“No quiero decirlo”, dijo.
“¿Cambiaste de parecer?”, preguntó. “¿Tanta espera disipó las ganas que sentías por mí?”.
“No”, dijo él. Puso sus brazos alrededor de su cintura, viéndolo tratar de formar las palabras adecuadas.
“Podemos esperar”, dijo ella, esperando en lo más profundo de su ser que no quisiera hacerlo.
“No”, dijo con un poco de urgencia. “Es que… no lo sé”.
Esto fue una sorpresa para Avery. Con todo su coqueteo magistral y frases seductoras de los últimos meses, estaba segura de que hubiera sido un poco agresivo cuando, y si alguna vez, llegara este momento. Pero ahora parecía inseguro de sí mismo, casi nervioso.
Se inclinó y le besó la mandíbula. Luego suspiró y se apoyó en su cuerpo.
“¿Qué pasa?”, preguntó Avery, sus labios rozando su piel mientras hablaba.
“Es que esto es real ahora, ¿sabes? Esto no es solo una aventura de una noche. Me importas mucho, Avery. Realmente me importas. Y yo no quiero apresurar las cosas”.
“Hemos estado en esto los últimos cuatro meses”, dijo. “No creo que estemos apresurando nada”.
“Buen punto”, dijo. La besó en la mejilla, luego en el pequeño pedazo de hombro que su camiseta dejaba al desnudo. Sus labios encontraron su cuello y, cuando él la besó allí, pensó que colapsaría allí mismo, y que se llevaría a él consigo.
“¿Ramírez?”, dijo, negándose a utilizar su nombre de pila en broma.
“¿Sí?”, preguntó él, su rostro rozando su cuello y dándole besos.
“Llévame a la habitación”.
La acercó a su cuerpo, la levantó y le permitió envolver sus piernas alrededor de su cintura. Comenzaron a besarse, y luego él la obedeció. La llevó lentamente a la cama y, para cuando cerró la puerta de la habitación, Avery estaba tan perdida en el momento que ni siquiera la oyó cerrarse.
Lo único que veía y sentía eran sus manos, su boca, su cuerpo bien tonificado presionando contra ella.
Él cortó el beso el tiempo suficiente para preguntar: “¿Estás segura de esto?”.
Y si necesitaba una razón más para desearlo, era esa. Él realmente se preocupaba por ella y no quería arruinar lo que tenían.
Asintió con la cabeza y lo acercó a su cuerpo.
Y, por un tiempo, Avery fue una detective de homicidios frustrada, ni una madre, ni una hija que había visto a su madre morir a manos de su padre. No era más que Avery Black… Una mujer como cualquier otra, disfrutando de los placeres que la vida tenía para ofrecer.
Casi ni recordaba cómo se sentían estos placeres.
Y, una vez que empezó a familiarizarse con ellos, se prometió a sí misma que nunca se permitiría olvidarlos de nuevo.
CAPÍTULO TRES
Avery abrió los ojos y miró el techo desconocido por encima de su cabeza. La tenue luz del amanecer entraba por la ventana de la habitación, iluminando su cuerpo desnudo. También iluminaba la espalda desnuda de Ramírez a su lado. Se volvió y sonrió. Él todavía estaba dormido, su rostro mirando al otro lado.
Hicieron el amor dos veces la noche anterior, tomándose dos horas entre cada sesión para hacer cena y discutir cómo acostarse podría complicar su relación de trabajo si no tenían cuidado. Se quedaron dormidos como a la medianoche. Avery había estado somnolienta y no podía recordar exactamente cuándo se había quedado dormida, pero sí recordaba su brazo alrededor de su cintura.
Ella quería eso de nuevo… Esa sensación de sentirse querida y segura. Pensó en pasar sus dedos por la base de su columna (así como también por otros lugares) solo para despertarlo para que pudiera abrazarla.
