—Mira —dijo Luna, señalando—, por ahí hay una cocina.
Kevin sintió cómo le sonaba la barriga al pensarlo y, aunque por ahí no cortaban camino, los dos giraron hacia la dirección que indicaba la señal. Bajaron por un pasillo, y después por otro, hasta ir a parar a una cocina que estaba construida a escala industrial. Había unos congeladores situados al fondo, tras unas puertas que podrían haber protegido una cámara acorazada, y otras puertas que parecían llevar a unas despensas.
—Deberíamos mirar si queda comida —sugirió Luna, abriendo una.
El espacio que había detrás era incluso más grande de lo que Kevin esperaba, con cajas amontonadas una tras otra. Abrió una y encontró unos paquetes plateados y sellados que parecía que podían conservarse para siempre.
—Aquí hay comida suficiente para alimentarnos durante toda la vida —dijo Kevin, y entonces se dio cuenta de lo que acababa de decir exactamente—. No es que… Quiero decir, puede que no tengamos que quedarnos aquí para siempre.
—¿Y si tenemos que hacerlo? —preguntó Luna.
Kevin no estaba seguro de tener una respuesta para ello. No podía imaginar vivir aquí para siempre. Apenas podía imaginar pasar la vida, por no hablar de una sola noche, dentro de un búnker—. Entonces supongo que estamos mejor aquí dentro que fuera de aquí. Al menos aquí estamos a salvo.
—Supongo que sí —dijo Luna—, mirando a las paredes como para evaluar lo gruesas que eran—. A salvo, sí.
—Deberíamos ver qué más hay aquí —dijo Kevin—. Si vamos a quedarnos aquí, necesitaremos otras cosas. Agua, sitios para dormir, aire puro. Un modo de hablar con el exterior.
Las contaba con los dedos mientras pensaba en ellas.
—Deberíamos mirar si hay otras entradas o salidas —dijo Luna—. Debemos asegurarnos de que nadie más puede entrar.
Kevin asintió, pues eso parecía importante. Empezaron a inspeccionar el búnker, usando la cocina como una especie de base, yendo y viniendo entre ella y la sala de control principal, que parecía extrañamente silenciosa sin nada en sus pantallas.
Por allí cerca había otra sala que estaba llena de equipos de comunicación. Kevin vio radios y ordenadores. Incluso había algo que parecía un telégrafo en una esquina, como si la gente de allí no confiara en que los equipos más modernos estuvieran allí para ellos cuando hiciera falta.
—Tienen muchas cosas —dijo Luna, que apretó un botón y obtuvo una explosión de ruido de vibración como respuesta.
—Ahora somos nosotros los que tenemos muchas cosas —remarcó Kevin—. Tal vez si hay otras personas allá fuera, podremos comunicarnos con ellas.
Luna miró a su alrededor.
—¿Crees que quedan otras personas? ¿O que solo estamos nosotros?
Kevin no sabía qué decir a eso. Si iba a quedarse atrapado como una de las últimas personas en el mundo, no había nadie a quien le gustaría más estar pegado que su mejor amiga. Aun así, tenía que creer que había otras personas allá fuera en algún lugar. Tenía que hacerlo.
—Debe haber otras personas en algún lugar —dijo—. Hay otros búnkeres y cosas, y algunas personas habrán deducido lo que estaba pasando. Había gente divulgando fotos, así que deben haber sabido lo que estaba sucediendo.
—Pero las pantallas se quedaron en blanco —puntualizó Luna—. No sabemos si todavía están allí fuera.
Kevin tragó saliva al pensarlo. Había dado por sentado que simplemente se había cortado la señal, pero ¿y si no era la señal? ¿Y si la gente que la mandaba también habían desaparecido?
Negó con la cabeza.
—No podemos pensar así —dijo—. Tenemos que tener esperanzas de que hay más gente allá fuera.
—Gente que pueda matar a los extraterrestres —dijo Luna, con un duro destello en su mirada. Kevin tuvo la sensación de que si ella hubiera tenido los medios para luchar contra ellos, ahora mismo Luna estaría allí fuera intentando enfrentarse a ellos.
Kevin podía entenderlo. Era parte de quién era Luna; una parte de lo que tanto le gustaba de ella. Incluso sentía una parte de la misma rabia, notando cómo borboteaba en su interior al pensar en que los extraterrestres le engañaron y en todo lo que le habían quitado.
Necesitaba la distracción de buscar por el búnker tanto como Luna, pues la alternativa era pensar en su madre, en sus amigos y en todos los demás que podrían haber estado bajo las naves de los extraterrestres cuando llegaron.
Continuaron mirando por el búnker y no tardaron mucho en encontrar lo que parecía una salida trasera. Las palabras « Espacio sin cerrar. ¡Solo para salidas de emergencia!» estaban estarcidas por encima de una trampilla que parecía el tubo de torpedo de un submarino, que se completaba con una gran manivela circular para cerrarlo. Apenas parecía lo suficientemente grande para que la mayor parte de las personas pudieran atravesarlo reptando. Evidentemente, para Kevin y Luna eso significaría espacio de sobra.
—¿Espacio sin cerrar? —dijo Luna—. ¿Qué crees que significa eso?
—Supongo que significa que en esta salida no hay un compartimento estanco, ¿no? —dijo Kevin, inseguro. Las palabras estarcidas a su alrededor lo hacían parecer algo enormemente peligroso si se abría. Tal vez lo fuera.
—¿Sin compartimento estanco?
—La gente no lo querría si tuvieran que salir rápido.
Vio que Luna se llevaba la mano a la máscara antigás que había tenido que llevar durante todo el viaje hacia allí, y que ahora colgaba del cinturón de sus pantalones vaqueros. Kevin podía imaginar lo que estaba pensando.
—No hay manera de que el vapor de los extraterrestres pueda entrar aquí —dijo, intentando tranquilizarla. No quería que Luna se asustara—. No si no abrimos esa puerta.
—Sé que es una estupidez —dijo Luna—. Sé que probablemente el vapor ya no está allí; que solo es la gente de la que se han apoderado…
—¿Pero aun así no parece seguro? —adivinó Kevin. Ahora mismo, nada parecía seguro, ni tan solo dentro de un búnker.
Luna asintió.
—Tengo que alejarme de esa puerta.
Kevin fue con ella, de vuelta al búnker, lejos de la salida de emergencia. Realmente le hizo sentir un poco más seguro, al saber que los dos podrían escapar si era necesario, pero esperaba de verdad no tener que hacerlo. Ahora mismo, necesitaban un lugar seguro. Algún lugar en el que pudieran esconderse de los extraterrestres hasta que fuera seguro salir de nuevo.
O hasta que su enfermedad lo matara. Ese era un pensamiento particularmente horrible. Ahora mismo no había ningún temblor de la leucodistrofia, pero Kevin no tenía ninguna duda de que volverían, y peor. Solo el hecho de que tenían cosas mayores de las que preocuparse le obligaba a apartar esos pensamientos, y ¿qué indicaba que hiciera falta una invasión alienígena para hacer que su enfermedad pareciera insignificante?
—Creo que allá abajo hay habitaciones —dijo Luna, bajando por uno de los pasillos. Las había. Allí había dormitorios completos, con una hilera tras otra de literas que en su mayoría no eran más que estructuras de metal, pero algunas tenían algunas posesiones al lado, junto con colchones y ropa de cama.
—Podría pensarse que algunos de ellos se quedaron dentro —dijo Kevin—. No tiene sentido que no haya nadie aquí.
Luna negó con la cabeza.
—Saldrían fuera a ayudar.