Respiró profundamente y corrió por el oscuro patio, desafiándose a entrar en el halo de luz emitido por los faroles de arriba. Su tobillo latía en protesta y la conmoción por el frío le provocó picaduras en los pies, pero se obligó a sí mismo a moverse lo más rápido que pudiera.
Reid miró sobre su hombro. Uno de los hombres altos lo había descubierto. Él gritó a sus compañeros pero no lo persiguieron. Extraño, pensó Reid, pero no se detuvo a cuestionarlo.
Llegó al cajetín amarillo de llamadas de emergencia, lo abrió y apretó el pulgar contra el botón rojo, el cual enviaría una alerta al despacho local del 911. Él miró por encima de su hombro otra vez. No pudo ver a ninguno de ellos.
“¿Hola?” siseó por el intercomunicador. “¿Alguien puede escucharme?” ¿Dónde estaba la luz? Se supone que haya una luz cuando el botón de llamada sea presionado. ¿Esta cosa siquiera está funcionando? “Mi nombre es Reid Lawson, tres hombres me persiguen, vivo en…”
Una fuerte mano agarró un puñado del corto cabello castaño de Reid y tiró hacia atrás. Sus palabras quedaron atrapadas en su garganta y escaparon como un poco más que un ronco jadeo.
Lo siguiente que supo, fue que tenía una tela áspera sobre su cara que lo cegaba — una bolsa en su cabeza — y al mismo tiempo, sus brazos forzados detrás de su espalda y cerrados con esposas. Él trató de resistirse, pero las fuertes manos lo sujetaban firmemente, doblando sus muñecas casi al punto de romperlas.
“¡Esperen!” logró gritar. “Por favor…” Un impacto golpeó su abdomen tan fuerte que el aire salió de sus pulmones. No podía respirar, menos hablar. Mientras se mareaba, colores nadaban en sus visiones mientras casi se desmaya.
Entonces, estaba siendo arrastrado, sus calcetines raspaban el pavimento de la acera. Lo empujaron hacia la camioneta y cerraron la puerta detrás de él. Los tres hombres intercambiaron palabras guturales extranjeras entre ellos que sonaban acusatorias.
“¿Por qué…?” Reid finalmente se sofocó.
Sintió el punzón agudo de una aguja en la parte superior de su brazo, y luego el mundo se desvaneció.
CAPÍTULO DOS
Cegado. Frío. Retumbado, ensordecido, zarandeándose, adolorido.
Lo primero que notó Reid mientras se despertaba, era que el mundo era negro — no podía ver. El olor agrio del combustible llenó sus fosas nasales. Trató de mover sus palpitantes extremidades, pero sus manos estaban atadas detrás de él. Se estaba congelando, pero no había brisa; sólo aire frío, como si estuviese sentado en un refrigerador.
Lentamente, como si atravesara una niebla, los recuerdos de lo que había ocurrido regresaron a él. Los tres hombres del Medio Oriente. Una bolsa sobre su cabeza. Una aguja en su brazo.
Él entró en pánico, tirando de sus ataduras y agitando las piernas. El dolor abrasó sus muñecas, donde el metal de las esposas se clavó en su piel. Su tobillo pulsaba, enviando ondas de choque sobre su pierna izquierda. Había una intensa presión en sus oídos y no podía oír nada más que el rugido del motor.
Por solo una fracción de segundo, él sintió una sensación de vacío en su estómago — como resultado de una negativa aceleración vertical. Estaba en un avión. Y, por el sonido de este, no era un avión común de pasajeros. El ruido, el sonido intensamente fuerte del motor, el olor a combustible… se dio cuenta de que debería estar en un avión de carga.
¿Cuánto tiempo tenía inconsciente? ¿Con qué le dispararon? ¿Estaban las chicas a salvo? Las niñas. Lagrimas punzaban sus ojos mientras esperaba que estuvieran a salvo, que la policía hubiese escuchado su mensaje lo suficiente y que las autoridades habrían sido enviadas a la casa…
Se retorció en su asiento de metal. Sin importar el dolor y la ronquera de su garganta, se aventuró a hablar.
