Akal / Básica de bolsillo / 237
Serie Clásicos de la literatura inglesa
Mark Twain
Las aventuras de Huckleberry Finn
Traducción
M.ª José Martín Pinto
Diseño cubierta: Sergio Ramírez
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Título original
Adventures of Huckleberry Finn
© Ediciones Akal, S. A., 2011
Sector Foresta, 1
28760 Tres Cantos
Madrid - España
Tel.: 918 061 996
Fax: 918 044 028
ISBN: 978-84-460-3660-9
Aviso
Quienes intenten encontrar una motivación en esta narración serán procesados, quienes intenten encontrar una moraleja serán desterrados y quienes intenten encontrar una trama serán fusilados.
Por orden del autor,
G. G. Oficial de Artillería
Nota aclaratoria
En este libro se ha utilizado toda una serie de dialectos, a saber: el dialecto negro de Misuri, la versión más acusada del dialecto de las zonas más apartadas del suroeste, el dialecto habitual del condado de Pike y cuatro variantes modificadas de este último. Los matices no se han dado al azar ni son obra de la imaginación, sino que son fruto de una labor concienzuda contando con la guía fiable de la familiaridad personal con todas estas variantes del lenguaje.
Hago esta aclaración porque, sin ella, muchos lectores podrían suponer que todos estos personajes estaban intentando hablar de maneras parecidas sin conseguirlo.
El autor[1]
[1] Las variantes del lenguaje utilizadas por el autor no se reflejan en esta traducción. Se ha procurado denotar la posición social de los personajes por su forma de hablar, en lugar de buscar modificaciones artificiales en el lenguaje, al no existir correspondencias entre los distintos dialectos y el castellano. [N. de la T.]
Capítulo 1
No sabes nada de mí si no has leído un libro que se llama Las aventuras de Tom Sawyer. Pero eso no importa. Ese libro lo escribió el señor Mark Twain y fundamentalmente contó la verdad. Hubo cosas que se inventó, pero en general contó la verdad. No pasa nada. Nunca he visto a nadie que no mintiera alguna que otra vez, menos la tía Polly o la viuda o quizá incluso Mary. De la tía Polly, que es la tía Polly de Tom, y de Mary y de la viuda Douglas se cuenta todo en ese libro, que es sobre todo una historia real, aunque con algunas cosas inventadas, como dije antes.
Ahora te cuento la forma en que termina el libro, y es así: Tom y yo encontramos el dinero que los ladrones escondieron en la cueva y que nos hizo ricos. Conseguimos seis mil dólares cada uno, todo en oro. Era un espectáculo asombroso verlo amontonado. Después el juez Thatcher se lo llevó y lo prestó con intereses, y nosotros conseguíamos un dólar al día cada uno, durante todo el año, más dinero del que nadie sabría cómo gastar. La viuda Douglas me acogió como si fuera hijo suyo y dijo que me civilizaría, pero era muy difícil estar en la casa todo el tiempo, teniendo en cuenta lo deprimentemente metódica y decorosa que era la viuda en todo lo que hacía. Así que, cuando ya no aguantaba más, me largué. Me volví a poner mis viejos harapos, volví a meterme en mi barril de azúcar y me sentí libre y satisfecho. Pero Tom Sawyer me buscó hasta dar conmigo y me dijo que iba a formar una banda de ladrones y que yo podría entrar si volvía con la viuda y me hacía respetable. Así que volví.
La viuda lloró por mí y me llamó pequeña oveja descarriada y muchas otras cosas más, pero nunca con mala intención. Me volvió a vestir con ropa nueva otra vez y yo no hacía más que sudar y sudar y sentirme todo apretado. Y después empezaron otra vez las viejas costumbres. La viuda hacía sonar una campanilla para la cena y tenía que llegar a tiempo, y cuando llegaba a la mesa, no podía ponerme a comer enseguida, sino que tenía que esperar a que la viuda agachara la cabeza y refunfuñara un poco por las viandas, aunque la verdad es que no les pasaba nada. Vamos, nada aparte de que todo se cocinaba por separado. En un barril de restos y sobras es distinto; las cosas se mezclan y los jugos pasan de unas a otras y así saben mejor.