Pero no tuvo la oportunidad de hacerlo. La alarma mensajera de su teléfono sonó, y también la del de Ramírez. Eso solo podía significar una cosa: era un asunto laboral.
Ramírez se sentó rápidamente. Cuando lo hizo, la sábana se deslizó, revelando todo su cuerpo. Avery le echó un vistazo, incapaz de resistirse. Tomó su teléfono de la mesita de noche y lo miró con ojos vidriosos. Mientras lo hacía, Avery tomó su propio teléfono de la pila de ropa en el suelo.
El mensaje de texto era de Dylan Connelly, el supervisor de homicidios de la A1. En la forma típica de Connelly, el mensaje fue directo al grano:
Encontramos un cuerpo muy quemado. Tal vez traumatismo craneal.
Mueve el culo al terreno de construcción abandonado en la calle Kirkley AHORA.
“Que agradable es despertar a esto”, se quejó.
Ramírez se bajó de la cama, todavía completamente desnudo, y se puso en cuclillas en el suelo a su lado. La acercó a él y le dijo: “Sí, es muy agradable despertar a esto”.
Se apoyó en él, un poco alarmada por lo contenta que estaba en ese momento. Refunfuñó de nuevo y se puso de pie.
“Mierda”, dijo Avery. “Vamos a llegar tarde a la escena. Tengo que buscar mi auto y volver a casa para cambiarme”.
“Estaremos bien”, dijo Ramírez mientras empezaba a vestirse. “Le responderé en unos minutos, cuando estemos en camino a buscar tu auto. Tú no respondas aun. Tal vez el sonido del mensaje de texto no te despertó. Tal vez tuve que llamarte para que te despertaras”.
“Eso suena engañoso”, dijo, colocándose su camisa.
“Más bien es inteligente”, dijo.
Se sonrieron el uno al otro mientras terminaron de vestirse. Luego entraron en el baño, donde Avery hizo todo lo posible para arreglar su cabello, mientras que Ramírez se cepilló los dientes. Se apresuraron a la cocina y Avery preparó rápidamente dos tazones de cereal.
“Como puedes ver, soy una excelente cocinera”, dijo.
La abrazó por detrás y parecía estar inhalando su aroma. “¿Vamos a estar bien?”, preguntó. “Podemos hacer que esto funcione, ¿verdad?”.
“Creo que sí”, dijo. “Intentémoslo”.
Se devoraron sus cereales, pasando la mayor parte del tiempo mirándose, tratando de medir la reacción del otro a lo que había sucedido la noche anterior. Él se veía igual de feliz que ella.
Salieron por la puerta principal, pero, antes de que Ramírez la cerrara detrás de ellos, se detuvo. “Espera, vuelve adentro por un momento”.
Confundida, dio un paso atrás.
“Adentro, no estamos de servicio. No somos compañeros realmente, ¿cierto?”.
“Cierto”, dijo Avery.
“Así que puedo hacer esto una vez más”, dijo.
Se inclinó y la besó. Fue un beso vertiginoso, uno con la fuerza suficiente para causar que sus rodillas cedieran un poco. Lo empujó a un lado juguetonamente. “Como te dije antes, no empieces”, dijo. “No si no tienes la intención de terminar”.
“Para la próxima”, dijo. Luego salieron y él cerró la puerta detrás de ellos. “Está bien, ahora estamos de servicio. Abre el camino, detective Black”.
Siguieron el plan de Ramírez. Ella respondió el mensaje de texto de Connelly luego de diez y seis minutos. En ese momento, ya estaba cerca de su apartamento y todavía bastante atolondrada por la forma en la que habían salido las cosas la noche anterior. Se las arregló para vestirse, tomar café y salir a la calle de nuevo en menos de diez minutos. El resultado, por supuesto, fue que llegaron a la escena en la calle Kirkley aproximadamente media hora más tarde que Connelly hubiera preferido.
Había varios oficiales ya dando vueltas. Todos