Arena Uno. Tratantes De Esclavos. Морган Райс. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Морган Райс
Издательство: Lukeman Literary Management Ltd
Серия: Trilogía De Supervivencia
Жанр произведения: Героическая фантастика
Год издания: 0
isbn: 9781939416841
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fue demasiado poco y demasiado tarde. Nada pudo detener la tormenta que se avecinaba. Una facción de militaristas de línea dura tomó el asunto en sus manos, deseando la gloria, deseando ser los primeros en la guerra, queriendo tener la ventaja de la velocidad y la sorpresa. Pensaron que el aplastamiento inmediato de la oposición era la mejor manera de poner fin a todo esto.

      La guerra comenzó. Sobrevinieron las batallas en suelo americano. Pittsburgh se convirtió en el nuevo Gettysburg, teniendo doscientos mil muertos en una semana. Los tanques iban contra los tanques. Los aviones contra los aviones. Cada día, cada semana, había una escalada de violencia. Se marcaron límites en la arena, se dividieron los recursos militares y de la policía, y las batallas se extendieron a todos los estados de la nación. En todas partes, todos peleaban contra todos, amigos contra amigos, hermano contra hermano. Llegó a un punto en que ya nadie sabía por qué estaban peleando. En el país entero hubo derramamiento de sangre, y parecía que nadie era capaz de detenerlo. Esto se conoce como la Segunda Ola.

      Hasta ese momento, tan sangrienta como era, seguía siendo una guerra convencional. Pero luego vino la Tercera Ola, la peor de todas. El Presidente, en su desesperación, que operaba desde un refugio subterráneo secreto, decidió que sólo había una manera de acabar con lo que él todavía insistía en llamar” la Rebelión". Reunió a sus mejores oficiales militares, quienes le aconsejaron utilizar los recursos más fuertes que él tenía para sofocar la rebelión de una vez por todas: los misiles nucleares locales dirigidos. Él estuvo de acuerdo.

      Al día siguiente, las cargas nucleares fueron lanzadas en fortificaciones estratégicas republicanas en todo Estados Unidos. Cientos de miles de personas murieron ese día, en lugares como Nevada, Texas, Misisipi. Millones murieron en un segundo.

      Los republicanos respondieron. Consiguieron sus propios recursos, emboscaron a NORAD (Mando Norteamericano de Defensa Aeroespacial), y lanzaron sus propias cargas nucleares contra las fortalezas demócratas. Estados como Maine y Nuevo Hampshire fueron aniquilados en su mayoría. Dentro de los siguientes diez días, casi todo Estados Unidos fue destruido, una ciudad tras otra. Fue una oleada tras otra de pura devastación, y los que no fueron muertos por ataque directo, fallecieron poco después a causa del aire tóxico y el agua. En cuestión de un mes, ya no quedaba nadie para pelear. Las calles y edificios se vaciaron de uno en uno, ya que la gente se marchó a luchar contra sus ex vecinos.

      Pero papá ni siquiera esperó a ser reclutado -- y por eso lo odio. Se fue mucho antes. Él había sido oficial de la Infantería de Marina veinte años antes de que esto se desatara, y lo había visto venir antes que la mayoría. Cada vez que miraba las noticias, cada vez que veía a dos políticos gritándose uno al otro de la manera más irrespetuosa, siempre subiendo la apuesta, papá sacudía la cabeza y decía: "Esto va a llevar a la guerra. Créanme".

      Y tenía razón. Irónicamente, papá ya había cumplido su tiempo y se había retirado de la Infantería años antes de que esto sucediera, pero cuando llegó ese primer disparo, ese día, él volvió a enlistarse. Incluso antes de que se hubiera hablado de una guerra completa. Fue probablemente la primera persona que se ofreció como voluntario, para una guerra que no había comenzado aún.

      Y es por eso que todavía estoy enojada con él. ¿Por qué tuvo que hacer esto? ¿Por qué no podía simplemente haber dejado que los demás se mataran unos a otros? ¿Por qué no podía haberse quedado en casa a protegernos? ¿Por qué se preocupó más por su país que por su familia?

      Todavía recuerdo vívidamente el día que nos dejó. Llegué a casa de la escuela ese día, y antes de que yo abriera la puerta, escuché gritos procedentes del interior. Me preparé. Odiaba cuando mamá y papá peleaban, que parecía ser todo el tiempo, y pensé que sólo era otra de sus discusiones.

