“Entonces volved al trabajo, los dos. Ya habéis perdido suficiente tiempo”.
Volvieron a recoger alquitrán y Sartes hizo lo posible por recoger todo el que podía, porque evidentemente el otro chico no estaba lo suficientemente todavía para hacer mucho.
“Me llamo Sartes”, dijo con un susurro, sin dejar de mirar a los guardias.
“Bryant”, le contestó con un susurro el otro chico, aunque parecía nervioso al hacerlo. Sartes lo oyó toser otra vez. “Gracias, me salvaste la vida. Si alguna vez te lo puedo devolver, lo haré”.
Se quedó callado cuando los guardias volvieron a pasar por allí.
“Los gases son malos”, dijo Sartes, sobre todo para hacer que continuara hablando.
“Se comen tus pulmones”, respondió Bryant. “Incluso algunos de los guardias mueren”.
Lo dijo como si fuera algo normal, pero Sartes no veía nada normal en ello.
Sartes miró al otro chico. “No pareces un criminal”.
Vio una mirada de dolor en el rostro del chico. “Mi familia… el Príncipe Lucio vino a nuestra granja y la quemó. Mató a mis padres. Se llevó a mi hermana. A mí me trajo aquí sin ninguna razón”.
A Sartes le sonaba mucho aquella historia. Lucio era malvado. Usaba cualquier excusa para provocar desgracia. Destrozaba familias solo porque podía hacerlo.
“Entonces ¿por qué no buscas justicia?” sugirió Sartes. Siguió sacando alquitrán del hoyo, para asegurarse de que ningún guardia se acercaba.
El otro chico lo miró como si estuviera loco. “¿Cómo voy a hacer eso? Solo soy una persona”.
“La rebelión son muchos más que una persona”, puntualizó Sartes.
“Como si les importara lo que me pase a mí”, replicó Bryant. “Ni siquiera saben que estamos aquí”.
“Entonces tendremos que ir hasta ellos”, respondió Sartes con un susurro.
Sartes vio que el pánico se apoderaba del rostro del otro chico.
“No podemos. Solo por hablar de fuga, los guardias nos colgarán por encima del alquitrán y nos irán metiendo en él poco a poco. Lo he visto. Nos matarán”.
“¿Y qué pasará si nos quedamos aquí?” preguntó Sartes. “Si hubieras estado encadenado a otro hoy, ¿qué hubiera pasado?”
Bryant negó con la cabeza. “Pero están los hoyos de alquitrán y los guardias, y estoy seguro de que hay trampas. Los otros prisioneros tampoco ayudarían”.
“Pero estás pensando en ello, ¿verdad?” dijo Sartes. “Sí, habrá riesgos, pero un riesgo es mejor que la certeza de que vas a morir”.
“¿Y cómo se supone que lo haríamos?” preguntó Bryant. Durante la noche nos meten en jaulas, y durante todo el día nos encadenan juntos”.
Por lo menos, Sartes tenía una respuesta para aquello. “Entonces escapemos juntos. Busquemos el momento adecuado. Confía en mí, sé cómo salir de situaciones malas”.
No dijo que aquello sería peor que cualquier cosa con la que hubiera tenido que lidiar antes, ni tampoco le contó que apenas tenían posibilidades. No tenía por qué asustar a Bryant más de lo que ya estaba, pero debían marcharse.
Si se quedaban más tiempo, ninguno de ellos sobreviviría.
CAPÍTULO OCHO
Thanos se sentía tan tenso como un animal a punto de saltar mientras caminaba en medio del trío de prisioneros, de nuevo en dirección a la fortaleza que dominaba la isla. Buscaba una ruta de escape a cada paso que daba, pero a campo abierto, y con los arcos que llevaban sus captores, no había ninguna.
“Vamos a ser sensatos”, dijo Elsio tras él. “No te diré que tu destino será mejor si vienes con nosotros, pero durarás más tiempo. No puedes escapar hacia ningún sitio en la isla excepto hacia los Abandonados, y yo te atraparé mucho antes de eso”.