Después de la cena, ella sacaba su libro y me enseñaba cosas de Moisés y los juncos y yo estaba muy preocupado por saberlo todo sobre él. Pero enseguida soltó que Moisés llevaba muchísimo tiempo muerto, así que ya dejó de interesarme porque no me importan nada los muertos.
Muy pronto me entraron ganas de fumar y le pedí a la viuda que me dejara. Pero no. Dijo que era una mala costumbre y que no era limpia, y que yo debía intentar no hacerlo más. Así es alguna gente, que la toma con algo sin tener ni idea de cómo es. Aquí estaba ella fastidiándome con Moisés, que no le tocaba nada y que no le servía a nadie para nada porque estaba muerto, y aun así, ella se creía en el derecho de criticarme por hacer algo que tenía su parte buena. Y encima, ella tomaba rapé; pero claro, eso estaba bien porque era ella quien lo hacía.
Su hermana, la señorita Watson, una solterona delgada y soportable con anteojos, que acababa de venirse a vivir con ella, la emprendió conmigo ahora con un libro de ortografía. Me hizo trabajar mucho durante una hora, hasta que la viuda le dijo que se lo tomara con más tranquilidad. No podría haberlo soportado mucho más tiempo. Después, durante una hora fue de un aburrimiento mortal y yo estaba inquieto. La señorita Watson me decía «No pongas los pies ahí, Huckleberry». Y «No te sientes torcido de esa manera, Huckleberry. Siéntate recto». Y al momento, me decía: «¡No bosteces ni te estires así, Huckleberry! ¿Por qué no intentas comportarte?». Y después me lo contó todo sobre el sitio malo, y yo le dije que ojalá estuviera allí. Y entonces se enfadó, pero yo no lo dije con mala intención. Lo único que quería era ir a alguna parte; lo único que quería era un cambio y me daba igual lo que fuera. Ella dijo que era malvado decir algo así y que ella no lo diría por nada del mundo; que ella iba a vivir de modo que pudiera ir al sitio bueno. Bueno, pues yo no le veía ninguna ventaja a ir al sitio al que ella iba a ir, así que decidí que tampoco lo iba a intentar. Pero no lo dije porque eso sólo me causaría problemas y no serviría para nada.
Y ahora que había empezado, seguía y seguía, y me lo contó todo sobre el sitio bueno. Me dijo que todo lo que había que hacer allí era ir de un lado para otro todo el día con un arpa en la mano cantando para siempre. Así que el sitio no me convenció. Pero no se lo dije. Le pregunté si creía que Tom Sawyer iría allí y me dijo que no, ni muchísimo menos. Así que me alegré porque lo que yo quería era que él y yo estuviéramos juntos.
La señorita Watson siguió dándome la tabarra y se me hizo muy pesado y me sentí solo. Enseguida, hicieron entrar a los negros y dijeron oraciones, y luego todo el mundo se fue a la cama. Yo subí a mi habitación con una vela y la puse encima de la mesa. Después, me senté en una silla al lado de la ventana e intenté pensar en algo alegre, pero no me sirvió de nada. Me sentía tan solo que casi deseaba estar muerto. Las estrellas brillaban y las hojas del bosque susurraban con mucha tristeza. Oí a un búho que en la lejanía ululaba por alguien que estaba muerto, y a un chotacabras, y a un perro que aullaba por alguien que se iba a morir; y al viento, que intentaba susurrarme algo y yo no conseguía entender lo que era y que hizo que me dieran escalofríos por todo el cuerpo. Y luego oí allá en el bosque ese sonido que hacen los fantasmas