      Abrí la puerta y supe de inmediato que esto era diferente. Ese algo era muy, muy malo. Papá estaba ahí parado utilizando el uniforme. No tenía ningún sentido. Él no se había puesto su uniforme en años. ¿Por qué lo llevaba puesto ahora?

      "¡Tú no eres un hombre!", mamá le gritó "¡Eres un cobarde! Dejando a su familia. ¿Para qué? ¿Para ir a matar a gente inocente?".

      El rostro de papá se sonrojó, como siempre lo hacía cuando se enfadaba.

      "¡No sabes de lo que estás hablando!", contestó gritando.” Estoy cumpliendo con mi deber para mi país. Es lo correcto".

      "¿Lo correcto para quién?" argumentó ella.” Ni siquiera sabes por lo que estás luchando. ¿Por un puñado de políticos estúpidos?"

      "Sé exactamente por lo que estoy luchando: para unir a nuestra nación".

      "¡Ay, bueno, perdón, Míster Estados Unidos!", le gritó. "Puedes justificarlo en tu mente tantas veces como quieras, pero la verdad es que te vas porque no puedes soportarme. Debido a que nunca sabes cómo manejar la vida doméstica. Porque eres demasiado tonto para hacer algo con tu vida que no sea la Infantería. Así que te levantas y sales corriendo a la primera oportunidad".

      Papá la calló con una bofetada en la cara. Todavía puedo oír el ruido en mi cabeza.

      Me quedé muy sorprendida, nunca lo había visto levantarle la mano antes. Sentí que me quedé sin aire, como si me hubieran dado una bofetada a mí también. Lo miré, y casi no lo reconocí. ¿Era realmente mi padre? Estaba tan aturdida que se me cayó el libro y aterrizó con un golpe seco.

      Los dos se volvieron y me miraron. Avergonzada, me di la vuelta y corrí por el pasillo a mi habitación y cerré la puerta detrás de mí. No sabía cómo reaccionar ante todo eso y simplemente tenía que alejarme de ellos.

      Momentos más tarde, tocaron suavemente en mi puerta.

      "Brooke, soy yo", dijo papá con una voz suave, lleno de remordimientos. "Siento que hayas tenido que ver eso. Por favor, déjame entrar".

      "¡Vete!", le grité.

      Siguió un largo silencio. Pero no se fue.

      "Brooke, ya tengo que irme. Me gustaría verte una última vez antes de irme. Por favor. Sal a decirme adiós".

      Me puse a llorar.

      "¡Vete!", dije nuevamente. Estaba tan abrumada, tan enojada con él por golpear a mamá, y aún más enfadada con él por habernos dejado. Y en el fondo, me daba miedo que nunca regresara.

      "Ya me voy, Brooke", dijo. "No tienes que abrir la puerta. Pero quiero que sepas lo mucho que te amo. Y que siempre estaré contigo. Recuerda, Brooke, tú eres la fuerte. Cuida a esta familia. Cuento contigo. Cuídalas".

      Y entonces oí los pasos de mi padre, alejándose. Se oyeron cada vez más y más suaves. Instantes después oí que la puerta principal se abría y se cerraba.

      Y luego, nada.

      Minutos más tarde – que parecían días – abrí lentamente mi puerta. Yo ya lo presentía. Él se había ido. Y me arrepentí, me hubiera gustado despedirme de él. Porque yo intuía en el fondo, que nunca iba a volver.

      Mamá se sentó a la mesa de la cocina, con la cabeza entre las manos, llorando suavemente. Yo sabía que las cosas habían cambiado para siempre ese día, que nunca sería igual - que ella nunca volvería a ser la misma. Y que ni yo tampoco lo sería.

      Y tuve razón. Mientras estoy aquí sentada, mirando fijamente las brasas del fuego moribundo, sintiendo mis ojos pesados, me doy cuenta de que, desde ese día, nunca nada ha sido igual.

      *

      Estoy de pie en nuestro viejo apartamento de Manhattan. No sé lo que estoy haciendo aquí, o cómo llegué. Nada parece tener sentido, ya que el apartamento no se parece en nada a como lo recuerdo. Está completamente vacío de mobiliario, como si nunca hubiéramos vivido en él. Soy la única que está aquí.

      Repentinamente alguien toca a la puerta, y entra papá, con el uniforme completo, sosteniendo un maletín. Él tiene una mirada hueca en sus ojos, como si hubiera ido al infierno y estuviera de regreso.

      "¡Papá!", trato de gritar. Pero las palabras no me salen. Miro hacia abajo y me