“¿H-hola?” salió casi como un susurro. Aclaró su garganta y trató de nuevo. “¿Hola? ¿Alguien…?” Se dio cuenta de que el ruido del motor lo opacaría de cualquiera que no estuviera sentado a su lado. “¡Hola¡” trató de gritar. “Por favor… alguien dígame que está…”
Una áspera voz masculina le silbó en Árabe. Reid retrocedió; el hombre estaba cerca, no más de unos pocos pies de distancia.
“Por favor, solo dígame que está pasando”, él suplicó. “¿Qué está pasando? ¿Por qué están haciendo esto?”
Otra voz le gritó en Árabe de modo amenazador, esta vez a su derecha. Reid se contrajo ante la fuerte reprimenda. Esperó que el temblor del avión enmascarara el de sus extremidades.
“Tienen a la persona equivocada”, dijo. “¿Qué es lo que quieren? ¿Dinero? No tengo mucho pero puedo — ¡esperen!” Una mano fuerte se encerró alrededor de su brazo en un agarre claro y, en un instante después, fue arrancado de su asiento. Se tambaleó, tratando de levantarse, pero la inestabilidad del avión y el dolor de su tobillo pudieron más que él. Sus rodillas se doblaron y cayó de costado.
Algo sólido y pesado lo golpeó en la sección media. Un dolor de telaraña sobre su torso. Trató de protestar, pero de su voz sólo salieron sollozos incomprensibles.
Otra bota lo pateó en la espada. Otra más, en la barbilla.
Sin importar la horrible situación, un pensamiento bizarro golpeó a Reid. Estos hombres, sus voces, estos golpes sugieren que todo sea una venganza personal. No sólo se sentía atacado. Se sentía detestado. Estos hombres estaban molestos — y su rabia estaba dirigida hacia él como la punta de un láser.
El dolor disminuyó, lentamente, y dio paso a un frío entumecimiento que engullía su cuerpo mientras se desmayaba.
*
Sufrimiento. Agudo, palpitante, dolor, ardor.
Reid despertó de nuevo. Los recuerdos del pasado… no sabía cuánto tiempo había pasado, tampoco sabía si era de día o de noche, y que si donde estaba era de día o de noche. Pero los recuerdos regresaron, inconexos, como simples cuadros cortados de un rollo de película y dejados en el suelo.
Tres hombres.
El cajetín de emergencia
La camioneta.
El avión.
Y ahora…
Reid se atrevió a abrir sus ojos. Era difícil. Los parpados se sentían como si estuviesen pegados. Incluso debajo de la delgada piel, podía ver que había una luz brillante y severa, esperando del otro lado. Podía sentir el calor en su cara, y veía la red de pequeños capilares a través de sus parpados.
Él echó un vistazo. Todo lo que podía ver era una luz implacable, brillante y blanca, y que ardía en su cabeza. Dios, esta cabeza duele. Trato de gruñir y descubrió, a través de una nueva dosis eléctrica de dolor, que su quijada dolía también. Su lengua se sentía gorda y seca, y probó un montón de centavos. Sangre.
Sus ojos, se dio cuenta — que habían sido difíciles de abrir porque estaban, de hecho, pegados. El lado de su cara se sentía caliente y pegajoso. La sangría le había corrido por su frente y en sus ojos, sin duda por haber sido pateado hasta desmayarse en el avión.
Pero podía ver la luz. La bolsa había sido removida de su cabeza. Si era algo bueno o no, quedaba por verse.
Mientras se ajustaban sus ojos, trató de nuevo mover sus manos en vano. Aún seguían atadas, pero esta vez, no por esposas. Cuerdas gruesas y abultadas lo sujetaban en su lugar. Sus tobillos, también estaban atados a una silla de madera.
Finalmente sus ojos