“En ese caso, debería hacerlo, y hacerlo rápido”, dijo Thanos, intentando ocultar su sorpresa porque el otro hombre le había leído con tanta facilidad las intenciones. “Una flecha por la espalda no será para tanto”.
“Ni peor que un golpe de espada”, dijo Elsio. “Oh sí, hemos oído hablar de ello, incluso aquí. Los guardias nos dan noticias cuando nos traen gente nueva para que los castiguemos. Pero créeme, si te cazo, no será nada rápido. Ahora, sigue caminando, prisionero”.
Así lo hizo Thanos, pero sabía que no podía llegar hasta la parte de la isla donde estaba la fortaleza. Si lo hacía, nunca volvería a ver la luz del sol. El mejor momento para escapar siempre era pronto, cuando todavía tenías fuerza. Por eso, Thanos continuó mirando a su alrededor, para intentar evaluar el terreno, y su momento.
“No funcionará”, dijo Elsio. “Conozco a los hombres. Sé lo que harán. Es sorprendente lo que aprendes mientras los estás hiriendo. Creo que entonces ves sus verdaderas almas”.
“¿Sabes lo que pienso?” preguntó Thanos.
“Cuéntame. Estoy seguro de que el insulto me alegrará el día. Y a ti te causará dolor”.
“Creo que eres un cobarde”, dijo Thanos. “He oído hablar de tus crímenes. Unos pocos asesinatos de personas que no podían defenderse. Eres patético”.
Thanos escuchó una risa detrás de él.
“Oh, ¿eso es lo mejor que puedes hacer?” dijo Elsio. “Estoy ofendido. ¿Qué intentabas hacer, conseguir que me acercara para poder atacar? ¿De verdad crees que soy tan estúpido? Vosotros dos, sujetadlo. Príncipe Thanos, si te mueves, te atravesaré algún lugar doloroso con una flecha”.
Thanos sintió los brazos de los dos guardias alrededor de los suyos, sujetándolo con fuerza para que no se moviera. Eran hombres fuertes, que evidentemente estaban acostumbrados a tratar con prisioneros rebeldes. Thanos sintió cómo se ponía de cara a Elsio de un giro, que sujetaba su arco completamente a su altura, preparado para disparar.
Tal y como Thanos esperaba.
Entonces Thanos intentó escapar de los guardias que lo sujetaban y escuchó que Elsio se reía.
“No dirás que no te lo advertí”.
Escuchó la vibración de la cuerda del arco, pero Thanos no intentó liberarse del modo en que podrían haber esperado. En cambio, dio un giro, arrastrando a uno de los guardias hasta la trayectoria de la flecha, sintiendo que la conmoción se apoderaba del otro hombre cuando una punta de flecha aparecía al otro lado de su pecho.
Thanos notó que el guardia lo soltaba para agarrar la flecha, y no lo dudó. Se lanzó contra el otro guardia, le arrebató el cuchillo que llevaba en el cinturón y se lo clavó a Elsio. Con los dos enredados entre ellos, agarró el arco del guardia moribundo para arrebatarle todas las flechas que pudo mientras escapaba.
Thanos fue haciendo zigzag por encima de las piedras rotas, yendo a toda velocidad hacia el refugio más cercano. Probablemente, le salvó la vida el no volver corriendo en dirección a su barco todavía e ir, en cambio, hasta los árboles.
“¡En esa dirección solo están los Abandonados!” exclamó Elsio tras él.
Thanos se agachó cuando una flecha pasó como un soplido por su cabeza. Se acercó lo suficiente para despeinarlo. El asesino que lo perseguía dio un buen tiro.
Thanos atacó, sin apenas mirar. Si paraba durante mucho tiempo para apuntar bien, no tenía ninguna duda de que pronto lo mataría una de las flechas que pasaban como un destello