscar un cigarrillo y un encendedor en el bolsillo. Antes de darte cuenta de lo que ha ocurrido ya estás fumando. Ahora decides dejar de fumar: en cuanto las células nerviosas del primer grupo empiezan a disparar el impulso excitante, instruyes inmediatamente a las células nerviosas inhibidoras de ese mismo grupo para que contrarresten la excitación, de manera que no tengas que fumar un cigarrillo, comer un trozo de chocolate o llamar a tu madre.
Lo que se activa simultáneamente queda entrelazado, tanto si son impulsos excitantes como si son inhibidores. De cualquier forma, estás acercando esos dos grupos de células. Por eso intentar «luchar» contra los hábitos no suele funcionar.
Una vez, hace veinticinco siglos, un cierto caballero llamado Gautama Buda declaró que lo que hacía falta era ser «consciente sin elección». Apoyar un hábito o luchar contra él solo refuerza el vínculo neuronal, y la única elección es no hacer ninguna de las dos cosas. No hacer nada, ni a favor ni en contra: esto es la esencia de la meditación. Y mira por dónde, lo acabamos de oír, que este es el motivo por el que funciona la meditación con el trastorno obsesivo-compulsivo. O con cualquier otra acción compulsiva inconsciente, como, por ejemplo, la costumbre de vivir como si fuésemos agua quieta, estancada.
Es un proceso verdaderamente científico. Si consigues ver conscientemente uno de estos hábitos, desaparecerá solo, del todo, al cien por cien. Si desaparece el 50%, eso significa que solo has visto el 50%.
No me sorprende que toda la prensa en Estados Unidos esté ahora interesada en la meditación. Lo llaman mindfulness, que es una abreviación de right mindfulness,* que es otra de las formas en las que Buda describía el estar consciente sin elección. Ahora, cada año, esos quinientos estudios científicos están corroborando las diferentes formas en las que la meditación es un proceso beneficioso universal.
Muchas